Leonardo Padura escribe en uno de sus libros sobre la fragilidad de la primavera de París. El escritor cubano cuenta, en concreto, que "los aleteos agónicos del invierno pueden agredirla con una impunidad sencillamente asquerosa y vengativa". La lluvia gélida que a veces sobreviene sobre la capital francesa oscurece a los viandantes. Y la "ciudad de la luz" deja de merecerse tan rimbombante sobrenombre. O sea, quizás el brillo parisino no es para tanto.
Neymar deja el Barça y se va allí, a París, con la romántica intención de ganar el Balón de Oro y con el objetivo real de convertirse en multimillonario. Esto último es un deseo legítimo que además es conveniente no criticar para que los adalides del libre mercado no te destrocen en las redes sociales al grito de "Viva el mercado", olvidando, por supuesto, cualquier factor humano más allá del dinero.
En todo caso, llamar "pesetero" al jugador no solo está fuera de lugar, sino que tampoco sirve, porque los barcelonistas no hemos sufrido shock alguno por su marcha, por mucho que algunos traten de equiparar esta fuga a la de Figo. Tampoco merece la pena detenerse en el hecho de que Neymar y su padre hayan esperado a anunciar el fichaje por el PSG lo suficiente como para poder cobrar una prima de 26 millones de euros derivada de su renovación de hace nueve meses. No sorprende esta actitud por parte de esta familia y, hay que insistir en ello, los culés estamos tranquilos y hasta ufanos.
Los futbolistas con el ego desmesurado como Neymar piensan que ellos hacen grandes a sus clubes. Se equivocan y, cegados por la ambición, propia o de quienes les rodean, acaban perdiendo el rumbo. Por decirlo claro, adéu, querido Neymar, tú te lo pierdes. El Barça es mucho más que tú. Echarás de menos el Camp Nou.
De las dos finalidades que han motivado su fichaje por el PSG, está claro que Neymar y su querido progenitor solo conseguirán hacerse más ricos todavía. Porque se antoja casi imposible que el astro brasileño consiga ganar el trofeo como mejor jugador del mundo mientras Messi y Cristiano existan. Como también parece difícil que gracias a Ney un millonario qatarí por fin pueda presumir de haber ganado la Champions League y acabe colocando la Orejona en cualquier estantería de una mansión hortera, flanqueada por colmillos de elefante africano cazado furtivamente y por alguna katana japonesa que le vendieron por un valor muy superior al real.
Neymar puede ganar muchísimo dinero jugando en Francia, pero no puede ganar el Balón de Oro ni con todo el dinero de Qatar. Sobre todo porque comparar la liga francesa con la española es como comparar una cantata de Bach con una canción veraniega de Ramón Melendi. Te pueden gustar algunas estrofas del asturiano -como esa que habla de "Hacer caso a don Pelayo / luchando con pundonor"-, sí, pero eso no las hace buenas. Podrá haber cada año dos o tres partidos interesantes en la liga gala, nadie lo niega, pero esta competición nunca será una de las mejores de Europa. O, dicho de otro modo, jamás habrá millones de telespectadores en todo el mundo dispuestos a pagar por ver a Neymar y sus compañeros del PSG frente al Nantes o al Montpellier.
El crack brasileño va a marcar muchos goles en el PSG. Sin duda, dará tardes de gloria a los aficionados parisinos. Pero, por mucho que le paguen, no tiene fútbol suficiente en sus botas para cambiar la primavera de París.