Un 16 de octubre de 2000, Real Madrid y Olympiacos disputaban el primer partido de la historia de la Euroliga en la capital española. Entonces, la primera canasta fue para uno de los jugadores visitantes, Dino Radja, pero la victoria se la llevaron los locales (75-73). Casi 16 años después, con idéntica ciudad como marco y los mismos equipos frente a frente, la historia se repitió: Vassilis Spanoulis se quedó en lo simbólico anotando la primera canasta de la nueva Euroliga (estrena formato), pero el Madrid volvió a adueñarse de lo importante: la victoria y las sensaciones (83-65: narración y estadísticas).
El partido empezó a teñirse de blanco cuando Sergio Llull decidió salir a la cancha del Barclaycard Center con el halo de 'Increíble' bien dispuesto. 15 puntos llevaron su firma en el primer cuarto (22 al final), dejando claro que el Madrid tampoco se iba a guardar nada en su debut europeo. Y menos el jugador franquicia, que, partido a partido, sigue haciendo méritos para que su 2016 quede considerado como el mejor año de su carrera. El 23 no entiende de Supercopa, Liga o Euroliga: siempre que puede, le da a su juego el aire 'jordanesco' sugerido por su dorsal.
En plena lucha contra los elementos, el Madrid tuvo que imponerse hasta a su propio marcador. Fallo tras fallo, el electrónico del Palacio le jugó malas pasadas durante un buen rato. Había que cantar el tanteo del encuentro a viva voz, como antaño, como si la Euroliga hubiese retrocedido en vez de consumar su tan pretendido avance. Pero el Madrid no se iba a quedar anclado en el pasado de la Copa de Europa baloncestística, que le pertenece. No, el presente e incluso el futuro de la máxima competición continental también pueden ser suyos.
Como toda buena obra de arte que se precie, la de Laso y los suyos está compuesta de pequeños trazos que acaban formando un todo descomunal: un triple de Llull, una suspensión con step back de Rudy, una asistencia de Doncic, un mate (y qué mate) de Randolph, un rebote de Felipe Reyes, una 'bomba' de Carroll… Ya que hablamos del escolta norteamericano, suya fue la responsabilidad de hacer de Llull durante unos cuantos minutos. Y no defraudó, tan explosivo como acostumbra, con el modo microondas bien activado.
Pero, ¿qué sería del cuadro de este Madrid sin otro elemento como la defensa? Porque hizo falta recurrir a ella. Como para no teniendo enfrente a un Olympiacos más que cómodo poniendo en práctica la táctica del conejo: ahora te dejo que te creas que puedes escaparte, ahora vuelvo, ahora me pongo por delante, ahora hago una falta para cortarte el ritmo… Spanoulis empezó tratando de igualar la pericia anotadora de Llull para después aparecer más en momentos puntuales. En los que duelen, por si había alguna duda. Como Printezis, desde luego.
Por cosas como éstas hizo falta que los blancos se mostrasen serios atrás, sobre todo en la pintura. Era necesario con la intimidación de Khem Birch dejando buenos réditos para los griegos. Por eso, Ayón y Rudy anduvieron listos en la caza y captura de rebotes y, en el caso del primero, tapones. Ellos brillaron más que Trey Thompkins por aportar también en ataque, pero el trabajo sucio del interior norteamericano fue encomiable. Del de Reyes, por habitual, ya ni hablamos.
En los minutos vitales, el juego interior madridista también hizo méritos para salir por la puerta grande del Palacio. Randolph siguió dejando pinceladas de su juego y Hunter no se achantó de ninguna manera ante su exequipo, con alley-oop final incluido. Como tampoco lo hizo el conjunto local en pleno, firme y sereno a pesar de los puntos exteriores de un Lojeski en trance desde el triple.
Por mucho que el Olympiacos se resistiese a sacar la bandera blanca, Sfairopoulos y los suyos la acabaron ondeando, como el resto del pabellón. Doncic se vino arriba en la parcela ofensiva, Llull anotó su habitual triple prácticamente sobre la bocina final y el Barclaycard cantó aquello de "Somos los reyes de Europa" con total orgullo. Porque, definitivamente, este Madrid va muy en serio.