Al Metropolitano, contaba el diario ABC, “le llegó el ocaso en otoño”. Hacía ya algunos meses que se había disputado el último choque entre Atlético y Athletic. Las voces de esos días gloriosos habían quedado sepultadas y de “aquel césped como alfombra” tan solo quedaba “un pequeño marco de hierba”. Un día después de esa defunción anticipada literariamente por el periódico, cuando ya no quedaba nada del templo de “Cuatro Caminos”, el Estadio del Manzanares abrió sus puertas para acoger su primer partido. Caían hojas de los árboles, se contaba el mes 10 en el calendario y 1966 marcaba sus efemérides, esta semana recordadas con motivo de otra mudanza aún por realizarse: la del Vicente Calderón al Wanda. Perdón, a la Peineta. Perdón, al nuevo Metropolitano. En fin, a donde quieran.
El 7 de octubre de 1966, el Metropolitano, casi sin querer, se despidió de su equipo. Cayó lluvia aquella tarde, “apenas unas gotitas”, según el diario MARCA, y los aficionados corrieron a refugiarse a las localidades cubiertas. En el palco, dos ministros, Solis y López Bravo; sobre el césped, el Athletic y el Atlético. Se jugaba la Copa del Generalísimo y los colchoneros firmaron la victoria (1-0). Anotó Luis Aragonés un gol que algunos reconocieron se logró con la mano, y el árbitro no pitó un penalti a los leones. De ahí el surgido sobrenombre de “estadio antipenalti”, como recogía el diario.
Aquel resultado le dio al Atlético la esperanza de pasar de ronda en la Copa. No lo hizo. La luz especial del Metropolitano -eso dicen los que pisaron su césped- se apagó metafóricamente sin esperarlo. Pocos días después, Alfredo, en el diario MARCA, con motivo de su demolición, tecleó: “La orden de ejecución ha sido pronunciada y unas brigadas de obreros han invadido el cuatrocaminero Metropolitano, decididas a poner fin a sus días lo más rápido que sea posible. La próxima Liga se iniciará en el Estadio del Manzanares”. ¿Seguro? No del todo.
El camino no fue tan idílico como se pretendía. O no, al menos, como se preveía. Antes del partido, José María García, entonces periodista del diario Pueblo, publicaba una entrevista con Edmundo Suárez -Mundo, para los amigos-, entrenador del Valencia, en la que se desvelaban las dudas de su equipo antes del partido. “Nuestra inquietud era la de viajar en balde. No queríamos salir de aquí (Valencia) sin tener la certeza de jugar”. Finalmente, se les confirmó que saltarían al césped recién plantado. Eso sí, acudían para ‘estropear’ la inauguración: “No nos importaría aguar la fiesta al Atlético de Madrid”, declaró el entrenador.
El Ayuntamiento accedió a que se celebrara el partido un 7 de mayo de 1966. El estadio, entonces, era propiedad del Atlético de Madrid, como lo es ahora el Wanda Metropolitano. El traslado, eso sí, estuvo lleno de “vicisitudes y suspensiones”, pero el club, finalmente, “dio el do de pecho” y todo comenzó a rodar, según se publicó en el diario MARCA. Es decir, aquel traslado, en los plazos y en las formas, se pareció mucho al actual. Los colchoneros, ya entonces, acuñaron aquello de hacer “lo más difícil todavía”.
Sólo había, por tanto, que movilizar a la afición, mandada por la senda inaugural a comprar “las entradas sobrantes” a las 10:30. Y también a los empleados del club, citados tres horas antes para que todo saliera conforme a lo establecido. Y así fue. El Estadio del Manzanares, a las 12:45, celebró su primer partido con un nombre “madrileño, eufónico y natural. Que no lo toquen”, recalcaba el diario MARCA. Sin embargo, se hizo. Años después, fue bautizado como Vicente Calderón, aunque no sin polémicas. ¿Les suena? Quizás sí. Ahora ha ocurrido de forma parecida lo mismo con el patrocinio de Wanda. Así es la vida.
Del partido, los detalles salpican el tiempo y la memoria. Luis Aragonés fue el autor del primer gol, aunque “al marcar” no pensara “en la inauguración”, y el Atlético terminó jugando con 10 por la lesión de Adelardo, que no quiso abandonar el campo por su pie. “Fue el médico, no yo, quien decidió mi retirada”, confesó tras el partido. Aquel día, en el empate contra el Valencia (1-1) no hubo mucho público en las gradas y el que asistió, se escribió, “estuvo frío y cohibido por la novedad”. El Estadio estaba a medio hacer, pero una pancarta dedicada al rival lució entre los brazos de los rojiblancos: “Ya estamos en nuestra casa y nadie nos ha humillado. Mientras ellos van de pie; nosotros, todos sentados”.
Eso es lo que se dijo en 1966. 51 años después, el Atlético vuelve a despedir un estadio, el Vicente Calderón. Será el domingo en lo que se ha hecho llamar ‘Final de leyenda’, un amistoso que escribirá el epílogo de toda una vida. No se sabe el tiempo, aunque la previsión es de 29 grados. Igual caen unas gotas, como aquel último día en el Metropolitano. Al fin y al cabo, el lunes lloverá. Después, se ejecutará la demolición, aún sin letras, y el cambio al Wanda Metropolitano. Allí llegará un equipo con otro escudo y la misma afición. Y entonces, de nuevo, volverá a girar la rueda, quizás, hasta dentro de 51 años.
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