El hasta luego se puede esgrimir con una sonrisa. Al fin y al cabo, uno sabe que esa fórmula acostumbra a registrar un atisbo de esperanza. El adiós, sin embargo, es amargo. Y el Sevilla, tal y como está en Liga, tiene complicado volver a la Champions la próxima temporada. Por eso, la despedida se ejercita con lágrimas en los ojos. Eso sí, el equipo de Montella dio la cara. Eso no se puede negar. Compitió en el Sánchez Pizjuán. De hecho, fue mejor que los alemanes en la primera parte y la derrota hizo su advenimiento con dos goles en propia puerta. Y el Sevilla, también, dio la cara en Múnich. No se clasificó, no. Y empató, sí, pero lo hizo con argumentos, mirando a la cara al todopoderoso Bayern [narración y estadísticas: 0-0].
Lo cierto es que el Sevilla no titubeó. Cumplió con el plan fijado por Montella: esperar en campo propio, intentar enganchar alguna contra e irse al descanso sin encajar. El conjunto andaluz resistió durante toda la primera mitad. Mantuvo el tipo en defensa y contuvo a Lewandowski, autor de varias ocasiones. Pero, sobre todo, sobrevivió a Ribéry, que parecía un juvenil debutando en el Allianz Arena. El francés, desde la banda, desbordó, creó juego y tuvo ocasiones. Una de ellas, un latigazo que logró despejar David Soria. Pero esa no fue la única oportunidad de la que gozó el Bayern, que contó con hasta cuatro disparos peligrosos (dos de ellos de Robben, uno de Hummels que rozó el larguero y otro de James). Pero, eso sí, no consiguió perforar la meta sevillista.
Había vida y esperanza. El Sevilla creía. Por qué no. Quedaban 45 minutos. La épica y las hazañas nunca llegan por vía rápida, sino que se gestan a fuego lento. Por eso, el conjunto andaluz se desperezó. Intentó salir de su campo y crear ocasiones. De hecho, Correa llegó a caer dentro del área y pidió penalti. Era, pero el colegiado no lo quiso ver así. Dio igual. Los de Montella siguieron buscando el primer gol, abrir la lata. Y, mientras tanto, el Bayern tampoco cejaba en su empeño. Lewandowski tuvo el primero en la cabeza, pero erró en el remate; James enganchó un balón que David Soria despejó. Y suma y sigue. Ribéry, Robben… Todos lo intentaron. Ninguno marcó.
Pero el Sevilla tampoco lo consiguió. El sueño se difuminó en un templo del fútbol, en el Allianz Arena. Se marchó herido, pero con la cabeza alta. Le miró a los ojos al Bayern, demostró que es un equipo de Champions, que puede competir contra cualquiera, y se marchó de la máxima competición europea tras comparecer junto a los ocho mejores equipos del continente. Se acabó. El equipo andaluz tendrá que esperar otro momento de gloria, pero sigue manteniendo el ascenso europeo que experimenta desde hace años.
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