Un equipo, y menos uno de cierto caché, no puede presentarse a un encuentro contra el vigente campeón de Europa con los brazos bajados antes incluso de producirse el salto inicial. No cuando ese equipo se está jugando la vida en la Euroliga, con el billete para los playoffs cada vez más caro (por no decir ya imposible). No cuando se arrastran 20 derrotas entre la competición europea y la ACB, que ahora son 21: 15 en el escenario continental y 6 en el español. No cuando hace tiempo que las lesiones dejaron de ser una excusa creíble para el auténtico problema del Barça de baloncesto en este curso 2016-2017: el carácter. Uno que, por si no había quedado ya suficientemente claro, brilló por su clamorosa ausencia ante el CSKA de Moscú [Narración y estadísticas: 61-85].
¿Qué confianza puede generar, tanto a nivel interno como externo, un equipo que, para seguir con su círculo vicioso de penumbra esta temporada, cuaja un primer cuarto tan sonrojante como para arrojar un resultado de 4-29? Ninguna, desde luego. Y menos cuando, tirando de la hemeroteca del gran Javier Gancedo, comprobamos que estos 4 puntos son la peor anotación del Barça en un periodo de Euroliga en toda la historia de la competición. Y que esos 25 puntos desfavorables tras los 10 primeros minutos (tope negativo azulgrana) se quedaron a una canasta de convertirse en la mayor diferencia histórica tras un cuarto de la máxima competición continental: los +27 de la Kinder Bolonia ante el Estudiantes (39-12) en la campaña 2000-2001.
También la valoración arrojó un dato humillante para el conjunto azulgrana tras ese acto inicial cargado de despropósitos: 47 CSKA, -7 Barça. ¡54 de diferencia! La paradoja más cruel para los hombres de Georgios Bartzokas (el hombre que, por cierto, dejó al Barça en la que ya es su segunda peor anotación en 10 minutos en la Euroliga: 5) es que, a pesar de las consecuencias fatales de todo lo que dejaron de hacer en esos compases iniciales, ganaron dos de los tres parciales restantes. ¿Por méritos propios? No, por dejadez de un CSKA que ganó el duelo tan rápido como para dejarse llevar, aunque sin echar el freno, en el mundo que aún quedaba de partido.
De Colo, Kurbanov y Higgins fueron los jugadores rivales más destacados entre la comodidad reinante minuto sí y minuto también en las filas de Dimitris Itoudis. Nada había que temer por el triunfo, pues el alma del Barça no hizo por reaparecer en ningún momento. Otra vez, y ya son varias en lo que va de campaña, los jóvenes dejaron las mejores sensaciones. Vezenkov y sobre todo Diagné fueron los únicos sinónimos de lucha en el bando azulgrana. Ni (el sobreexplotado) Rice salvó los muebles.
Normal que el Palau volviese a tirar de pañuelo: la situación era para echarse a llorar, y mucho. Nada ni nadie encuentra la tecla para rescatar de las catacumbas a este Barça. Ni siquiera lo que parecía funcionar bien en las últimas fechas sucumbe a la desazón generalizada. Porque quizá el mejor ejemplo del auténtico calvario de este equipo, que pelea por escapar del olvido cuando debería pujar por la gloria, sea Xavier Munford. Al menos este viernes, porque no dio una a derechas.
Como el conjunto de la plantilla a la que pertenece, que debe empezar a plantearse seriamente si es de recibo ofrecer esta imagen. Por su propia dignidad, por la ajena (público, rivales y demás estamentos) y, sobre todo, por la del baloncesto. Porque asistir a espectáculos tan dantescos como el de este auténtico funeral de la canasta es irritable. Más allá de colores y de gustos.