La noche de Champions no cumplió los presagios del día. De vuelta a Madrid hice parada y fonda en El Ermitaño, donde mi amigo Pedro Mario me agasajó con platos y cariño, y apenas llegué a la capital me encaminé a escuchar cómo Pilar Jericó desmenuzaba su interesante y recién publicado libro acerca de la determinación. Así que me dirigí al Bernabéu pletórico de moral. Pero no rematé la jornada. Aunque el Madrid consiguió la clasificación, el partido me dejó un cierto regusto amargo, quizá fruto de los innecesarios apuros finales, tal vez de una manifiesta superioridad agazapada en un conservadurismo excesivo.
Tampoco vi el martes al mejor Atlético, aunque siempre es admirable su continua y ordenada brega y su ilimitada fe. Pero el fútbol es ese extraño deporte en el que cae eliminado el mejor y el que mejor juega despliega (según he oído a multitud de técnicos y jugadores) después de desperdiciar un sinfín de oportunidades.
Aún más curioso resulta que los dos finalistas hayan pasado alguna eliminatoria sin marcar un solo gol. Los colchoneros frente al PSV y los merengues frente al City, que, no olvidemos, fue un autogol. Dos eliminatorias y cuatro equipos sin que ninguno atine en la portería contraria, junto a la eliminación del Bayern, dan para pensar si no habría que darle una vuelta al reglamento para que el juego fuera más atractivo y más justo.
Claro que, a lo mejor, lo que tanto fascina a las masas es esa permanente indefinición en la que nunca sabes lo que va a ocurrir, aún con el riesgo de tragarte dos leños como la semifinal del Madrid o la mayoría de los partidos del último Mundial por poner ejemplos que todos seamos capaces de recordar.
Y es que a fuerza de convivir tanto tiempo con la aleatoriedad ésta parece haberse incrustado en la esencia del mundo del balompié. Basta echar un vistazo a los diferentes caminos que han seguido los dos finalistas. Mientras que el Atleti ha tenido que lidiar hueso tras hueso, el Madrid no se ha topado con grandes obstáculos. En una competición denominada Liga de Campeones, cuyo formato no puede ser más copero, los blancos no han eliminado a ningún campeón de su liga nacional. Aunque, qué más da ese mínimo detalle, si el equipo que va a levantar el trofeo tampoco fue la temporada pasada campeón de nada.
Más o menos como si fueras al cine a ver La caída del Imperio Romano y te largasen La guerra de las galaxias. Pero, en fin, qué importancia tiene a estas alturas que ni siquiera el nombre de la competición se corresponda con su formato, que no se marque un gol en varias eliminatorias o que sea el único deporte en el qué nadie sabe cuándo va a terminar el partido. Ninguna. Para unos, lo importante son las palomitas y la charla, y para otros, el dinero. Fútbol sigue siendo fútbol.