Cuando se piensa en España y su baloncesto en blanco y negro, es muy difícil que el primer nombre que se le viene a uno a la cabeza no sea el de Emiliano Rodríguez (San Feliz de Torío, León, 1937). Fue la primera gran estrella mediática de nuestra canasta y de la del Real Madrid, al que colocó en el primer plano mundial de los parqués. Hizo lo mismo con la selección española, ayudándola a crecer en los tiempos del franquismo. Ahora, 44 años después de retirarse y celebrando 80 este sábado con una lucidez encomiable, Emiliano no ha perdido la pasión del primer día por su deporte. EL ESPAÑOL habló con él para que, si usted no le conoce, sepa quién fue, es y será: un mito.
Todo empezó en Bilbao. Y no con el baloncesto, sino con el fútbol, ¿verdad?
En aquella época, el fútbol, como hoy, era el deporte prioritario entre la gente joven. Empezábamos a jugar en la calle. Eran los años 50 y tantos. Esa fue mi primera ilusión, muy unida al Athletic de Bilbao de aquella época. De los Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza.
¿Cómo empezó a llamarle la atención el que luego sería su deporte?
No fui de los privilegiados en el mundo del fútbol y en el colegio de los Escolapios donde yo estaba estudiando hubo una campaña de captación de jugadores de baloncesto. Allí jugaba un equipo formado por antiguos alumnos y gente que había venido de Filipinas: el Águilas de Bilbao. Entre los escolares, salí elegido, en un principio por ser de los más altos de aquella época.
Fue en el Águilas donde empezó a destacar, ganando, por ejemplo, el Campeonato de España de Segunda División.
Fuimos un equipo señalado como campeón en aquellas categorías y llegamos a ascender a la División de Honor. Fue el momento en el que yo dejé Bilbao y me fui a jugar a Barcelona durante dos años, al Aismalíbar, entrenado por Eduardo Kucharski. Fue con quien empecé a mejorar mis cualidades técnicas.
Él fue muy importante en su debut como internacional.
Fue por mayo del 58 en un España-Suiza que se jugó en Huesca. Él disputaba su partido internacional número 50 y dejaba la selección. Yo jugaba el primero. Estuve a su lado en los minutos que pasé en la cancha, siguiendo mucho sus indicaciones.
¿Y aquello de que estuvo a punto de irse a jugar a Estados Unidos?
Vino un entrenador norteamericano a dar unos clinics por las capitales de provincia. Estuvo en Bilbao, donde vio cómo lo hacía, y propuso a mis padres que por qué no me iba a un high school (instituto) en Estados Unidos. Podía ser un buen camino para mí en el baloncesto. En aquella época, mis padres, muy tradicionales y conservadores, veían lejano el que yo dejara la casa, la familia, y me fuera a Estados Unidos a seguir con esa pasión que yo tenía por el baloncesto.
Donde sí se marchó fue al Aismalíbar de Barcelona, aunque le costó lo suyo concretar el fichaje precisamente por lo que comentaba de sus padres.
Sí. Que un hijo se marchara de casa, sobre todo arrastrado por el mundo del deporte, que en aquella época no estaba profesionalizado (aunque se compensaba algo económicamente)... Mis padres, en la tradición del conservadurismo en el que nos habían educado y en el que se educaron ellos, tuvieron cierto rechazo a que dejara la familia. Al final, se impuso mi ilusión por el baloncesto. Kucharski convenció a mis padres. También Pedro Ferrándiz intervenía en aquellos momentos con su interés por que fuera al Real Madrid. Se decidió ir al Aismalíbar porque Kucharski vino a Bilbao, conoció a mis padres y les transmitió mucha confianza.
¿Cómo recuerda esa época en Barcelona?
