Fernando Jubero (Barcelona, 1974) llevaba sólo tres meses en su primer banquillo profesional y su equipo, el Guaraní, iba penúltimo en la Liga paraguaya. “En ese momento me podían haber despedido perfectamente. Fue un punto de inflexión”, explica con la perspectiva que da el tiempo. Guaraní terminó esa temporada tercero y se clasificó a la Copa Libertadores 2015 con récord absoluto de goles; un año después vendería cara su piel ante River Plate (posterior campeón) en las semifinales del torneo de clubes más importante de Latinoamérica.
Este psicopedagogo y ex profesor de primaria había llegado a Paraguay en 2012 como director deportivo del segundo equipo más antiguo del país. Un día le preguntaron si quería tomar las riendas del banquillo y no se lo pensó. Tenía 39 años. “Siempre me ha apasionado mucho el fútbol, y llegó un momento en que vi que no me dedicaría profesionalmente como jugador”, relata Jubero sobre sus inicios. “Quería seguir vinculado, estudiaba y a la vez entrenaba a equipos de categorías formativas; ahí empecé a hacer el camino, siempre entrenando […] Hasta que en 2003 surgió la posibilidad de ir a trabajar al Barcelona como observador de jugadores y analista de rivales para el filial. Ello me dio una perspectiva global del fútbol, amplió mi punto de vista”.
En paralelo, Jubero trabajaba como profesor de escuela primaria. En 2008 le ofreció empleo una organización internacional que buscaba talentos balompédicos en África, Asia y Centroamérica (Aspire Soccer Dreams). Empezó a recorrer el mundo (“una experiencia fascinante”) y descubrió Paraguay, donde años después conocería a su mujer, Elva, y nacería su hijo, Ferrán.
En dos años el barcelonés ha logrado revivir el sentimiento de pertenencia a un club con hondas raíces culturales, llamado el ‘aborigen’, que arrastraba décadas de declive. Guaraní no ganaba un partido en la Copa Libertadores desde 2004. Y a domicilio, desde hace 35 años. El equipo empató este año su primer encuentro de Libertadores y perdió 4-1 el segundo, en la histórica cancha de Racing de Avellaneda, el 24 de febrero. Jubero rememora que aquel partido le dejó, pese a la goleada, una buena sensación. “Con 2-1 les tuvimos ahí, pero en dos contras nos hicieron el tercero y el cuarto”, recuerda; “es eso que dicen: a veces se gana y a veces se aprende. Ahí nos dimos cuenta de que podíamos. El equipo mutó. El día después, a pesar de la tristeza por la derrota, le dije al presidente que nos íbamos a clasificar a octavos. Debió de pensar: este loco…”
Pero no volverían a perder un partido en cinco meses, hasta las semifinales contra el River de 'Lucho' González, Kranevitter o Funes Mori. En abril, después de ganar a Racing de Avellaneda en la vuelta en Paraguay, los aurinegros dieron su primera gran sorpresa a la afición y se clasificaron a octavos de final por primera vez desde 1997. Se habló de que su rival en esa instancia, Corinthians, perdió el último partido de la primera fase (ya clasificados) para cruzarse con los paraguayos. Su presupuesto es 30 veces mayor. “Les ganamos 2-0 en casa y allí 0-1, algo tremendo. Crecimos anímicamente muchísimo”, recuerda Jubero. En la ronda siguiente, cuartos de final, volvió a corresponderles “por casualidades de la vida” Racing de Avellaneda. “Un equipazo” liderado por Diego Milito, ídolo local.
La ida se disputaba el jueves 21 de mayo; el domingo anterior, día 17, Guaraní se jugaba contra Sol seguir luchando por el campeonato local. La federación paraguaya de fútbol no tuvo mejor idea que colocarles un partido de Liga atrasado ese martes 19 por la tarde, 48 horas antes y después de sus cruciales encuentros. “Evidentemente”, aclara Jubero, “fue para perjudicarnos en ambos torneos". Guaraní ganó el domingo y perdió el martes, con muchos suplentes, pero el jueves volvió a ganar a Racing (1-0) en casa. Una semana después, en Buenos Aires, empataron 0-0. ¿Había soñado alguna con llegar a unas semifinales…? “No exactamente con esto, no, pero sí, he soñado siempre con conseguir cosas importantes”.
