Antes de la tempestad, la selección chilena entró en el campo, una vez más, fuera de sí. No le importaban las bajas de Arturo Vidal o Marcelo Díaz. El comienzo de la semifinal ante Colombia fue la prolongación de los cuartos ante México. Mismas sensaciones, mismas jugadas y misma presión.
Pizzi optó por el Tucu Henández y Silva, en lugar de los ausentes, y además cambió a Fuenzalida por Puch. Punto para él, que está iluminado, es el nuevo salvador. No se habían terminado de acomodar los espectadores más rezagados, y Chile ya ganaba 2-0. Y una de las mejores noticias era que Charles Aránguiz volvía a sonreir. Aprovechó un rechace de Cuadrado hacia su propia área pequeña, tras internada de Fuenzalida, para batir a Ospina en el minuto 6. Aránguiz –Bayer Leverkusen, ex de Internacional de Porto Alegre–, que fue el motor de la Chile campeona en 2015, se ha pasado casi todo el curso lesionado.
Chile seguía con el demonio en el cuerpo, y Alexis controló un prodigioso saque de puerta de Claudio Bravo, recortó, y remató a palo. El estado de forma del Niño Maravilla es para analizar con detenimiento. Y mientras le llovían una vez más los elogios, Fuenzalida llegaba al rechace. Minuto 10. Goles muy típicos del 0-7 contra México, partido calcado.
Minutos después, Alexis remonta la línea de fondo y Ospina se saca de encima como puede el tercer gol chileno. El centro del campo colombiano estaba protegido por Torres y La Roca Sánchez, pero nada de eso daba resultado. No podían parar al campeón.
En el minuto 23, Colombia da señales de vida, Roger Martínez –que sustituía a Carlos Bacca– continúa una buena jugada de James y ensaya el peligro. Sin embargo, la fluidez llegaba muy poco a poco.
Tucu Hernández, con la rodilla machacada en un choque con La Roca Sánchez, se retiró justo antes de la media hora, sustituído por Pulgar. Este cambio desestabilizó a Chile y Colombia empezó a controlar la situación –ya muy necesitada, con una desventaja importante en ele marcador–. James, desde la frontal del área, lanzó cerca del poste derecho. Los de Pékerman, en general, habían logrado amortiguar lo que llevaba tintes de nueva masacre chilena, pero no conseguían reducir distancias.
Después de la tempestad el destino ya tenía escrito que Messi tendría revancha. El descanso duró dos horas y media. Lo videomarcadores anunciaban la llegada de una fuerte tormenta a Chicago, cuyos rayos, truenos y relámpagos obligaron a los espectadores a cobijarse en los pasillos del estadio Soldier Field. El segundo tiempo estuvo a punto de aplazarse un día, pero finalmente se disputó en un pantano, que es menos pantano cuando se juega en Estados Unidos.
Colombia lo intentó por todos sus medios. Pékerman echó mano de Marlos Moreno para revolucionar el ataque, pero este segundo periodo fue verdaderamente difícil de jugar, en todos los aspectos. Lejos de enfriarse, los protagonistas se recalentaron.
En el minuto 57 llegó el momento clave. La Roca Sánchez, como si el primer tiempo lo hubieran jugado otros, se sorprendía cuando una tarascada sobre Aránguiz le costaba la segunda tarjeta amarilla. La necesitada Colombia se quedaba con diez jugadores sobre el castigado césped, y allí acababan todas las opciones de remontada, que nunca fueron tales.
En la final del domingo, Argentina frente a Chile, otra vez, con muchas cuentas pendientes, casi todas las estrellas en buena forma, y la tormenta, que ya pasó, y que ha dejado a un montón de equipos fuera para volver a elegir a estos dos. Enormes ambos.
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