Contaba Leonard Cohen que, para escribir la letra de su archifamosa 'Hallelujah', se sentó en calzoncillos mientras se daba de cabezazos contra el suelo hasta que, 79 versiones después, encontró la fórmula exacta para crear una obra de arte universal. A veces, los éxitos no dependen sólo del talento, sino que también requieren de pasión. De amor, al cabo. En cualquiera de sus formas, ya sea primitivo o más elaborado. Un amor -a la victoria, a la clasificación para el Europeo de 2017- que España no sintió ante Austria en el partido de repesca (1-1).
Los de Celades empezaron letárgicos, casi miedosos. Con más toque que desborde, apelaron una vez más a la paciencia en lugar de la velocidad. La cita no requería menos: en una eliminatoria a ida y vuelta, vale casi más sacar un resultado que no sea malo que arriesgarse para lograr algo un premio mayor. El fútbol, en ese estado de ánimo, se puede resumir fácilmente: un pase vertical por cada 10 horizontales.
Williams tuvo la primera oportunidad clara al cuarto de hora, tras recibir en la frontal del área un pase al hueco por alto de Deulofeu. Quiso controlar con el pecho el ariete vasco, pero no fue capaz de precisar y se tiró el balón demasiado largo. Cuando logró meter el pie para rematar, el meta austriaco se le había echado encima y pudo desviar a córner.
Respondió Schoissengeyr cinco minutos más tarde, tras un centro blando que se filtró en el área y que cabeceó el central al palo largo, ligeramente desviado. Sólo fue un aviso, pero Austria amenazaría la portería de Kepa durante los 90 minutos, espoleada más por amor propio que por el escaso centenar de aficionados que se dieron cita en St. Pölten.
La contrarréplica llegó con Deulofeu, que lo intentó por la derecha, enloqueciendo a su par con dos brillantes amagos antes de disparar al palo corto. No hubo suerte. Sin embargo, justo antes del descanso, la providencia permitió al extremo catalán dar ventaja a España: Deulofeu tiró de picardía para echarse el balón largo en el área y, así, que el defensa, en el giro natural de su pierna izquierda, lo derribase. Transformó él mismo el penalti y se convirtió en el máximo goleador histórico de la sub-21, con 16 goles.
Precisamente Deulofeu estuvo a punto de regalar un gol en la reanudación, con un pase atrás que estuvo a punto de aprovechar Friesenbichler. Por suerte, el delantero rival golpeó fatal el balón con la izquierda cuando sólo le quedaba batir a Kepa. En cualquier caso, la mala suerte se cebó con Jonny en el 60', cuando el lateral quiso impedir el remate de un jugador austriaco en el segundo palo y terminó fusilando su propia portería.
Marcos Llorente entró en el campo por Marco Asensio a 20 minutos del final. Un movimiento que trascendía lo estrictamente físico -el madridista, muy castigado sobre el campo, llevaba un rato sin conectar con sus compañeros en ataque-, sino que respondía a un imperativo claro de Celades: control. Austria se colaba una y otra vez, especialmente por la banda derecha, y el seleccionador español entendió que España necesitaba más balón.
Ocurrió todo lo contrario: Deulofeu y compañía se encomendaron a una guerra de guerrillas, permanentes unos contra uno cuando se recuperaba el balón. Siempre muy atrás. Porque sufrió España en los minutos finales, con ocho hombres embutidos en área propia ante el empuje de los austriacos. Cuando trataban de salir con el balón jugado, las pérdidas siempre dejaban vendida a la defensa.
La oportunidad más clara del partido llegó justo antes de que Deulofeu dejase el terreno de juego para que Mayoral diese un último balón de oxígeno al ataque de 'La Rojita': un remate fallido de Denis Suárez que quiso rematar Gayà en el segundo palo tirándose al suelo. Sin embargo, no precisó lo suficiente y su disparo, a escasos centímetros de la línea de gol, se marchó rozando el palo. Una última oportunidad para cantar un “aleluya” en Austria.