El cortocircuito que sufrió el Real Madrid en Israel no se lo creían ni los propios jugadores del equipo blanco: un 16-0 favorable al Maccabi nada más arrancar la segunda parte. Sin duda, uno de los momentos más comprometidos para Laso y los suyos en lo que va de curso. O, directamente, el que más. No obstante, un gran equipo también lo es en las adversidades, cuando la pasta de campeón que se le presupone debe salir a relucir. Y la del Madrid lo hizo: cuatro minutos sin anotar, cuatro puntos de Felipe Reyes por mediación de un tres más uno. Aunque quien ahuyentó a los fantasmas con más ganas fue Rudy Fernández. De triple en triple, le dio al Madrid el triunfo en un partido tan loco que amagó con desnortarle hasta los últimos segundos, territorio de un Llull casi siempre fiable bajo presión (82-89: narración y estadísticas). De Mallorca a Menorca, los blancos cantaron victoria.
Los 11 puntos del menorquín en el último cuarto (14 al final) no pudieron resultar más oportunos. Después de demostrar que es humano (0/8 en triples), su equipo agradeció que volviese a un nivel estratosférico a la hora de la verdad. Sus fallos desde el perímetro fueron bien compensados por Rudy (16 puntos, 4/8 en la larga distancia), que sacó su fusil exterior a tiempo para sacar del ensimismamiento al Madrid.
Normal estar en una nube, porque la primera parte tuvo un color merengue apabullante. Sobre todo, por la nueva exhibición de músculo del juego interior visitante. Mientras se engrasaba el tiro exterior, Thompkins, Ayón y Hunter se adueñaron de los focos. No sólo en ataque, sino también mediante una intimidación capital para explicar el triunfo defensivo del Madrid durante todo el partido. El Maccabi, pérdidas mediante, no podía estar más maniatado. Sólo clásicos como Devin Smith, Ohayon y Zirbes parecían mantener el tipo israelí. Cada pelea por el rebote era un dolor de muelas para los locales.
Por si el rival no tenía suficiente castigo ya, el Madrid volvió por sus fueros triplistas de la mano de Jaycee Carroll. Hay que ver la buena sintonía que tiene el escolta de Wyoming con los segundos cuartos. La temperatura de este auténtico microondas baloncestístico siempre es óptima en el periplo hacia los 20 minutos de partido. En cuanto empezó a anotar, él y sus compañeros se gustaron en exceso y no hubo quién les parase. 13 arriba al descanso y amago de partido europeo cómodo.
Pero nada más lejos de la realidad. En la segunda parte hubo mucha explosividad, sí, pero también por parte del Maccabi. Los americanos del conjunto israelí se pusieron sus mejores galas para traer las tablas de vuelta al encuentro. Se esperaba un buen concurso de Weems y Goudelock, excelsos tiradores. Ellos no sorprendieron, pero sí lo hizo un todoterreno llamado Victor Rudd. Capaz de ser determinante tanto por dentro como por fuera, cambió el rostro de su equipo por completo y reivindicó el espectáculo de esta Euroliga, donde todos juegan contra todos y nadie se esconde.
¿Un remix de la final europea de 2014? No, desde luego que no. Los chicos de Laso no pasaban por ahí. Superaron su caraja, volvieron a defender y acabaron encontrando respuestas en la parcela ofensiva. No sólo con acento balear, sino también estadounidense, porque Carroll recuperó el buen toque triplista y Anthony Randolph sacó a pasear su clase en el mejor momento posible. Qué importantes son sus pequeños grandes pasos minuto a minuto, partido a partido, para este Madrid.
Poco importó que el 'Big Three' yankee del Maccabi intentase cambiar el signo del partido por activa y por pasiva, incluso cuando el reloj ya descontaba segundos. O que DJ Seeley hiciera gala de unas cualidades de desatascador revalorizadas el curso pasado en el Gran Canaria. O que Colton Iverson diese estopa en la pintura. Al final, la (falta de) defensa volvió a jugarle una mala pasada a los israelís. Y, por consiguiente, la mano de Elías pudo menos que la de Rudy, Llull y todo el Madrid, ganador de un pulso tan comprometido como cabía esperar.