Poco faltó para que Luka Doncic se partiese la camiseta a dentelladas, lleno de furia en los instantes finales del nuevo compromiso de Euroliga ante el Khimki. Acababa de fallar un triple que habría puesto al Real Madrid un punto por delante a 22 segundos del bocinazo. Pero el niño es humano. Y también lo son sus compañeros. La fe blanca fue digna de admiración, pero acabó saltando por los aires. Pesaron más, por ejemplo, las pérdidas de balón: tres de Doncic, 19 en total para su equipo. Y, desde luego, una irregularidad que acabó traduciéndose en derrota, la primera seria del curso [Narración y estadísticas: 80-86].
El partido fue de muchas idas y venidas para el Madrid, que salía y entraba en el duelo a partes iguales. Tan pronto dejaba que los rusos amenazasen con dejarlo todo sentenciado antes de tiempo como traía de vuelta la emoción a base de defensa y acierto. Uno que siempre favoreció más a los visitantes, que tuvieron uno de esos días en los que, se quiera o no, todo entra. O casi todo. Y no sólo gracias al sospechoso habitual de turno, un Shved que dio el do de pecho cuando peor dadas vinieron.
Todo sigue girando en torno a Alexey en Khimki, pero ahora hay vida más allá de él. Los americanos del equipo se encargan de insuflarla: Anthony Gill, James Anderson, Malcolm Thomas… Y, por descontado, un Charles Jenkins cuyo tercer cuarto valió su peso en oro de cara al triunfo moscovita. Como el de Stefan Markovic, cerebral en la dirección e incisivo atrás. Ni siquiera hizo falta que Thomas Robinson estuviese a la altura de las circunstancias: tuvo bastante bien cubiertas las espaldas.
Por otro lado, el juego del Madrid quedó demasiado abocado a las rachas. Por mucho que siga habiendo unas cuantas buenas noticias que celebrar en las filas blancas: el buen momento de Taylor, un siempre voluntarioso Felipe Reyes, la entrega de Maciulis en plena 'Nocionización', los chispazos de lucidez de Randolph en su vuelta… Sin olvidar los buenos minutos de Causeur, el 'morro' que le pone Campazzo a este juego y, también, las fases de éxtasis de Doncic.
Y, a pesar de todo, faltó algo. El Khimki se escapaba por encima de los 10 puntos de ventaja o se instalaba en unos cómodos seis, el Madrid volvía, el Madrid daba cierta sensación de poder remontar… y vuelta a empezar, con los rusos escapándose. Las imprecisiones se llevaron por delante la esperanza que dejaron latente una técnica a Bartzokas y un triple de Carroll para colocarse tan sólo dos abajo en los últimos minutos. No se mimó el balón como de costumbre (13 pérdidas en la segunda parte, siete en un tercer periodo infame en ese sentido) y la muñeca tampoco acompañó. Además, la desconcentración también jugó malas pasadas a algunos (Ayón) a la hora de la verdad.
Aunque, de nuevo a pesar de todo, los locales no se dieron por vencidos en ningún momento. Los equipos grandes también lo son por su capacidad para sobreponerse a los malos días. Y el Madrid estuvo a punto de hacerlo gracias a su raza incondicional. Por eso, el primer tropiezo a tener realmente en cuenta del curso (no se perdía desde las semifinales de la Supercopa) no deja, ni mucho menos, un regusto amargo. Todo lo contrario: la actitud, a pesar de las catastróficas desdichas que se fueron acumulando en el camino, fue inmejorable.
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