El fútbol, en agosto, quiso ofrecer un aperitivo. Programó amistosos, Supercopas (de Europa y de España) y dos jornadas de Liga. Poca cosa, apenas un avance de lo que está por venir, un sucedáneo de futuro. El primer plato aparece ahora, en septiembre, con álbumes de cromos casi al completo, niños con mochila camino del colegio y padres guardando las chanclas y sacando el traje. Y, también, con el mercado de fichajes cerrado y los jugadores a punto. Ya no sirve aquello de ‘tienen que coger la forma’. No, eso ya es pasado. El presente exige rendimiento inmediato, y Bale y Benzema lo saben. En este Madrid de ensueño, ellos son los dos únicos cuestionados. Y así volverá a ser –salvo que lo eviten– este sábado contra el Levante (13:00 horas).
“La vida es corta, pero el día es largo”, decía Göethe. Ocurre, sin embargo, que los partidos, en el Bernabéu, a veces, lo son aún más. Es algo asumido y casi escrito. En la entrada, en el reverso, se podría llegar a incluir una frase destinada a rivales y jugadores a modo de aviso: ‘Cuidado: los minutos de juego no son estrictamente 60 segundos. En ocasiones puede dar la sensación de que equivalen a horas, semanas o años’. Es el influjo de un estadio único, con sus costumbres (buenas y malas) asumidas, como casi en cualquier parte.
Más allá de los rivales, acostumbrados a capitular –no pocas veces– en el descuento, uno de los jugadores que más ‘calado’ tiene a su estadio es Benzema, que revive la misma película –no necesariamente en el mismo orden cronológico– cada temporada. Hay días en los que es silbado, cuestionado y recriminado; y otros, sin embargo, en los que es alabado, reconocido y aceptado. Siempre, en cualquier caso, depende de su tino a la hora rematar. Cuando no anota –aunque trabaje para el equipo– aparecen los pitos. La tradición hay que mantenerla. Eso siempre.
Y este curso, idílico en sus primeros compases, no iba a ser menos. Benzema no ha empezado bien –o no, al menos, como lo han hecho sus compañeros–. Eso es una evidencia. Suma un gol y una asistencia en cinco partidos (dos de Liga, dos de Supercopa de España y uno de Supercopa de Europa). Pero, sobre todo, no ha estado fino de cara a puerta y, mientras, en Londres, Morata, su sombra la temporada pasada, ha sacado más rendimiento a sus minutos: dos tantos y dos asistencias en cuatro choques con el Chelsea.
Pero, volviendo a los números –incluso aunque se comparen con los de Morata–, eso no debería ser un problema. Un gol y una asistencia en cinco partidos –si se tiene en cuenta lo que aporta al equipo– tampoco es un mal registro. Pero, claro, llegó el partido contra el Valencia (2-2), el segundo de Liga, y el Bernabéu explotó con sus cuatro fallos. El primero, un disparo que despeja Neto; el segundo, un balón que manda fuera en boca de gol; el tercero, un rechace que no consigue colocar entre los tres palos; y el cuarto –del todo perdonable– un cabezazo que detiene el portero valencianista y después golpea en el palo.
Los pitos, en cambio, no han sido sólo para él. Bale también los ha sufrido en este principio de temporada. El gales, en cuatro partidos (uno de Supercopa de Europa, uno de Supercopa de España y dos en Liga), tan solo ha hecho un gol. Pero, más allá de las cifras, su problema son las sensaciones. Desubicado en el nuevo sistema (4-4-2), no consigue encontrar su sitio ni su mejor forma desde que la temporada pasada, tras un buen primer tramo de curso, se lesionara. Desde entonces, no ha vuelto a ser ese jugador desequilibrante que los madridistas tenían en la cabeza, el mismo que dejó a Bartra mirando al banquillo en la final de la Copa del Rey. Por eso, precisamente, su nombre sonó para abandonar el Real Madrid este verano (se llegó a hablar de una oferta de 100 millones de euros del Manchester United), pero él no quiso y tendrá otra oportunidad.
Bale y Benzema, ellos son los dos únicos que sufren en un Real Madrid que prescinde de etiquetas. Ni ellos son titulares fijos ni lo son sus compañeros. Con Zidane, la meritocracia y el rendimiento mandan. Y, a día de hoy, los dos, desde la punta de ataque, suman los mismos goles que Kroos e Isco (ambos con uno), y menos que Casemiro (2) y Asensio, máximo artillero (4). No obstante, esto no es óbice para que este sábado, contra el Levante, y si Zidane lo considera, conviertan los pitos en aplausos, y los partidos previos en, simplemente, malos días. Tampoco sería nada nuevo. Ya ha pasado y, probablemente, pasará. ¿O ya nadie se acuerda de aquel regate de Karim en el Calderón o de ese gol de Bale en la final de Champions?
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