El Darussafaka muestra al peor Madrid de Laso
Los turcos sacaron los colores a los blancos, carentes de alma durante casi todo el encuentro y sin hallar su habitual estilo espectacular y solvente (81-68).
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23 de abril de 2015. Es la fecha de la última victoria del Real Madrid en Turquía, que sirvió para eliminar al Efes en los playoffs de la Euroliga. Fue en la antesala de la última Final Four que coronó como reyes de Europa a los blancos. Sergio Rodríguez todavía hacía magia en las filas madrileñas, Bourousis aún no triunfaba en otros lares (no jugó ese día), el nuevo formato de la liga europea no existía y a Marcus Slaughter le sonaba a chino el Darussafaka Dogus. Su actual equipo y el encargado de prolongar la racha negativa del Madrid en tierras turcas: las dos temporadas sin ganar allí continúan en liza, provocando en esta ocasión uno de los peores partidos de la era Laso. Hasta puede que no sea descabellado catalogarlo como el menos lúcido en una época cargada de brillo (Narración y estadísticas: 81-68).
El gran culpable de que los blancos vayan a seguir teniendo pesadillas con el gran enemigo común del baloncesto europeo (cuatro equipos turcos en la máxima competición europea) fue, en primera instancia, Will Clyburn. Su actuación desde el perímetro se cargó la escasa buena dinámica de un Madrid casi siempre frío este jueves, pero que llegó a mandar hasta por 10 puntos en Estambul. Cuando sólo lo hacía por siete, los locales trenzaron un parcial de 16-2 letal en el segundo cuarto. Fue entonces cuando empezaron a ganar el partido.
En el banquillo, como siempre, David Blatt sabía lo que se hacía. Esta historia ya la había visto en la final europea de 2014, cuando su entonces Maccabi remontó precisamente ante el Madrid para ganar el título en la prórroga. Conocía al dedillo al rival y lo demostró, porque hacía mucho que no se veía a un conjunto blanco tan desdibujado y carente de alma. Los chicos de Laso nunca se sintieron cómodos con el ritmo del partido, ni siquiera cuando mandaron en el electrónico. Tanto haciendo la goma como liderando el encuentro, el Darussafaka se mostró superior.
Dejar a uno de los equipos que mejor anota de Europa en 11 y 13 puntos respectivamente en un par de cuartos (el segundo y el tercero), y en 68 al bocinazo, dice mucho del gran trabajo de los turcos. Sin demasiados referentes ofensivos, el partido había que ganarlo atrás. Y así lo hicieron los dueños del Volkswagen Arena, que, de paso, anotaron los triples pertinentes para adueñarse del encuentro cuando fueron menester. Quien creyese que Blatt y sus chicos iban a ser un mero convidado de piedra en esta Euroliga (fueron invitados a disputar la competición) estaba muy equivocado.
Bien sabía el Madrid que el rival era de armas tomar. Sin Llull, Randolph ni Thompkins, Reyes, Ayón y Hunter fueron quienes mejor remaron ante el apagón generalizado. También Maciulis y Doncic, de lo poco salvable de los visitantes en una noche para olvidar desde el triple. Tan sólo se celebraron seis (de 26 intentados) por los nueve (de 18) del rival, con un Wanamaker especialmente certero. Él fue el encargado de rematar en última instancia al campeón español, con una exhibición final que le llevó a conseguir su mejor marca anotadora en la máxima competición europea: 27 puntos.
Todavía no puede fiarse todo a la Doncicdependencia, por mucho que el niño maravilla esloveno intentase multiplicarse en el rebote y el pase durante varios minutos. Con el equipo de Laso sumando 13 pérdidas (sólo cinco turcas), definitivamente fue una jornada oscura. Reiteramos, puede que la más negra del Madrid en las últimas temporadas, superados con esfuerzo los 60 puntos cuando el equipo promedia 90 por encuentro.
No hubo carácter o síntomas de remontada en ningún momento. Tampoco la pasión que tanto suele acompañar al baloncesto de este equipo. Quizá esa sea la clave para explicar por qué el que posiblemente sea el conjunto que más ha enamorado a la canasta europea recientemente despechó por completo y puede que como nunca: por tosquedad, fealdad y desgana de su juego. En resumen, porque la ilusión se quedó, como hacía mucho tiempo que no ocurría, en casa.