Por caminos diferentes, aunque propios a la esencia de cada cual, Atlético y Real Madrid insisten en la conquista de una Liga extraña. Otros decayeron de forma inesperada, el Barcelona y el Sevilla, con su decepcionante final. La recta final revela el desgaste de las plantillas, acosadas por la ausencia de público, el estrés y las bajas de la pandemia. Y por el agotamiento a causa de una temporada repleta de encuentros y emociones.
Un dato revelador une a los equipos punteros de nuestra liga: sus goleadores están muy solos. Lejos de parejas letales (Cristiano-Benzema, Messi-Suárez, o Costa-Villa, el dúo de la última liga rojiblanca) los hombres gol no tienen con quien bailar. Sus parejas son acompañantes que van y vienen, infieles con otras tareas que cumplir y con otros compañeros de baile que se dedican a otras faenas.
Una constante en los equipos campeones es la solidez defensiva junto a la estabilidad goleadora, derivada de la conjunción de especialistas. Quizás por todo lo expuesto, estamos asistiendo a una Liga de ciclos; con altibajos notabilísimos en el rendimiento y debacles inesperadas frente a resurgimientos imprevistos. Dar por vencedor al Atlético fue el prólogo de una decadencia súbita que a punto estuvo de liquidarlos.
Señalar la pujanza, el buen juego y el tino goleador del Barcelona concluyó con una decadencia impropia de un equipo que dice que cuenta con el mejor jugador del mundo. Luchando al principio contra su carcoma institucional, ni siquiera la llegada del mesías Laporta trajo cierta estabilidad. En el haber de Koeman está hacer dado la alternativa a jóvenes de la cantera, notables talentos que, sin embargo, no parecen aún preparados para el descomunal esfuerzo físico de una temporada en la élite.
Volviendo a los aspirantes resistentes, el Atlético de Madrid ha retomado su consistencia inicial, si bien con vigor físico disminuido. Su poderío dura sesenta minutos, pero no alcanza la excelencia de la primera vuelta: genera multitud de ocasiones que se pierden en la ineficacia, en la falta de pericia constante de los jugadores que llegan al área. Suárez sigue solo en este empeño, con satélites admirables que no son especialistas.
La imprevisibilidad del fútbol se manifestó una vez más en su encuentro con Osasuna, que maximizó su pobre ofensiva: una ocasión, un gol. Por el contrario, el Atlético se hundía por su ineficacia. Los cambios del Cholo desbarataron el orden del equipo, pero en el desbarajuste, de forma sorprendente, casi inexplicable, encontraron la victoria; y Suárez, el disparo que tanto buscó estas jornadas.
También solo Benzema, el Real Madrid continúa en su empeño, en cumplir la obligación que le impone su historia y su orgullo. Junto al hecho decepcionante de no depender de sí mismos, los madridistas tienen motivos de satisfacción. Nuevos talentos se muestran con la calidad y el temple que este equipo requiere. Un aliento final de una temporada extraña, agridulce, con momentos excelsos y decepciones inesperadas.
Un equipo que ha recordado sus mejores épocas, y que ahora se debate entre el presente y el futuro, entre los que saldrán, los que llegarán, los que se quedarán. Y con el enigmático Zidane, que disfruta lanzando frases sugerentes con su sonrisa impenetrable. Queda una jornada, nos falta el desenlace.