Poco después de que uno de los iconos de la era Bartzokas en el Barça, Tyrese Rice, abandonase por fin el equipo azulgrana rumbo a China (tras meses de 'calvario' pagado), su exentrenador resoplaba en Moscú. No hubo manera de que la suma de individualidades de su Khimki funcionase como colectivo ante el Real Madrid. La banda nunca pudo afinar sus instrumentos y cada uno hizo la guerra por su cuenta, empezando por Shved. Enfrente, todo lo contrario, tanto en ataque como en defensa. Normal que la estrella rusa se chocase una y otra vez con el muro de cada uno de sus defensores. Y que sus compañeros apenas supiesen volar solos sin su guía. También que el equipo con mayúsculas, el visitante, prevaleciese [Narración y estadísticas: 78-95].
“Creo que, al final, dentro de un equipo tienes que tener un poco de todo. Siempre pongo el ejemplo de la orquesta. Si los que tocan el violín son muy buenos y el del piano te destroza toda la sinfonía, estás jodido, con perdón. Queremos que esto sea una orquesta y que el que toque el platillo lo toque en el momento”. Pablo Laso ha conseguido que las declaraciones que realizaba a este periódico al comienzo del curso pasado cobren un sentido absoluto ahora. En este Madrid, todos saben cuál es su papel, y lo desarrollan en el lugar y el momento más apropiados. No hay ni un platillo que no suene a su debido tiempo.
Para muestra, el primer cuarto realizado este viernes: fue toda una oda al cariz colectivo que define, en primera y última instancia, al baloncesto. Y que definió toda la actuación visitante. Los jugadores madridistas disfrutaban en la cancha y hacían disfrutar al respetable porque todos iban a una. Y con efectividad. Causeur era el ejecutor principal, pero Campazzo, con su magia en forma de pases eléctricos, y Tavares, cada vez más temible bajo los aros, no se quedaban atrás. Casi todos los tiros y asistencias encontraban su destino. En una canasta, porque en la otra…
Desde luego, parece que hay un mundo de por medio entre el Khimki de hoy y el que llegó a colocarse segundo de la Euroliga cuando ganó a este Madrid en el partido de ida. Le falta Thomas Robinson, cierto, pero la falta de soluciones ante el vendaval ofensivo y defensivo que sufrieron enfrente fue incluso indignante. El triple era el único maná al que agarrarse, en busca de una remontada siempre inútil. Más cuando a Shved se le hizo de noche en muchos momentos y Gill fue de lo poco salvable (o lo único) aparte de la estrella. El batiburrillo imperó frente a cualquier tipo de seriedad.
Cuando Doncic salió al campo en el segundo cuarto, la cosa pintaba realmente bien para los suyos. Y ya se encargó él de que las cosas sólo fueran a mejor desde que entró en acción. Con el detalle importante de que fue mero contribuyente y no capital en el triunfo. Así de bien estuvo el resto del equipo. Difícil que alguien no encontrase resquicios para lucirse: Carroll, Taylor (Shved tendrá pesadillas con él y con Rudy), Thompkins, Yusta, la versión ofensiva de Rudy…
Aunque los focos se centraron más en Tavares. Como las faltas dejen de empequeñecerle, cosa que no hicieron en este encuentro, hay pívot de mucho recorrido para los blancos. Y lo mejor es que su intimidación es contagiosa: el Madrid asusta, y con él en forma el disfraz de monstruo gana mayor convicción. La pregunta queda en el aire: si el equipo de Laso rinde así ahora, ¿cómo lo hará cuando recupere a sus (importantes) lesionados?
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