Sobre el césped del Camp Nou, junto a la piel de Unai Emery, quedó este miércoles el cascarón de Neymar Jr. Tan admirado como odiado, para unos el futuro del fútbol mundial y para otros un niñato sobrevalorado y quejica, el '11' culé tapó tres temporadas después las bocas de la legión de aficionados que le acusaban de esconder en su asombrosa facilidad para el regate una incapacidad para ser decisivo en los momentos decisivos.
Ya nadie podrá decir que el brasileño no ha cuajado una sola actuación legendaria en el FC Barcelona. El delantero ya había sido (junto al portero Ter Stegen) el mejor culé en la ida: probablemente el único jugador de campo que mantuvo la talla en el peor encuentro de la era Luis Enrique. “Será un partidazo”, avisó el martes en la previa de la vuelta, espoleado por un muy buen mes en el apartado individual y la vaselina extraterrestre que había metido al Celta el sábado. Como otras veces, se apostó con sus compañeros que marcaría dos goles como mínimo al PSG el miércoles.
No fue otra de sus bravatas; esta vez cumplió. Más allá de los errores arbitrales, Neymar Jr. tumbó a los petrodólares parisinos. Marcó un gol colosal en el 4-0, arrebató a Messi la responsabilidad de meter el penalti en el minuto 90 y en el último instante tomó el balón en medio campo (la jurisdicción de 'Leo'), tuvo el aplomo de perder unos segundos en sortear un rival para mejorar el pase y telegrafió con su pierna 'mala' un centro ya histórico a Sergi Roberto.
El ADN brasileño
Sólo ha pasado un mes desde que Neymar atravesase su etapa menos fértil en el Barça: 11 partidos sin marcar (entre todas las competiciones). El precio de su fichaje, por no hablar de los procedimientos judiciales que todavía lo cuestionan, daba munición a sus numerosos detractores. A estas alturas de la campaña llevaba 14 goles (en las dos últimas marcó 31 y 39, respectivamente); una carestía relativa (ya son 16, contando los de anoche) que ha ido compensando discretamente con asistencias: acumula 23 en 34 partidos disputados. Probablemente el jugador de la Liga con mejor desborde, tanto en movimiento como parado, Neymar ha madurado hasta convertirse en un futbolista versátil, capaz de entregarse al liderazgo excluyente en la selección brasileña como de ajustarse al papel necesariamente subalterno que cualquier futbolista asume en el Barcelona de Leo Messi (y notablemente comprometido, por cierto, en el esfuerzo defensivo).
Se han buscado muchos motivos para justificar el hecho de que Neymar insinuara más que confirmara su calidad desde que llegó a España: los líos legales de su fichaje, su relativa debilidad muscular, la adaptación a ser escudero del mejor futbolista del planeta. Incluso la profunda crisis del fútbol de Brasil, en cuya selección, de donde solía regresar deprimido, parecía ser el único que encarnara el ADN del 'pais do futebol'. (Dato: a sus 25 años, es el cuarto goleador histórico de la 'Canarinha').
A partir de ahora, todo eso queda atrás. Tras jugar, como él mismo reconoció, el mejor partido de su vida, la incógnita ha quedado despejada: Neymar puede ser Messi, al menos 90 minutos. Nace otra pregunta: ¿podrá serlo con asiduidad? Cuando acabó el encuentro, el '10' argentino se encaramó a las vallas en pose de dios, pero las cámaras buscaron a Neymar Jr. El niño se había hecho hombre. El Balón de Bronce aspira a más.