22 de noviembre de 1963. John Fitzgerald Kennedy, 35º presidente de los Estados Unidos, es asesinado a tiros en un descapotable mientras su comitiva desfila por las calles de Dallas. Larry O'Brien viaja cuatro o cinco coches más atrás del presidencial. Se trata de uno de los hombres de confianza del político más importante del mundo en su formación, el Partido Demócrata. Será uno de los portadores de su ataúd horas después y asistirá a una jura de mandato presidencial insólita: la de Lyndon B. Johnson en el Air Force One, primera y única de la historia de las barras y estrellas celebrada en un avión.
5 de junio de 1968. Menos de cinco años después de la muerte de JFK, su hermano Robert corre la misma suerte. El palestino Sirhan Sirhan le dispara a bocajarro en el Hotel Ambassador de Los Ángeles, arrebatándole la vida y el sueño de alcanzar la carrera presidencial. 'Bob' había ganado las primarias demócratas en California y lo estaba celebrando. Larry O'Brien era uno de los miembros clave de su equipo de campaña.
17 de junio de 1972. Cinco hombres son arrestados en el edificio Watergate de Washington, cuartel general de los demócratas de cara a las próximas elecciones presidenciales. Hojeaban documentos e intentaban colocar micrófonos allí. Más tarde, se demostraría que recababan información que pudiese ser utilizada en favor del presidente republicano, Richard Nixon. El hombre que acabó dimitiendo el 8 de agosto de 1974 a consecuencia de este escándalo político de grandes magnitudes. La Oficina del Comité Nacional Demócrata, donde todo comenzó, era la del líder del partido, Larry O'Brien.
Quién iba a pensar que uno de los políticos demócratas más influyentes de su tiempo acabaría dirigiendo la NBA, la liga de baloncesto por excelencia. Que la salvaría de su época más tenebrosa y sentaría las bases de la posterior revolución de su delfín, David Stern. Que haría tanto, y tan bueno, que el trofeo de campeón de la canasta estadounidense llevaría su nombre desde 1984. De alguna manera, O'Brien estaba predestinado a ello desde que nació.
La aventura política
Porque lo hizo en Springfield, Massachusetts, un 7 de julio de 1917. El lugar donde James Naismith ideó el juego que originalmente consistía en meter un balón en una cesta de melocotones. Un deporte que Larry practicó en su juventud, aunque sin demasiado éxito: “En el primer partido que jugué, tiré un gancho desde el medio campo tan pronto como cogí el balón. Fallé. La siguiente vez, debajo de la canasta, tampoco metí. El entrenador me quitó y ese fue el último encuentro que disputé”, dijo en la revista People.
Al joven O'Brien se le daba mejor trabajar de barman en el bar-restaurante familiar, a la vez que estudiaba Derecho por las noches una vez graduado en el instituto. La política le interesó siempre, influido por su padre, uno de los líderes locales del Partido Demócrata. A los 11 años, en 1928, ya fue voluntario en la campaña presidencial de Al Smith. Con 22, en 1939, le eligieron presidente de la Unión de Empleados de Hoteles y Restaurantes. Se libró de entrar en batalla en la Segunda Guerra Mundial por sus problemas de vista, casándose después del conflicto.
Sus dotes para idear buenas campañas electorales empezó a demostrarlas con Foster Furcolo, padrino en la boda de sus padres. Larry le ayudó a conseguir un escaño en la Cámara de Representantes en 1948, a la segunda tentativa. Fue el primer contacto de O'Brien con Washington, aunque él y su jefe acabaron divididos. Volvió a casa a los dos años, pero un joven de ascendencia irlandesa como él le trajo de vuelta a la capital en 1952: JFK.
Aunque se habían conocido en 1947, no fue hasta entonces cuando ambos hombres empezaron a trabajar juntos. Larry ayudó a John Kennedy a convertirse en senador por Massachusetts en 1952 y también a ser reelegido en el cargo en 1958. Cuando decidió intentar alcanzar la presidencia de los Estados Unidos, O'Brien pasó a formar parte de su staff a todos los efectos como director de campaña. Algunas de sus estrategias políticas dieron un rédito inmenso a su gran valedor: el registro de los votantes, la importancia de las mujeres como voluntarias, unas buenas relaciones con la prensa, el escrutinio telefónico, hacer simple el mensaje…
Aquello dio el resultado más propicio en 1960, cuando John llegó a la Casa Blanca y nombró asistente especial a Larry. Pasaba a formar parte de su círculo de confianza, “la Mafia irlandesa”. Como puente entre la presidencia y el Congreso, ayudó a convertir en ley las políticas de “Nueva Frontera” con las que Kennedy buscaba transformar y modernizar su país. Pero el fuerte vínculo entre los dos acabó abruptamente con la muerte de JFK, como ya sabemos.
Consejero del presidente Johnson durante un breve período (orquestó su campaña en 1964), O'Brien dejó la esfera presidencial en 1965 para dirigir el servicio postal estadounidense hasta abril de 1968. Después, otro final de aventura trágico con un Kennedy de por medio (“Volví a Springfield sin nada que hacer y sin querer hacer nada, pensando que no iba a poder superar aquello otra vez”), a la par que lideraba otra carrera electoral: la de Hubert Humphrey. Tras pasar fugazmente por el mundo de la empresa, la política volvería a llamar a su puerta: sería el líder de los demócratas entre 1970 y 1972, como ya lo fuera en 1968 y 1969.