Todos defendemos y atacamos de verdad, no es un eslógan. Nosotros no tenemos cracks.
“Yo creo mucho en que el futbolista primero es persona y luego futbolista”, repite Jubero cuando se le pregunta por las cualidades de un equipo. “Debes saber qué hay detrás de la máscara. Para conocer al jugador y para que rinda al máximo […] Nosotros trabajamos mucho a nivel de valores, de solidaridad, esfuerzo, trabajo en equipo, responsabilidad compartida. Queremos un lenguaje simple, pero que llegue a todos. Todos defendemos y atacamos de verdad, no es un eslógan. Nosotros no tenemos cracks”. El 70% de los jugadores de Guaraní proviene de la cantera, y se suman jugadores veteranos como la dupla de centrales, Rubén Maldonado (36 años, varias temporadas en Italia, repescado ahora de la segunda división argentina) y Julio Cáceres (35 años, ex Boca y River, con paso por Europa y por Brasil).
¿Cómo se puede sacar tanto rendimiento de una plantilla limitada técnicamente? “Tenemos que estar todos al 100%, si uno está por debajo sufren todos los demás […] Un entrenador ha de ser suficientemente hábil como para que los jugadores entiendan que lo que más les puede beneficiar es que al equipo le vaya bien y consiga sus objetivos, que todos se impliquen. Acomodar sus objetivos individuales en el objetivo colectivo. Y para ello debes conocer bien a los jugadores y sus diferentes motivaciones”. Jubero dispone en la cancha un 3-4-3, “jugando el balón desde atrás, con un repliegue defensivo a tres cuartos de campo y responsabilidad ofensiva de los 11, con mucho énfasis en la circulación, la amplitud, la intensidad, la movilidad y la creación constante de espacios”. Pero por detrás de los conceptos futbolísticos, insiste, “siempre están los valores propios de cualquier equipo de trabajo: iniciativa personal dentro de un funcionamiento colectivo, compromiso y responsabilidad. El error forma parte del juego, pero las actitudes egoístas no son admisibles”.
Bastante refractario, por ahora, al “marketing que domina algunas áreas del fútbol”, el entrenador español recalca la “gran responsabilidad de los futbolistas a la hora de transmitir valores a los niños” y dice ser “bastante poco idólatra”. No le impresiona “nada” saludar en una banda a un gran técnico de un equipo rival, por ejemplo. Dice respetar más a un preparador “que trabaja con muchachos de 8 años, que siente la profesión y le apasiona, que ayuda a crear una sociedad mejor. A veces se vende más lo que no es fútbol que el fútbol y las personas”. El único entrenador que le marcó muchísimo, “ya desde joven, fue Xabier Azkargorta. Además de gran técnico, es una persona con contenido, con un discurso coherente. Me ha hecho ver muchas cosas”.
Fernando Jubero parece feliz en Sudamérica, donde “todavía se vive un fútbol en estado puro, menos contaminado, y todo el día”, pero empieza a recibir llamadas de clubes más cercanos a su ciudad natal y no sabe cuánto tiempo seguirá en Paraguay. Con más de 100 partidos ya a su espalda en Guaraní, se confiesa enamorado de la capacidad de entrega y de superación del jugador local. “No es casualidad que dos equipos paraguayos hayan llegado a las dos últimas finales de Libertadores [Olimpia y Nacional], ni estas semifinales”, recalca. “El compromiso, por ejemplo… Aquí, por el calor, se entrena todo el año a las 7 de la mañana. Muchos se tienen que levantar a las 5 para tomar el colectivo y llegar a tiempo. De lunes a viernes, aunque después no jueguen, aunque no vayan ni al banquillo. Y vienen todos los días. En España, si son suplentes tres domingos, a lo mejor no vuelven”.