"Cuando, de manera mayoritaria, nuestra afición se ha expresado silbando no lo ha hecho para menospreciar ningún símbolo, sino en protesta por determinadas actitudes contra el pueblo de Cataluña en los últimos años".
No sé ustedes, pero yo me siento profundamente reconfortado por estas palabras de Josep María Bartomeu, actual presidente del FC Barcelona. Son declaraciones que marcan un indudable punto de inflexión en el asunto recurrente de los abucheos al Rey y al himno nacional en la Final de Copa.
Algunos mal pensados, con la piel excesivamente fina como el que suscribe, nos habíamos dado por ofendidos en nuestra condición de españoles al ser nuestro himno y nuestro jefe de estado vilipendiados por las hordas culés en cada antesala de esa magna cita. Menos mal que ha entrado en escena Bartomeu para decirnos que no seamos tontos. Menos mal que ha intervenido Bartomeu para aclarar la situación y hacernos saber a los que absurdamente nos habíamos sentido molestos que no tenemos razón alguna para albergar pensamientos tan aciagos. No hay intención de ofender en esos silbidos, abucheos e insultos a los símbolos de millones de españoles. Muchas gracias por despejar el malentendido, Josep María.
Realmente, no hay como hablar para entenderse, y no hay como una buena explicación de las cosas para desterrar prejuicios dañinos. El otro día, sin ir más lejos, al abandonar mi casa, encontré a mi vecino defecando en mi felpudo. No negaré que el hallazgo me contrarió. Pero es lo que decíamos: nada como una conveniente explicación en el momento preciso para poner fin a susceptibilidades evitables.
Mi vecino, esgrimiendo desde allá abajo la mejor de sus sonrisas, me hizo saber que no había intención alguna por su parte de faltarme al respeto a mí ni a mi familia, y que si procedía como estaba procediendo en aquel instante era solo porque en la última reunión de la comunidad habíamos discrepado con algún acaloramiento con ocasión de una derrama. Hice memoria, recordé el respetuoso pero agitado debate en aquella reunión de la comunidad y no pude menos que darle la razón. El siguiente paso solo podía ser el que fue: pedir a mi vecino disculpas retrospectivas por si aquel día le hubiera ofendido, estrechar su mano superando cualquier reparo dadas las circunstancias y apresurarme a entrar en casa y proveerle de papel higiénico para que finalizase su tarea con la debida despreocupación. Lo agradeció mucho, pero no tanto como le agradecí yo el recordatorio de nuestra vieja desavenencia, que explicaba su conducta. No tenía por qué haberme contado el motivo de su actitud, lo que hace aún más loable la deferencia.
Animado por el ejemplo de Bartomeu y de mi vecino, y por el mío propio en el desenlace del modesto incidente, quiero desde estas páginas conminar a todos los españoles de bien a disculparse encarecidamente ante todo el separatismo catalán por el desacuerdo y la desafección presentes en más de una reunión de la comunidad, a la par que solicito la máxima comprensión hacia los berridos y putamadreadas contra el himno y el monarca que podemos descontar para el sábado. Ya nos ha explicado Bartomeu que esas aparentes muestras de animosidad no son lo que parecen. Encajemos, pues, los abucheos a nuestros símbolos con la debida altura de miras, y comprendamos que, lejos de enojarnos, debemos tomarlo como el natural y muy justo precio a pagar por nuestra pretérita mezquindad.
Hubo un momento en que todos, yo el primero, nos sentimos agraviados por lo que precipitadamente interpretábamos como multitudinaria agresión. Ya no. No desde que han aparecido Bartomeu (y mi vecino) con declaraciones conciliadoras propias de un verdadero hombre de estado y acreedoras a la preferencia por el Barça en la Final por parte de todos los españoles de bien. So pena de reabrir heridas infligidas en reuniones de la comunidad pasadas, no debería quedar ahí fuera un solo español que no solo no entendiese en su justa medida el sentido de los pitos al himno, sino que no deseara el triunfo del FC Barcelona en la Final.
Graciès, Bartomeu, y visca el Barça.