“Marty, Marty, tenemos que volver al pasado”. Pablo Laso no tiene aspecto de científico loco, ni mucho menos. Y, sin embargo, en estos momentos puede que se sienta un poco 'Doc' Brown. Y qué decir de Sergio Llull, convertido en todo un Marty McFly baloncestístico. Pintaban bastos ante los Thunder y el jueves espera el Valencia Basket, pero al menorquín le dio igual. Recordó el gran sabor de boca de ganar a la todopoderosa NBA, paladeado por primera vez casi diez años atrás (2007, 104-103 ante los Raptors con 17 puntos suyos), y soñó. Con tanta fuerza como para forzar una prórroga. Con tan pocas ganas de despertar como para ganar de nuevo a un equipo de la mejor liga de baloncesto del mundo y ser, como entonces, el líder indiscutible. Y con 22 puntos por montera (142-137).
Mates, parones eternos, cheerleaders, música en pleno juego… Sí, definitivamente la NBA había vuelto a Madrid. Aunque, en primera instancia, lo hizo sin sorpresa alguna. Durante la primera mitad, los Thunder dejaron claro que, como había predicho Abrines, este amistoso no era sólo un entrenamiento para ellos. La exhibición visitante era tan abrumadora que las últimas ediciones del All-Star se quedaban cortas en cuanto a podredumbre baloncestística. Mientras los triples, los mates y el espectáculo se sucedían a un lado de la cancha, la más absoluta calma se imponía en el otro.
El Madrid también hacía buenas las palabras de Ayón en la previa: el compromiso sólo era un entrenamiento. O, al menos, eso se deducía del escaso baloncesto que se dejaba ver por el Barclaycard Center. Carroll era la mejor noticia de los blancos, que primero pensaban en sus propios asuntos (la ACB, como es lógico) y después en lo que tenían enfrente. Tan sólo el aspecto externo de la cancha se asemejaba al de un encuentro digno de la NBA. Dentro de ella, únicamente parecía haber un equipo.
Pero, como dirían en “Regreso al futuro”, la historia se puede cambiar. Y, poco a poco, el Madrid fue ofreciendo con más y más fuerza la imagen de equipo pudiente de Europa que se espera de él. Así, la acción cada vez se trasladó más a la canasta en la que anotaban los blancos. Triple tras triple, los hasta más de 20 puntos de renta de los Thunder acabaron convertidos en una mera anécdota.
Para nada lo fue la reacción local. Llull, que ya había dejado bien clara su impronta de 'clutch player' sobre la bocina del segundo cuarto, se hartó de meter tiros con el reloj marcando la hora. También lo hizo en el tercer periodo y en el último, forzando los cinco minutos extra. No estuvo solo en el perímetro: Thompkins y Rudy, junto al ya mencionado Carroll, le secundaron con garantías.
A la hora de la verdad, Nocioni y Hunter también sacaron las metralletas. Y, sin remedio, a los Thunder se les puso cara de Real Madrid y viceversa. De nada importó que Kanter sentase cátedra en la zona o que Westbrook y Oladipo consumasen una auténtica bacanal ofensiva. Ni siquiera Abrines, auténtico villano para la afición madrileña, pudo cambiar la suerte de los suyos desde el perímetro.
El Palacio, hasta entonces más bien frío, acabó mutando en una auténtica olla a presión. Desde mediados del tercer cuarto hasta el final de la prórroga, el Madrid se dejó llevar en volandas hacia el triunfo. Por la convicción de su juego y por el calor y la fe inquebrantable de su afición. Tanto como para acabar celebrándolo y, por un breve momento, regresar hasta 2007. Desde luego, un DeLorean así no pasa todos los días.
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