De una manera muy entrañable. Kucharski, además de ser mi entrenador, se convirtió un poco en un tutor mío. Estaba pendiente de mis estudios y dedicaba mucho tiempo personal a mejorar mi técnica individual. Sobre todo en el tiro y en el manejo de balón. Yo estaba en una residencia, la Ramón Llull, cercana a donde él vivía y al Club Layetano, que tenía unas instalaciones donde todos los días por la mañana dedicaba hora y media a mejorar mis conocimientos del baloncesto. Fueron dos años muy importantes, en los que además también conviví mucho con la familia de Eduardo, con su mujer, con los hijos (que luego jugarían al baloncesto)… Es un recuerdo imborrable.
Además, en Barcelona conocí a la que luego sería la madre de mis hijos. Me casé con una catalana a la que había conocido en unos Juegos Universitarios. Ella jugando al baloncesto en la facultad de Derecho y yo concentrado con el equipo nacional. A través de un amigo en común, la conocí y se generó una familia que me dio cuatro hijos.
Después, llegó al Real Madrid.
Tras los Juegos Olímpicos de Roma 60, en los que hicimos un torneo más que decente (aunque quedamos por debajo del octavo puesto) y como consecuencia de aquel buen momento, el Madrid consideró que me podía incorporar a su equipo. Era la ilusión de mi vida. Pasé a formar parte del equipo con el que he vivido mi mejor etapa deportiva sin ninguna duda.
En el curso del debut, ganó la primera de sus 12 ligas y de sus nueve copas. El dominio de aquel Madrid debió ser lo máximo para usted.
En aquella época, realmente éramos superiores a la mayoría de equipos nacionales. En Europa, me parece que fuimos la primera delegación oficial que viajó a Rusia. Eso marcó también un hito deportivo y en el baloncesto. Ha quedado en el recuerdo de todos los que estuvimos. Nos enfrentábamos al TSKA de Moscú, que era el equipo poderoso de aquella época junto con los italianos y los yugoslavos.
¡Hasta tuvo que aplazar su boda para poder jugar una final europea contra los rusos!
[Risas] Así fue. Era previsible que la temporada terminase a finales de mayo y a finales de junio teníamos prevista la ceremonia. Como llegamos a la final a doble partido contra el Moscú, que se celebró en Madrid y en Rusia… Ganamos en Madrid de 18 puntos y perdimos en Moscú de 18. La boda se había atrasado al 5 de agosto y celebrábamos el tercer partido el día 3. Entonces, la cosa quedó así. Pero vamos, llegué a tiempo.
Justo en esa temporada, la 62-63, pasó algo que quizás no sepa mucha gente: pudo haberse marchado del Madrid porque recortaban el presupuesto de la sección de baloncesto.
Sí, hubo un momento en que Don Santiago (Bernabéu), la Junta Directiva y los socios veían que el baloncesto producía un gasto que consideraban importante y que sin él las cosas podían ir mejor. Se planteó el tema de escindirlo. Apareció la televisión, Raimundo Saporta (gran artífice de que el baloncesto estuviese en el Madrid y en España) se preocupó siempre mucho y las cosas mejoraron. A mí me renovaron por tres años cuando un mes antes se me había anunciado que para la temporada siguiente no habría baloncesto en el Real Madrid.
La primera Copa de Europa madridista, en la que usted estuvo, sería especial, pero dice que se queda más con la segunda.
Fue contra el TSKA de Moscú. En un torneo de Navidad en el que yo había jugado por debajo de mis posibilidades, se había pronosticado que terminaba mi carrera deportiva. La realidad es que a partir de ahí tuve la suerte y el acierto, a base de trabajar enormemente, de seguir muchos años en la élite y haber sido campeón de Europa también por tercera y cuarta vez en mi época.
Ahora es muy difícil ganar dos Copas de Europa seguidas, pero las cuatro que usted consiguió se ganaron así, de forma consecutiva.
Bastante seguidas, menos un intervalo de un par de años que me parece que caímos en semifinales. Jugamos dos finales más. Ganamos cuatro y jugamos seis en total. Ahora, el baloncesto, felizmente, ha mejorado en todos los órdenes y el Real Madrid está viviendo la mejor época de todos los tiempos.
