Cuando Luis Mejía Sánchez divisó la meta tras tres días de barro, lluvias monzónicas y desfiladeros imposibles, aún tenía opciones de ganar la tercera y última etapa de La Ruta de los Conquistadores. Una curva antes, apenas le separaban tres metros de su gran rival en la prueba, Josep Betalu. La fina arena de la playa entorpecía cada pedalada de ambos, pero ni siquiera la certeza de que tendría que sudar sangre para recorrer ese insignificante tramo le detuvo a la hora de dejarse ir, de permitir a su dignísimo rival hacerse con la victoria y entrar seis segundos por detrás... Los grandes ciclistas de la historia siempre han acostumbrado a renunciar a la batalla cuando saben que la guerra está ganada.
Se apeó y cruzó andando la meta en segundo lugar, pausadamente, con la bici en ristre. Lo que exudaba su piel tenía un color mortecino, más propio de un soldado de trinchera, una imprecisa mezcla de barro, sudor y sangre. Con una amplia sonrisa entre orejas, se prestó enseguida a recordar -entre suspiros y ante los micrófonos oficiales- a su equipo, a su familia y a sus amigos. No sólo había sobrevivido a la carrera más dura del mundo. También la acababa de ganar.
Ocurrió en noviembre, el mismo día en que España entera permanecía contemplativa frente al televisor, el ordenador o la tablet, obnubilada por el primer gabinete de Gobierno electo en casi un año. En Costa Rica, donde tiene lugar cada año La Ruta desde que se instaurase en 1993, Cospedal en la cartera de Defensa pasaba totalmente desapercibida. En parte por la natural indiferencia de los medios caribeños a las cosas nimias de los 'conquistadores'. Pero, sobre todo, gracias a la gran campaña de marketing diseñada por la organización para vender "la carrera más dura del planeta".
Montaña, jungla y puentes inestables
La grandeza de La Ruta no reside tanto en la cantidad como en la 'calidad' de su dureza extrema. Sus participantes se ven obligados a enfrentarse a elementos que poco tienen que ver con los plácidos senderos serpenteados de la mayoría de las competiciones de mountain bike. Aquí son un sueño: nada, ni siquiera un clima favorable, garantiza al corredor comenzar y acabar la carrera sentado sobre el sillín.
Antes de llegar a la suave arena de la playa, apenas 30 kilómetros atrás, jungla y lodo envolvían el horizonte. "No se ve más allá de un metro", se quejan entonces los menos acostumbrados. Las lianas que penden de los árboles, exhalando humedades e insectos, impiden continuar a pie en ciertos tramos. La flora brota donde no debe y convierte pedregales transitables sobre ruedas adecuadas en escurridizas trampas para los más novatos.
Son carriles-bici selváticos, que obligan sin señales de tráfico a los corredores a formar fila de a uno para recorrerlos. A veces, incluso, hay quien tiende su mano al rival -da igual que sean hombres o mujeres, senior o junior- cuando su bici se enreda en una raíz gigante que sobresale del suelo, o cuando hay que trepar literalmente, con el vehículo a rastras, por una de las empinadas crestas y colinas, empapadas o directamente anegadas, que constituyen la 'alta montaña' de la carrera.
Una ruta con historia
No se trata de un trazado azaroso, ni siquiera laxo en su recorrido como ocurre en otras pruebas de resistencia extrema como el Dakar, sino una recopilación de las rutas que utilizaron los conquistadores españoles en el siglo XVI para atravesar Costa Rica desde el Pacífico al Mar Caribe. Un total de 135 kilómetros -en la edición de 2016-, que apenas suponen una etapa del Tour de Francia o la Vuelta a España. El problema es que en las 'Grandes Boucles' no hay un volcán previsto en el itinerario, un elemento que se eliminó a última hora del trazado final porque el Turrialba se volvió "demasiado activo", según los organizadores.
En su lugar, los participantes tuvieron que coronar una montaña por una ladera prácticamente vertical. Sin embargo, el plato fuerte de cada año es la ruta minera, cuyos raíles atraviesan la jungla, y que obligó a los corredores a recorrer varios puentes de dudosa consistencia con la bicicleta de nuevo a cuestas. No es de extrañar que los percances se sucedieran a lo largo de los tres días que duró la prueba, ni siquiera que la ventaja entre el primer y el séptimo clasificado superase la hora. No en vano, Luis Mejía Sánchez ganó La Ruta de los Conquistadores por apenas once minutos. Aunque, como sucede en la novela de Coelho, once minutos pueden significar un infierno.