Érase una competición, la Copa del Rey de baloncesto, a un jugador pegado. ¿Quién no recuerda una o varias ediciones por culpa de las estrellas que hicieron grande al torneo? Solozábal, Petrovic, Perasovic, Pau Gasol, Bodiroga, Rudy Fernández, Sergio Llull… Luka Doncic también se ha ganado ser célebre por mucho tiempo en el baloncesto español, pero no por sus méritos coperos. Es muy posible que se haya despedido para siempre del evento (los cantos de sirena de la NBA obligan), sin que un título del Real Madrid o un premio MVP en él hayan llevado su firma.
Los 18 años tan bien madurados del esloveno le siguen dando unos réditos estadísticos increíbles. Habría que ver cuántos jugadores han rayado a un nivel tan soberbio con su edad en la Copa: se pueden contar con los dedos de una mano. Y, sin embargo, a Luka siempre se le pide más. Hay inconformismo con esos 20, 28 y 16 de valoración en los cuartos, semifinales y final de Gran Canaria 2018. Menos con su actuación ante el Iberostar Tenerife en la antesala del duelo por el título, pero no con el concurso mostrado ante el Unicaja y el Barça.
Ante el conjunto malagueño, pesaron las dificultades que tuvo para contener a un Waczynski desatado en el perímetro. También su mal día en el lanzamiento (un 0/4 en tiros de dos compensado con un 3/7 desde el triple), que llevó a Doncic a anotar sólo 11 puntos. Aunque capturó cinco rebotes y dio cinco asistencias, no fue el mejor día del niño.
Tampoco estuvo tan lúcido como de costumbre en la gran final. Sólo los tiros libres (12/16) salvaron su hoja de servicios ofensiva (una canasta de cuatro intentos y 0/4 en triples), lastrada por un gran marcaje de Hanga. El rebote (cinco) y el pase (tres) engordaron su valoración. Fríos números. No evitarán que lo que quede en el recuerdo sea que fue ajeno a cualquier tipo de protagonismo en la remontada que el Madrid estuvo a punto de culminar. Cuando todo parecía ya perdido, la esperanza se recobró gracias a Thompkins, Carroll y Rudy Fernández.
Por su parte, Luka sólo volvió al primer plano cuando, lleno de rabia, tuvo que ser contenido por sus compañeros justo después del bocinazo final. Acababa de sufrir un golpe involuntario de Oriola y, desbocado, iba a por él. Claro, estaba destrozado. Ni siquiera una victoria le habría encumbrado a los altares como tantas y tantas otras noches. Casi todas las papeletas para ser designado mejor jugador de la Copa si el Madrid hubiese levantado su quinto entorchado consecutivo las tenía Rudy.
El alero mallorquín fue decisivo en los tres partidos de los blancos: siete puntos fundamentales a la hora de la verdad en cuartos, un control del partido magistral en semifinales y liderazgo a borbotones en la gran final. Luka sólo compitió en ascendencia con Fernández ante el Tenerife. Por culpa de 17 puntos (5/7 en tiros de dos que compensaron su 2/7 en triples; no ha sido su mejor fin de semana con el tiro exterior), siete rebotes, cinco asistencias y cuatro robos. Ya lo había dejado caer en la previa: tenía ganas de jugar ese partido.
Y todos. Pero, quién sabe por qué, Doncic no ha acabado de encontrar el idilio con la Copa desde que explotó definitivamente. Muchos contaban con un galardón individual para él si el Madrid la ganaba. Como en 2017, cuando el mejor año de Llull se interpuso en su camino. Mientras 'El Increíble' deshacía entuertos y rivales a cada cual más peligroso, Luka también encontraba su techo personal en semifinales: 23 puntos (7/9 en tiros de dos y 2/3 en triples), seis rebotes y tres asistencias para 26 de valoración contra el Baskonia.
Antes, 12 puntos (2/4 en tiros de dos y 1/5 en triples), 10 rebotes y siete asistencias para 23 de valoración frente al Andorra. Después, nueve puntos (1/2 en tiros de dos y 1/3 en triples), cuatro rebotes, seis asistencias y dos robos para 13 de valoración en la final ante el Valencia Basket. Entonces hubo título, como principal diferencia. Además, ahora el fenómeno Doncic es una bola de nieve aún más gigantesca de lo que ya era el año pasado por estas fechas.
Si en Vitoria ya se le miraba con lupa, en Las Palmas ha habido el doble o el triple de atención para Luka. Hace tiempo que todo se magnifica en torno a él: sus éxitos y sus fracasos, sus palabras y sus silencios, sus sonrisas y sus llantos. De rabia pura, como los de este domingo en Canarias. El chaval tiene unas dotes ganadoras innatas, como cualquier jugón que se precie. Odia perder. Y aún más incumplir las expectativas que hay depositadas en él. No obstante, puede estar orgulloso. De su equipo, como afirma. Pero también de sí mismo. Porque quizá Luka Doncic no haya conseguido domar a la Copa del Rey, pero sí aprender de ella. Ya saben: lo que no te mata te hace más fuerte.
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