Saúl siempre se ha considerado un chico normal. De hecho, no hay nada que indique lo contrario. Creció en una familia de clase media, tiene 21 años y le gusta a hacer lo que a cualquier persona de su edad: echar partidas a la PlayStation, jugar al fútbol… Sin embargo, su encuentro contra el Bayern tuvo poco de convencional. Su control, su amago, su regate y su disparo en la noche del miércoles versaron entre lo irreal y lo imaginario. Él lo hizo sin avisar ni consultar a nadie. Recibió el balón, miró al horizonte, escuchó el rugido del Calderón, aceleró sus pasos sobre el césped, se fajó de dos defensores, encaró a Alaba y dejó que la pelota acariciase el poste antes de meterse en la portería defendida por Manuel Neuer.



La jugada podría haber sido firmada por Messi, Maradona o Cristiano Ronaldo. Y de ser así, habría dado la vuelta al mundo. Incluso, se estaría hablando de cantidades astronómicas por acometer su fichaje. Pero no parece que vaya a ser así. Saúl no tiene nombre de estrella ni parece que lo vaya a ser a corto plazo -aunque su contribución sea mayor que la de algún que otro astro-. Al fin y al cabo, nunca ha aspirado a ello. Su único fin, desde pequeñito, era vivir de lo que más le apasionaba, el fútbol. Y para conseguir su objetivo no dudó en salir de Elche a los 11 años y emigrar camino de Madrid.



No obstante, su trayecto hacia Primera División no ha sido fácil. Saúl llegó a la capital de España y tuvo que superar infinidad de dificultades hasta adaptarse. Primero, en la cantera del Real Madrid, donde sufrió el acoso de sus compañeros. Allí le robaron las botas, la comida… Y además le dejaron sin hacer lo que más le gustaba durante dos semanas, fruto de una carta dirigida al entrenador (y donde no lo ensalzaba precisamente) que jamás escribió.



Pero el centrocampista se sobrepuso a aquel varapalo y buscó refugio en el equipo rival, en el Atlético de Madrid. Pidió 'auxilio' en el Manzanares y allí le hicieron un hueco. Y a día de hoy en el club no se han arrepentido de tomar aquella decisión. Saúl comenzó a crecer pasando por todas las categorías hasta llegar al primer equipo. Y allí se encontró con Simeone, el principal responsable de su progresión en estos últimos años.



Sin embargo, una vez en la cima, de nuevo tuvo que currárselo para jugar en el club de sus amores. El Cholo habló con él y le instó a irse cedido al Rayo. La razón: en el Atlético no iba a tener los minutos que necesitaba a su edad. Y aquello fue lo mejor que pudo hacer. En Vallecas, disputó una totalidad de 37 partidos, marcó dos goles y dio una asistencia. Maduró y creció como futbolista. Qué más se puede pedir. 



Saúl aprobó su ERASMUS en Vallecas y Simeone le hizo un hueco en la primera plantilla. Y, de nuevo, el canterano respondió favorablemente. En su primera temporada en la élite con la casaca rojiblanca disputó 35 partidos, anotó cuatro goles y dio dos asistencias. Pero su mejor momento, como acostumbra a recitar casi de memoria cualquier jugador, estaba por llegar. Y así ha ocurrido. Este curso es indiscutible (44 encuentros, diez goles y cuatro asistencias) y se ha convertido en el comandante en jefe del centro del campo junto a Koke y Gabi.



Ahora, vive su mejor momento. Sigue siendo un chico normal y se ha olvidado de aquellos malos días en la Fábrica. Pero tiene un futuro por delante tan prometedor como real. “El fútbol español tiene otro gran talento”, confesó Pep Guardiola a una pregunta de EL ESPAÑOL en rueda de prensa. Y así parece que es. Porque Saúl es capaz de hacer muchas cosas bien: ayudar en defensa, jugar entre líneas, dar asistencias o llegar al área con peligro. A veces, incluso, puede obrar milagros o hacer cosas como su gol contra el Bayern. El primero de muchos fogonazos. O, sencillamente, el tanto que puede dar la clasificación para la final al Atlético de Madrid. Con eso se conformaría, seguro. 

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