El PSG es un 'grande' del fútbol europeo, pero hasta hace doce meses no se lo creía. Desde el inicio del proyecto actual habían llegado a cuartos de la Champions y tenían argumentos futbolísticos para competir, pero no se veían capaces de tener una noche europea mítica, que son las que construyen a los ganadores; incluso llegan a crear campeones que por su nivel futbolístico no son fiables, como el Chelsea de Di Matteo.
Hace un año el PSG empezó a darse cuenta de su grandeza en Stamford Bridge, donde la temporada anterior había fracasado. Tuvo la primera jornada épica en Europa del proyecto actual. Y para ello superó una roja a Ibrahimovic, el marcador en contra en dos ocasiones y los fantasmas de otras temporadas. Era la primera vez que el PSG moderno eliminaba a un equipo con la etiqueta de candidato.
El Chelsea tampoco olvida a su rival de octavos. En 2014 el PSG les hizo creerse capaces de la hazaña, a pesar de sus limitaciones, pero en 2015 comenzó la demolición del proyecto de Mourinho. Desde aquella noche el equipo londinense se limitó a asegurar el título de Premier (que ya tenían en el bolsillo) y resguardarse para otro asalto. Pero la vida ha cambiado mucho en apenas doce meses.
Una rivalidad moderna
Tanto londinenses como parisinos se han asentado de manera más o menos reciente entre los 'grandes' europeos. El azar les ha convertido en enemigos; es la tercera temporada consecutiva en la que PSG y Chelsea se cruzan en una eliminatoria de Champions League. Dos proyectos construidos para hacerse con el cetro continental, algo que el Chelsea menos preparado consiguió y que el PSG espera alcanzar de una forma más estable.
Comparten la misma fórmula: estrellas, inversión y varios años de esfuerzo –a los de Abramovich le costó ocho temporadas. La eliminatoria de esta campaña sitúa a los franceses en un momento decisivo para confirmarse y al Chelsea sumido en la incertidumbre, pero con la ilusión de plantar batalla como el Chelsea de Di Matteo, aunque ya no tengan a Drogba, Lampard y Cech para aferrarse cuando lleguen las turbulencias.
El asalto definitivo
El PSG necesita ser grande en Europa, su proyecto pasa por eso. En los últimos años han conseguido mejorar su plantilla (Pastore, Matuidi, Lavezzi, Thiago Silva, Ibrahimovic, Verratti, Cavani, David Luiz, Di María) y convencer a los mejores para que no se vayan (el último de ellos Verratti, que ha renovado esta semana hasta 2020). Una plantilla que ya no tiene retos en Francia.
Los últimos 50 partidos del PSG nos dan buena prueba de ello: 42 victorias, 5 empates y 3 derrotas. Esos tres encuentros perdidos fueron en Champions, los choques ante el Barcelona en cuartos de la edición pasada y la visita al Bernabéu en la fase de grupos de este año. El PSG necesita dar el siguiente paso en Europa, ya que tiene el título liguero decidido (saca 24 puntos al segundo) y sigue vivo en las competiciones coperas domésticas, honores que ya levantó la temporada pasada. Balance más que suficiente para renovar a Laurent Blanc hasta 2018 y elegirle como el encargado del asalto a la Champions. Para cumplir el objetivo necesitan varias noches como la que vivieron en Londres.
A la deriva en el Támesis
El Chelsea de Mourinho que en 2014 se colaba en semifinales eliminando al PSG, era un equipo en construcción, limitado pero convencido de sí mismo. Un año después, con el Chelsea en plena exhibición de sus habilidades, fue sorprendido con la primera gran noche europea del PSG de Blanc. Desde entonces comenzó la cuesta abajo anímica y luego futbolística.
Tras ello, el Chelsea continuó con la inercia ganadora que tenía en Premier, pero se limitó a acabar el trabajo. José Mourinho declaró tras asegurar el título ante el Crystal Palace que había sido “un partido para acabar el trabajo, no para disfrutar”. Una frase que explica el antes y el después del enfrentamiento ante el PSG: antes promediaban un margen de +1,36 goles por partido (goles marcados menos encajados) y después ese dato fue +0,55. Un Chelsea ramplón pero efectivo, que nunca más volvió al nivel mostrado antes de cruzarse con los de Blanc.
Posteriormente la mala gestión de las incorporaciones a la plantilla no ayudó a levantar el nivel futbolístico mostrado en los últimos meses del curso anterior. El Chelsea que se comenzó a derruir con aquel cabezazo de Thiago Silva todavía no se ha repuesto. Ahora, con Guus Hiddink al cargo, el equipo comienza a levantarse. A falta de brillantez están consiguiendo sumar y cada día compiten mejor, aunque siguen lejos de los favoritos.
Ha pasado el mismo tiempo para ambos proyectos, pero mientras uno se ha reforzado con jugadores nuevos, reteniendo a los que ya tenía y asegurando su futuro, el otro ha vivido un declive que le aleja del fútbol europeo para el próximo año y le exige reiniciar. Un año, dos realidades muy diferentes.