Lo que sabían o no los integrantes de su partido sobre algunos acuerdos de negocio ilícitos entre el presidente Nixon y el multimillonario Howard Hughes acabó instigando, entre otros motivos, el caso Watergate. De ahí el asalto a la oficina de O'Brien, que supuestamente tenía esa información comprometida para los republicanos, meses antes de las elecciones del 72, en las que coordinaba la candidatura de George McGovern. Nunca se supo con seguridad cuál fue el papel de Larry en esta trama ni tampoco si ocultó o no información a los afamados periodistas Woodward y Bernstein, que la destaparon. Después de todo aquello, la política terminó para él. Resurgían sus orígenes: el baloncesto.
Vuelta a las canchas
“La primera vez que me llamaron para preguntarme si estaba interesado en el trabajo, no lo estaba”, declaró O'Brien en una entrevista. Se refería a la posibilidad de convertirse en el tercer comisionado de la historia de la NBA, tras Maurice Podoloff (1946-1963) y J. Walter Kennedy (1963-1975). Larry solía bromear con que le gustaría ser el propietario de los Boston Celtics, pero acabó dirigiendo la liga en su conjunto.
Lo hizo desde 1975, bendecido por Mike Burke, el presidente de los New York Knicks a cuyos partidos solían acudir O'Brien y su señora. Resulta curioso que una de sus primeras medidas en el cargo fuese desfavorable para su padrino baloncestístico: vetó un traspaso ilegal de los Knicks, con una multa de 100.000 dólares para la franquicia y la pérdida de la elección número uno del Draft.
Sí, a O'Brien no le tembló el pulso con nada ni nadie, como en su carrera política. Casi fue a hito por año. La primera final de la historia en la que los dos entrenadores en liza eran afroamericanos (Al Attles y K.C. Jones) se disputó en sus primeros meses de mandato. Con la ABA aplicó el “Si no puedes con el enemigo, únete a él”: aquella liga alternativa del balor tricolor perdió fuerza con los años y acabó absorbida por la NBA en 1976. El mismo año en el que el nuevo comisionado negoció su primer convenio colectivo liguero (después llegaría el de 1983).
Por entonces, nació la figura del agente libre a raíz del caso Oscar Robertson: desapareció la cláusula que hacía que los jugadores estuviesen ligados de por vida a un solo equipo, incluso al que les elegía en un Draft que se volvió menos confuso gracias a O'Brien. La liga pasó de tener 18 equipos a 23: San Antonio Spurs, Indiana Pacers, Denver Nuggets y New Jersey Nets llegaron en 1976 y Dallas Mavericks lo hizo en 1980. Además, el exdirigente demócrata consiguió traer algo de unidad a una competición donde cada franquicia y propietario hacían la guerra por su cuenta hasta la llegada del aliado de JFK.
En la que quizá fue la época más oscura de la historia de la NBA, O'Brien capeó el temporal con nota. Intentó mitigar las tensiones raciales y la violencia en la cancha, que tuvo su punto álgido con el impactante puñetazo de Kermit Washington a Rudy Tomjanovich a finales de 1977. Con él también llegó una nueva dimensión al juego gracias a la introducción de la línea de tres puntos en 1979. El mismo año en el que Larry Bird y Magic Johnson se convirtieron en profesionales.
Antes de su eclosión, Kareem Abdul-Jabbar y Julius Erving eran las grandes estrellas de una NBA que apenas generaba interés. Para muestra, el sexto y decisivo partido de las finales de 1980 se emitió en diferido y algunos encuentros de playoffs ni siquiera tenían cobertura televisiva. La situación cambió a partir de 1982, cuando se firmaron sendos contratos históricos con la CBS (por elevado) y la televisión por cable (por novedoso). Las audiencias y la asistencia a los pabellones, en horas bajas durante buena parte de los 70, acabaron remontando el vuelo.
O'Brien también creó el límite salarial en 1983, buscando una mayor igualdad entre los distintos equipos. Quería una economía mejor y más estable para la competición. Ese mismo año estableció un estricto programa antidrogas, movido por los problemas de numerosos jugadores con el alcohol y distintas sustancias nocivas. Una de sus últimas aportaciones como comisionado fue alargar el fin de semana del All-Star, implantando el archipopular concurso de mates a petición de su sucesor, David Stern. Un heredero que transitaría y mejoraría la misma senda tras nueve años de una era O'Brien de cambio constante, profundo y crucial para despertar de su letargo a la NBA.
Tras presidir el Salón de la Fama del baloncesto en su Springfield natal (1985-87), Larry O'Brien murió víctima del cáncer el 28 de septiembre de 1990. De jugador de baloncesto frustrado a barman, de voluntario demócrata a líder del partido y de político a comisionado de la NBA durante 73 años intensos y vertiginosos. Se fue sin anotar una canasta desde el centro de la pista, pero sí unas cuantas en los despachos.
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