De hecho, la última Copa de Europa que ganó llegó tras una de las pocas lesiones que tuvo mientras jugaba.
Tuve una contracción vertebral en el entrenamiento del día anterior. A través de un tratamiento en Lyon (donde se jugaba la final) de un acupuntor que recomendó un antiguo futbolista francés del Real Madrid, pude jugar nueve minutos. Pero como si fuese un espectador del partido. Se ganó y tuve ocasión de participar.
¿Cómo era jugar y convivir en ese equipo de leyenda, del que todo el mundo se acuerda hoy?
Fue una época en la que había un gran compañerismo y amistad entre todos los que componíamos la plantilla. Había más estabilidad que ahora, puesto que los jugadores jugaban más tiempo en los equipos. Se generaba un tejido muy sólido en todos los órdenes. Tuvimos la suerte de estar acompañados por entrenadores de primera fila, fundamentalmente Pedro Ferrándiz, también alma importante en aquellos tiempos. Y jugadores de un nivel extraordinario, como Clifford Luyk entre otros, y después Ramos, Paniagua, Cristóbal Rodríguez, Carmelo Cabrera, Juanito Corbalán…
Una época dorada en el Real Madrid, que no es comparable ahora porque, para mí, el Madrid tiene el mejor equipo de todos los tiempos. Lleva una racha de 16 temporadas en las que yo he estado vinculado a ellos en las que ha puesto el baloncesto en los límites más extraordinarios que jamás se podían pensar.
Con España, quizá sus mejores momentos llegaron en los Europeos de 1963 y 1969.
Tuve la suerte de ser elegido mejor jugador del campeonato en el primero. En los tres siguientes formé parte del equipo ideal del torneo. Mi paso por la selección española, en la que participé en 175 partidos sin faltar a ninguno (tuve la suerte de no tener ninguna lesión grave), me dieron la satisfacción de ir mejorando poco a poco el baloncesto español y adquiriendo más prestigio para él. Hoy podemos sentirnos orgullosos del equipo nacional, con los laureles de campeones de Europa y del mundo e importantísimo. En senior, júnior, infantil, juveniles e incluso en baloncesto femenino, que también ha dado un gran salto cualitativo.
Debió ser toda una experiencia disputar dos Juegos Olímpicos.
Sí. En esa época, ya eran de los acontecimientos deportivos más importantes. Me perdí los de Tokio 64, no nos clasificamos en Ginebra. Yo creo que por una maniobra que realizaron los checos y los franceses. Pero bueno, eso queda como simple anécdota. Tuve la suerte de estar en Roma y en México.
Entonces, había una gran diferencia con Estados Unidos. Recuerdo un partido amistoso, cuando íbamos a Roma, que jugamos contra ellos en Lugano. En ese equipo estaban Jerry West, Oscar Robertson, Walt Bellamy, Bob Boozer… Luego serían profesionales extraordinarios. No sabíamos qué hacer delante de ellos, esa es la realidad. En fin, eso es la historia y así se ha hecho el baloncesto. Hoy nos podemos enfrentar a ellos con la mayor de las dignidades y hasta ganarles en alguna ocasión.
¿Y qué me dice de esa rivalidad en la cancha con Nino Buscató que se convertía en una gran amistad fuera de ella?
Eso es lo que veo positivo del mundo del deporte. Con Buscató compartí muchas horas en el equipo nacional e hicimos una gran amistad que seguimos manteniendo, pero en la cancha éramos rivales a morir (risas).
Hablando de rivales, ¿qué equipos se lo hicieron pasar peor?
En la primera época con el Real Madrid, los de Europa del Este, comenzando por los rusos. Luego los italianos, porque su baloncesto estaba muy fuerte y traían norteamericanos muy importantes. Cuando jugábamos contra equipos europeos, sobre todo del Este, nos creaba mucha dificultad que físicamente fueran mucho más grandes que nosotros.
Todo el mundo le consideraba, ahora y antes, uno de los mejores jugadores de la historia en España y Europa. ¿Usted lo sentía y lo siente así?
