Detrás de toda esa jovialidad, amabilidad y empática cordialidad, Claudio Ranieri esconde años de heridas que han dejado cicatrices, de traspiés que le rompieron más de un par de gafas y de novelas buenas que necesitaron de otros escritores para convertirse en best sellers. El triunfo del Leicester viene a devolverle todo lo que empezó pero nunca ganó, todo ese esfuerzo que si bien no cayó en saco roto, sí lo hizo en el olvido. Cuando nadie esperaba nada de este autor que acababa de hundirse, él se rehízo con la ambición de un principiante. Claudio es un joven de 64 años y por eso ha triunfado.
“No es mi culpa que el Chelsea me quisiera para reemplazar a Ranieri en 2004. Me dijeron que querían ganar y que con él eso no iba a pasar. No es mi culpa que le consideraran un perdedor. Tiene casi 70 años y ha ganado una Supercopa de Europa y otras copas menores. Es demasiado mayor para cambiar la mentalidad. Es un hombre viejo que no ha ganado nada”. Estas declaraciones de Mourinho en 2010 eran tan políticamente incorrectas como realistas, marcan lo que era la esencia de la carrera de Ranieri… hasta ahora. El técnico italiano suma más despidos que títulos importantes en 30 años de carrera, pero su mentalidad nunca se dejó llevar por eso: “No soy como Mourinho, no necesito ganar para estar seguro de mí mismo. Cuando era joven leí a Rudyard Kipling y entendí que la victoria y la derrota son lo mismo: impostores, porque pueden cambiar a una persona. Yo quiero estar en medio y que ni uno ni otro me cambien”.
Extracto del poema ‘Si…’ de Rudyard Kipling:
Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes encontrarte con el triunfo y la derrota,
y tratar a esos dos impostores de la misma manera.
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,
tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas
Ranieri quiso mantenerse en medio, pero lo cierto es que llegó a Leicester completamente sumido por la derrota. Claudio era el seleccionador griego en el humillante 0-1 contra Islas Feroe y Giorgios Sarris, presidente de la federación helena, le definió como “la elección más desafortunada” en la historia del combinado griego. Un mazazo con el que lo normal habría sido poner el punto y final a una obra incompleta, pero no. Jesper Gronkjaer, uno de los fijos en el Chelsea de Ranieri, afirmaba en The Guardian que ese momento define a Claudio: “Habla mucho de él que con 64 años cuando otros se habrían centrado ya sólo en ser seleccionador él volvió a una liga para demostrar que todos estaban equivocados”.
Claudio lleno de ambición y con ganas de batalla cogió las riendas de un reto difícil, un Leicester de zona baja, que acababa de despedir al técnico idolatrado por la afición que les llevó de tercera a asentarse en Premier, en el que varios jugadores habían tenido un escándalo sexual en la pretemporada y al que todos los analistas daban por descendido en las previas. “Mi carrera dio igual después de esos cuatro partidos con Grecia. Mi pedigrí se fue. Me convertí en cuatro partidos. ¿Cómo puede ser posible? Les entrené quince días partidos en cuatro ocasiones. Para mí la reputación no es importante. Soy un hombre honesto. Me gusta mi trabajo, pongo mucha pasión y doy todo mi corazón. Por eso, no me importa si soy ‘bueno o no’, un ‘entrenador viejo o joven’, eso son palabras. Lo importante está en el campo”.
Y en el campo ha demostrado mucho más que cualquier elogio. Su Leicester ha funcionado a base de cohesión, espíritu, acierto y sufrimiento. La solidaridad como clave para hacer creer a un grupo de futbolistas que no estaban llamados a nada importante. “Es algo increíble, no sólo el esfuerzo que hacen los unos con los otros, sino la fortaleza de su grupo. Para mí eso es lo más importante que ha hecho Ranieri”, confiesa Adrián San Miguel, portero del West Ham. Una unidad que ya existía en el tramo final de la temporada pasada, pero que el italiano ha fomentado a base de honestidad, empatía y cordialidad. Joan Capdevila destaca ese aspecto de la etapa de Ranieri en el Atlético, cuando les intervino el gobierno: “Claudio nos protegió y nos mantuvo más unidos. Creo que fue un error echarle, seguro que si hubiese seguido no habríamos descendido”.
Esa fútbol que llama a los sentimientos más sinceros, pero que no admite justificación posible en la derrota siempre ha dejado a Ranieri en tierra de nadie pese a que la norma que ha marcado su carrera es dejar a los clubes en mejores condiciones de cómo los recibe.
