¿Es importante que el entrenador hable el idioma de los jugadores? ¿Deben los futbolistas aprender la lengua del país? ¿Es importante que se den ambas circunstancias para que a un equipo le vaya (al menos) relativamente bien? Es inevitable que cualquier club, cuando necesita fichar, se haga estas preguntas. Y, en realidad, no es una cuestión baladí. Así lo entiende, por ejemplo, el Watford, que ha destituido a su técnico, Walter Mazzarri, por dos motivos: los malos resultados y la dificultad para comunicarse en la lengua de Shakespeare. Desde la entidad, le impusieron el deber de hablar en inglés a partir de Navidades. Sin embargo, él ha seguido haciéndolo en italiano, con las consecuencias ya mencionadas.



No obstante, el Watford no es el único club que tiene en cuenta el idioma. El Bayern de Múnich, por ejemplo, también pone mucho hincapié en este aspecto. Así lo hizo saber Uli Hoeness el pasado enero: “En el vestuario hay que volver a hablar alemán. El idioma es un nexo de unión, de lo contrario se crean grupitos. Si los extranjeros no lo aprenden, deberán pagar una multa. Así de sencillo”. Y el Barcelona, en España, también lo ha intentando, aunque sin mucho éxito. En la época de Joan Laporta se llegó a introducir una cláusula en los contratos por la que los jugadores se comprometían “especialmente al aprendizaje de la lengua catalana, vehículo fundamental de integración”. Sin embargo, los hombres de Luis Enrique no la han acatado a rajatabla. Messi, por ejemplo, no habla catalán. Pero tampoco lo hacen Suárez o Neymar. Y en el Madrid, por hablar de todos, a Benzema le costó horrores aprender y Bale, aunque lo entiende, no lo habla en público. 



Pero bien, una vez comentados los casos más significativos -y actuales-, ¿se debería imponer el aprendizaje del idioma del país para cualquier trabajador extranjero en un club de fútbol? Estos son los pros y los contras que se encuentra cualquier entidad a la hora de valorar esta posible medida.



A favor de aprenderlo:



Facilita el entendimiento



La comprensión es mayor entre individuos que hablan la misma lengua. Esto es evidente. Y bien lo saben los entrenadores. Simeone, por ejemplo, que pone mucho hincapié en la motivación, sabe que necesita a jugadores que entiendan y asuman su mensaje. Por eso, en el Atlético de Madrid, todos -incluso los que no son hispanoparlantes de nacimiento- hablan castellano. Pero no sólo es cosa del Cholo. Guardiola, en su etapa en Múnich, siempre reconoció que para él era muy importante aprender alemán para entender la cultura del país y así poder transmitir en mejores condiciones su mensaje a los jugadores germanos, que formaban el grueso de su plantilla. Y Paco Jémez, en su época como técnico del Granada, en varias entrevistas, reconoció las dificultades de entrenar a un grupo en el que, a lo largo de la temporada, coincidieron sobre el campo 11 jugadores de distinta nacionalidad.

Simeone, escuchando la traducción durante una rueda de prensa de Champions. Reuters



No crear grupitos



Uli Hoeness, presidente del Bayern, fue jugador y sabe lo que ocurre dentro de un vestuario. Por eso, en aquellas declaraciones hechas en enero, mencionaba el idioma como “un nexo de unión” en pos de “no crear grupitos”. Y esto también es evidente. Cualquiera que haya vivido en el extranjero durante un periodo más o menos largo de tiempo, ha intentado, mientras aprendía el idioma del país, encontrar un refugio junto a las personas de su propia nacionalidad. ¿Por qué? Por un lado, porque le ayudan a entender cómo funciona todo más rápidamente; y en segundo lugar, porque puede hablar con ellos y expresar sus opiniones sin tener que estar pensando qué palabras son las correctas o si las estructuras gramaticales que utiliza son las adecuadas. A partir de ahí, cualquier persona puede optar por seguir arrimada a los ‘suyos’ o ir abriéndose a medida que avanza el aprendizaje del idioma.



Voluntad



Un entrenador o un jugador que, además de hacer bien su trabajo, se dedica en su tiempo libre a aprender el idioma, tiene una mayor voluntad de integración que el resto. De hecho, a la larga, es beneficioso para su carrera. El ejemplo más claro es Guardiola, capaz de contestar preguntas en rueda de prensa en italiano, español, catalán, inglés y alemán. O Mourinho, que también domina el español, el portugués, el italiano y el inglés. Y, por lo tanto, también puede, a la hora de entrenar, hacerse entender con mayor facilidad. Los clubes, en su mayoría, incluso dan facilidades para que se lleve a cabo el aprendizaje del idioma más rápidamente. En el Bayern, por ejemplo, Bernat, en su primera temporada, daba una hora dos o tres días a la semana. Eso, más la propia convivencia con los alemanes.



En contra de aprenderlo:



El fútbol es un idioma universal



Hay quien cree que no es necesario. “El fútbol es un lenguaje universal”, dice uno de los muchos tópicos creados por el mundo del deporte. “Los buenos jugadores se entienden sólo con mirarse”, reza otro. Y suma y sigue. Generalmente, se cree que para jugar al fútbol sólo hace falta un balón, una portería -aunque sea fabricada con dos piedras a los lados- y voluntad. Por esa razón, y muchas otras, hay futbolistas y entrenadores que se han negado a aprender el idioma de la tierra. David Moyes, por ejemplo, se fue de San Sebastián sin hablar una palabra de español. Y Luis Enrique terminará su etapa como entrenador del Barcelona escuchando las preguntas en catalán y contestándolas en castellano.



Con los traductores es suficiente



Hoy en día todos los equipos cuentan con traductores. Es decir, el entrenador puede transmitir su mensaje y que otra persona se lo haga llegar a los jugadores. De esta forma, la comunicación existe. Pero, ¿es realmente eficaz? ¿hay diferencias entre un mensaje y otro cuando hay un intermediario? Eso ya queda al juicio de cada club.

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Luis Enrique, durante una rueda de prensa de Champions. Reuters

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