Lo que sentí siempre es que estaba muy bien arropado en mi equipo, con unos compañeros extraordinarios y unos entrenadores que siempre se preocuparon por mí. Jugaba muchos minutos y se decía y escribía que era uno de los mejores jugadores de Europa. Son cosas siempre gratas de escuchar y leer, pero eso me obligaba a trabajar con más intensidad día a día y a dedicarle todo el tiempo posible al baloncesto. Sin olvidar que no era la época profesional que se vive ahora y había que hacerlo compatible con los estudios, el trabajo después y pensar que el baloncesto no iba a ser la solución de mi vida. Estaba planteado así.
¿No le dio rabia retirarse justo antes de la plata del Europeo del 73?
Bueno, rabia no. Lo único que fue un desatino mío. Si hubiese seguido jugando, estoy convencido de que habría estado convocado con la selección. De eso no me cabe la menor duda. Se acercaba ya el decir adiós al baloncesto. Tenía mi familia y mi trabajo más o menos proyectado y había que dejarlo, porque empezaban a existir exigencias en el equipo nacional, estar un mes o dos meses con concentraciones y campeonatos. Después me arrepentí porque me hubiera gustado mucho estar en Barcelona. Pero la vida es así.
¿En el Madrid era estresante estar obligado a ser el mejor siempre?
Con esas condiciones asumí venir. Eso tiene un desgaste sobre todo psíquico, que hace que llegue un momento en el que tengas que tomar la decisión de dejarlo. Aunque quizás, forzando la máquina, hubiera podido jugar dos o tres años más. Lo hice hasta los 36, creo que estuvo bien y fue oportuno el que yo me retirara.
Años después, tuvo una breve experiencia como entrenador en Valladolid (1984). Y hasta ahora.
Sí, fue una experiencia que afronté con mucha ilusión, porque la pasión por el baloncesto siempre ha estado en mi persona. Me pareció una oportunidad única, pero me salió muy mal. Decidí alejarme de las canchas porque soy consciente de que para entrenar hay que tener también unas cualidades que seguramente yo no reúno.
Eso sí, ser el presidente de honor del baloncesto madridista, que ahora pasa por uno de sus mejores momentos, es todo un orgullo para usted.
Sin ninguna duda. Florentino Pérez quiso desde el primer momento que yo estuviera presente dentro del Real Madrid. Para mantener de alguna manera su filosofía de que la gente que ha pasado por el club tiene siempre un recuerdo y una presencia no sé si necesaria, pero importantísima. He visto la evolución del baloncesto de cerca, estando con el equipo, y estos últimos años, en los que no se pueden conseguir más éxitos: campeones en todos los torneos en los que se participa con una frecuencia inusitada. Copas de Europa, ligas, copas… La verdad es que ese valor por el que apostaron Florentino y su directiva cuando llegaron al club no ha podido ser más rotundo.
Este sábado celebra su 80 cumpleaños. Cuando echa la vista atrás, en la vida y en el baloncesto, ¿con qué se queda?
Separo dos etapas importantísimas. La deportiva, como acto principal, fue magnífica y llena de recuerdos muy gratos. Y otra, que se produce en esta fase final de mi vida cuando Florentino me incorpora al club y también participo, ya de otra manera, de los éxitos del club. Me siento orgullosísimo de estas dos etapas en un club como el Real Madrid, que estará siempre en mi corazón.
Entretanto, se han producido 80 años ya en mi vida. He constituido una familia, perdí a la que fue la madre de mis hijos pero encontré a otra mujer extraordinaria con la que convivo en mi día a día… Aficionada, por cierto, al baloncesto y al Madrid. Yo diría que una forofa de primer nivel. Mi balance es muy positivo. No me puedo quejar. ¿Qué quiere que le diga? (Risas) No voy a mirar para atrás. Espero mirar hacia adelante y ojalá pueda estar al lado del Real Madrid, como hasta ahora, el resto del tiempo que me quede.
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