Allí estaba Joan Sastre, otra vez en el patíbulo de los tiros libres a la hora de la verdad, como en el primer partido de la final. Con la diferencia de que, esta vez, hubo convicción en sus lanzamientos. Los dos entraron a falta de 30 segundos para el bocinazo. Por el contrario, en los tiros de Sergio Llull instantes después, en busca de una remontada imposible, se palparon las dudas. El concurso desde la personal de unos y otros a última hora fue el mejor resumen posible del encuentro. Cuando hubo que acertar, Valencia Basket lo hizo, mientras que el Real Madrid falló estrepitosamente. Así lo hizo casi todo el duelo, uno de los peores de su temporada sin ningún tipo de duda. Las alarmas sonaron de continuo y los peores presagios se confirmaron: final empatada y factor cancha de los blancos anulado [Narración y estadísticas: 79-86].
Desde el salto inicial, los visitantes se mostraron mucho más sólidos. Venían a Madrid a ganar al menos un partido y, perdido el primero, había que ganar como fuera el segundo. Pusieron el listón muy alto enseguida, escapándose hasta de 11 puntos. A los taronja les sobraban recursos en ataque: Dubljevic, Sikma, San Emeterio, Rafa Martínez, Will Thomas… Todos los que le faltaban al Madrid, al que apenas ayudaban a subsistir Llull y Nocioni. En defensa, los de Laso tampoco iban nada sobrados, a diferencia del rival. La sangría interior, incluso encadenando varios dos más uno en contra consecutivos, era preocupante.
Y más cuando los hombres altos locales empezaron a cargarse de faltas. Thomas hizo mucho daño, pero Oriola no se quedó atrás. Y, cómo no, 'Dubi'. Valencia tiene un tesoro en el montenegrino. Cuando tuvo que tomar responsabilidades, lo hizo. Eran momentos trascendentales, como la primera vez en la que el Madrid se puso por delante ya en el tercer cuarto. O los minutos finales, en los que también destacó la labor de un Diot magistral. Que los hombres de Pedro Martínez fuesen capaces de no perdonar y se llevasen la victoria resultó todo un ejercicio de justicia.
Porque, hay que ratificarlo, el desempeño del Madrid no pudo ser más plano. Sin brillo ni en ataque ni en defensa, casi todo se redujo a la Llulldependencia en su máxima expresión. Los chispazos del menorquín lo acapararon casi todo. Estuvo muy solo, aunque Felipe Reyes dejase buena muestra de su garra habitual durante algunos minutos. Ni su carácter ni el del Chapu fue suficiente comparsa para el '23'. De Ayón y Randolph, por ejemplo, apenas se supo. Y, aunque Doncic se esforzó por darles ritmo a los suyos ya en la segunda parte, no hubo manera: el Madrid genuino brilló por su ausencia.
Una que había que pagar caro. Valencia había sido superior durante casi todo el partido y debía empatar la final. Ese era el castigo que tenían que recibir los locales por su desgana generalizada. Jugar sin la actitud ni la aptitud del defensor del título no podía ser pasado por alto. El colmo fue que, a pesar de su mal partido, el Madrid tuvo opciones de ganar hasta el final. La esperanza de que Llull entrase en trance con el reloj descontando los últimos segundos llegó a estar en liza, pero se esfumó ante la seguridad valenciana.
Los blancos sólo tuvieron una máxima de cinco puntos, así que no cabe duda de que Pedro Martínez y sus chicos se han cansado de ser subcampeones este año. Quieren la liga y ahora la tendrán en su mano, con dos partidos consecutivos en La Fonteta (miércoles y viernes). Ahora, la pelota está en el tejado del Madrid. Y ya se sabe que la línea que separa el éxito del fracaso puede ser muy delgada en Concha Espina.
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