Una conexión íntima del equipo de Marcelino con sus raíces y con el Athletic de los años 50 -capaz de competir con el Real Madrid de Di Stéfano y el Barcelona de Kubala- deparó una semana imborrable para los leones. Electrizados por sus ideales, ofrecieron una exhibición de fútbol moderno no exento de la tradicional furia que ponen siempre en juego, impelidos por el aliento de una comunidad para la que su equipo de fútbol es una prueba más de su idiosincrasia.
La sorpresa de ver caer a los dos más poderosos es menor que la forma en la que se produjo. En cada uno de los partidos, los athléticos encararon la responsabilidad sin complejos, aceptando un cuerpo a cuerpo que podía ponerlos contra las cuerdas de una goleada, pero que les condujo a un dominio insospechado de los espacios y del juego ofensivo estático y dinámico.
El Barça con Messi no mejoró al de la semifinal. Los blaugranas siguen bordando jugadas y dejando agujeros extensos, imposibles de ser cubiertos por el entramado defensivo. Una nuestra más de debilidad y de la manifiesta irregularidad de una temporada en la que alternan la cal y la arena, en especial, cuando el contrario es un conjunto de entidad. No terminan de carburar, porque unas piezas parecen demasiado tiernas y otras estar pasadas de rosca. Tampoco es que Messi se luciera en esta ocasión, con esa tendencia a diluirse conforme avanzan los partidos trascendentes.
Junto a su victoria, el Athletic mostró sobre el césped más de una lección dignas de ser tenidas en cuenta. La base del fútbol moderno exige un despliegue físico extenuante y sin excepción. No hay excusa para nadie, pues un pequeño boquete puede diluir el esfuerzo de todo el ejército, como el eslabón más débil señala la fragilidad de una cadena.
Tampoco se trata de correr mucho, sino de hacerlo de forma acompasada, como un bloque sin grietas que atosiga al rival. Así, lo hacen los dos últimos campeones de Europa, el Liverpool y el Bayern, y el líder de la actual Liga, el Atlético de Madrid. Son conjuntos duros, batalladores, rápidos y equilibrados, que defienden en bloque y se despliegan al unísono. Así lo ha hecho el Athletic, adelantando sus líneas y recogiéndose como las mareas, con precisión y sin lagunas.
Por último, en un mundo presa del mercado, el Athletic demostró de forma incontestable que el dinero no es todopoderoso y que hay fórmulas para enriquecerse o debilitarse más allá de las finanzas: el compromiso con una causa, el trabajo infatigable, la generosidad de los miembros del grupo, la ambición por la victoria y el deseo de escribir unas líneas de la historia de entidades que aglutinan las ilusiones de personas en todo el planeta son algunos de los términos que añaden o restan al presupuesto. Un histórico aferrado a unos principios únicos, un Athletic que nos mostró el camino de la perfección.