Realismo y emoción
Ante todo Ranieri es alguien realista que encaraba a la prensa y le decía que “todavía no hemos conseguido nada, pero hay que creer porque es ahora o nunca para este club” a falta de cinco jornadas. Nada de evitar la realidad y tomar a los medios por tontos, nada de esquivar o vender que pensar en el próximo partido es incompatible con hablar de objetivos. Realismo, realismo y más realismo. Esa manera de ser coherente y honesto es la que nos permite ver cómo se seca las lágrimas tras ganar al Sunderland o la sonrisa de oreja a oreja en el postpartido. Ranieri acerca al espectador a la esencia del fútbol, a la respuesta real y no a la prefabricada que vale en octubre, enero o abril de “contento con la victoria”, “sólo pensamos en el próximo partido” y demás medias verdades que aburren.
Y es que Claudio es pasión: “Sí, soy un hombre muy emocional. ¿Qué pasa?”. Esa naturalidad incontrolada que le hace estallar de júbilo en medio de una rueda de prensa y que también le ha privado del éxito. En el Chelsea él mismo cavó su fosa, todo el mundo le conocía por Tinkerman (algo así como el que apaña o arregla cosas) por su excesiva tendencias a los cambios y rotaciones y en las semifinales de Champions 2004 con el 1-1 en Mónaco se dejó llevar por toda esa emotividad: “Quería ganar a toda costa y dejé que las emociones manejaran mis acciones. Me di cuenta que di facilidades y fue mi culpa”. Con uno más quitó a un lateral (Melchiot) para dar entrada a Hasselbaink, delantero. En cinco minutos su Chelsea encajó dos goles y se hundió. Para la vuelta, ni los seis cambios en el once de Ranieri sirvieron. Ahí se quedó adherida la pegatina de perdedor y pasó de Tinkerman a The Dead Man Walking (El Caminante Muerto) porque Abramovich, dueño del club, ya se había reunido con el entorno de Mourinho antes de la vuelta de las semifinales. De nada importó devolverles a Europa o la mejor posición del club en 50 años. Se despidió de la Premier como un perdedor.
La deuda saldada con el fútbol inglés
Toda esa emoción es la que ha creado el éxito del Leicester. Ranieri es la estrella por primera vez y eso le ha llevado a la gloria. Están Mahrez y Vardy, pero ellos han llegado al Olimpo bajo sus mandos, Ranieri ha sido El General (como le conocían en su primera etapa en Valencia), pero sobre todo ha sido inteligente. “Ha entendido la manera en la que nos salvamos el año pasado y ha retocado (‘tinkered’) un par de ajustes tácticos”, explica su capitán Wes Morgan.
Ranieri ha variado esa tendencia al cambio (el Leicester es el equipo que menos cambios ha realizado y que menos jugadores ha usado en la Premier), pero no ha modificado su esencia. En 2009 cuando llegó a la Roma el club de sus amores, volvió a tirar de honestidad: “He disfrutado mucho viendo a la Roma estos años, lo que ha hecho el técnico anterior [Spalletti] ha sido bueno. Mi filosofía es distinta a la suya, pero espero aportar pragmatismo al club”.
En un tiempo en el que el fútbol continental se rige entre nueves verdaderos y falsos, extremos-interiores, pivotes-centrales, laterales organizando la jugada y porteros fuera del área Ranieri ha hecho un ejercicio de puro pragmatismo: 4-4-2 vintage. Centrales toscos, delanteros curtidos en mil batallas y artimañas, centros laterales y mucha pierna y agresividad por dentro. El italiano ha sabido leer las necesidades de un fútbol inglés que empezará a complicarse tácticamente con Guardiola y Conte pero que, de momento, no requiere demasiados quebraderos, de hecho nadie ha podido frenar el mismo plan del Leicester durante nueve meses (sólo el Arsenal supo manejarse en los enfrentamientos directos). Nada nuevo para Ranieri, como reconoció Luis Milla al periodista Paul Doyle: “Cuando Claudio llegó a Valencia jugábamos un estilo muy diferente, el factor principal fue su adaptación a las necesidades del fútbol español. Evolucionó, llegó con un estilo muy italiano y no tuvo problemas para variar sus ideas”.
El que arreglaba los equipos y se encargó de devolver a la Fiorentina y al Mónaco a primera; o volvió a hacer de la Juventus y el Chelsea aspirantes a los títulos y recordó al Valencia lo que era la Champions; ese entrenador que se quedaba a las puertas de la gloria como le pasó con Roma, Chelsea y Mónaco; ha escrito el capítulo que le hacía falta a su carrera. Las lágrimas que derramó por el Leicester llevaban mucho de fracasos en Grecia, Inter de Milán o Atlético de Madrid; de subcampeonatos en Francia, Inglaterra e Italia; la única diferencia es que esta vez esas emociones no le barrieron antes de tiempo. Nunca es tarde para levantarse y escribir el capítulo de tu vida.