Hace una semana, el Barcelona mandaba un aviso a navegantes que pocos se tomaron en serio. ¿Por qué había que tener en consideración una victoria liguera abultada ante el Bilbao Basket, de capa caída esta temporada? Por lo visto durante toda esta Copa del Rey. Y, en especial, por la final. Este equipo ya no es el que dejó Sito Alonso. Ni el de Alfred Julbe ante el Maccabi. No, esta versión azulgrana es la que se presupone que debe prevalecer. La que hizo campeón a un equipo totalmente desahuciado hace escasas fechas.
Y sin ningún tipo de piedad con un Real Madrid al que Pesic y sus hombres minaron en moral y juego poco a poco para acabar superándolo. Que no destrozándolo. Aunque quizá sí en lo psicológico. Porque, cuando todo parecía perdido, los blancos estuvieron a punto de remontar y tuvieron balón para ganar. Sin embargo, la final se cerró con victoria del Barça y polémica: una posible falta de Claver sobre Taylor casi sobre el bocinazo [Narración y estadísticas: 90-92].
Hay finales que, por desgracia, son un tostón. Y la primera parte de la que nos ocupa no fue precisamente la alegría de la huerta (tampoco la segunda mitad fue especialmente de las que hacen afición, salvo su final de infarto). Demasiados fallos. Un exceso de tiros libres. Un baloncesto control infumable. La táctica frente al espectáculo. La defensa por encima del ataque. La dictadura de los pequeños detalles y más bien nulo espectáculo. Aunque en ese escenario se presentaron alternancias, parecía que los términos en los que se iba a mover el partido favorecerían más al Barça.
Es matemático: cuando juega contra el Madrid, Ante Tomic siempre tiene algo que demostrar. Las ganas que tenía de hacerlo bien ante su exequipo, como acostumbra, quedaron patentes nada más arrancar el duelo. Tavares también empezó muy entonado, con su capacidad de intimidación a pleno rendimiento. Pero había poco espacio para las canastas en juego. Por minutos, muy poco. Ya que no podía anotar con el reloj en marcha, Luka Doncic tuvo que sumar de uno en uno desde el tiro libre. Qué remedio.
Una pena que Rudy Fernández no pudiese estar más en cancha durante la primera mitad (el tobillo volvió a darle guerra). Cuando entró a pista, también lo hizo un aire fresco muy necesario: robo, mate al contragolpe, buenos marcajes… Fue poco después cuando Thompkins encestó un triple para colocar ocho arriba a los suyos. Puro espejismo: Oriola y Ribas, dos de los mejores jugadores del Barça en esta Copa, no tardaron en volver a poner en funcionamiento la maquinaria azulgrana.
Si la defensa del Madrid había hecho dudar a los hombres de Pesic, estos consiguieron generar esa sensación entre los jugadores de Laso con la suya. Poco a poco, el ataque del Madrid se fue diluyendo. Tampoco había sido especialmente espléndido hasta entonces (apenas tiro exterior, por ejemplo), pero a partir del segundo cuarto cayó en saco roto. Una circunstancia que el Barça aprovechó de la mano de Tomic, Oriola y Ribas, su tridente de lujo este domingo. Con la aparición, más puntual que en cuartos y semifinales, de Heurtel, MVP de esta Copa.
Tras el descanso, la situación sólo fue a peor para los blancos. Rudy era el único que parecía capear el temporal, con ayuda a duras penas de Thompkins y Campazzo. En un abrir y cerrar de ojos, el Barça pasó a mandar por hasta 18 puntos apoyándose en el tiro exterior: Ribas, Hanga, Sanders… Por si fuera poco, Oriola seguía haciendo las delicias de su afición. Y la defensa azulgrana crecía y crecía, con un Madrid totalmente falto de ideas en la parcela ofensiva y con la batalla del rebote perdida.
Ante un marcador tan adverso, la solución del Madrid en busca de la remontada fue tirar triples a discreción. Una no demasiado convincente por momentos. Sobre todo, por los numerosos fallos que llegaron desde el perímetro durante demasiados minutos. Y por la respuesta inmediata al otro lado de la cancha. La final se escapaba de forma lenta y dolorosa, al igual que la quinta Copa consecutiva. Poco importó que Carroll intentase que sus compañeros no dejasen de creer. El partido parecía más que muerto antes de entrar en los últimos minutos.
Lo parecía, porque el Madrid logró ponerse a cinco puntos a menos de minuto y medio para el bocinazo, a tres a 20 segundos y a dos, el más difícil todavía, a 11. Esperen, aún hay más: ¡los de Laso llegaron a tener bola para ganar! Gracias a Thompkins, que se puso el traje de salvador, el suspense mantuvo en vilo al Gran Canaria Arena hasta las últimas consecuencias. Aunque todo quedó en nada. Sanders, también capital, ya había dictado sentencia sin saberlo a pesar de los intentos de remontada madridistas. Ribas y Oriola fueron otros contribuyentes desde la línea de personal.
Ante el individualismo que reinó en el Madrid, el colectivo por bandera en el Barça. Mientras en un bando habían ido desapareciendo protagonistas, en otro se había mantenido e incluso incrementado su número. Y, a pesar de todo, el Madrid soñó con un imposible, ganar lo que había parecido absolutamente vetado, hasta ese vuelo de Taylor que acabó en nada. El efecto Pesic, ese que había que valorar en su justa medida en un partido de la entidad de este, es real. El Barça vuelve a ganar la Copa cinco años después de levantarla por última vez. Y, de paso, corta una racha histórica del eterno rival en este torneo. ¡Quién lo hubiera dicho hace tan sólo unos días!
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