La raqueta de Juan Martín Del Potro no salió ardiendo de milagro. Para llegar a las semifinales del Abierto de los Estados Unidos, el argentino disparó pelotas de fuego, derrotó 7-5, 3-6, 7-6 y 6-4 a un desconocido Roger Federer y se citó con Rafael Nadal, al que le hizo un regalo por adelantado: la victoria del argentino ante el suizo le aseguró al campeón de 15 grandes mantener el número uno después del torneo, sin importar lo que pase de ahora en adelante. El próximo viernes, Del Potro y Nadal (5-8 en el cara a cara) se medirán en un cruce apasionante que vale mucho más que una plaza en la final del último grande de la temporada: el ganador será muy favorito en la caza del título, que también persiguen Pablo Carreño y Kevin Anderson.
“Es una alegría muy grande ganarle a Federer de nuevo”, celebró el argentino, que volvió a semifinales de un grande por primera vez desde Wimbledon 2013. “Mantuve el nivel durante todo el partido aunque el juego Federer me incomoda”, añadió. “Supongo que mi pelota le va fuerte y no puede dominar como siempre hace. Por suerte, veía que hoy pasaba eso, que mi bola le hacía daño y trataba de no bajar la intensidad para que estuviera siempre en posiciones defensivas”.
Con el encuentro igualado, un parcial para cada uno, el desempate de la tercera manga descubrió todos los problemas de Federer, que tiró a la basura cinco ventajas (2-0, 4-2, 6-4, 7-6 y 8-7), cuatro pelotas de set y la posibilidad de haberle dado un bocado casi definitivo a su contrario. Con sus malas decisiones, que empezaron en el planteamiento del partido (cargando sus tiros sobre la derecha del argentino) y siguieron en la estrategia que tomó en cada peloteo (mostrando una alarmante falta de sentido táctico), el campeón de 19 grandes se enterró a sí mismo en un hoyo del que no pudo salir, y quedó más que demostrado al final del duelo.
Cuando el argentino sacaba por la victoria, con 5-4 y 30-30, Federer se encontró con un objetivo muy sencillo: empujar una volea a puerta vacía que le habría dejado con un interesante punto de break para remover las dudas de su rival en ese instante crucial. El suizo, sin embargo, mandó al limbo la bola y dijo adiós, hoy no tengo ni el día ni el partido ni la fuerza para intentar buscar soluciones que no voy a encontrar seguro. Ya nos vemos en otra ocasión, Nueva York, si es que hay otra porque con 36 años se pueden asegurar muy pocas cosas.
“¡Let’s go Roger, Let’s go!”, cantaron unos pocos aficionados en mitad del partido. “¡Delpo! ¡Olé! ¡Delpo!”, respondieron otros muchos, pegando botes sobre los asientos como si estuvieran en la final de un Mundial de fútbol que Argentina llevase bien encarrilada. La grada, claro, vivió el partido con pasión mientras Del Potro y Federer se buscaban las costuras sobre el cemento, cubierto por el techo del estadio Arthur Ashe para proteger a los oponentes de la lluvia que cayó durante todo el día y aumentó considerablemente por la noche.
El suizo, que compitió mal y tembló cometiendo algunas dobles faltas extrañísimas en los puntos importantes, jugó una y otra vez a la derecha de Del Potro, quizás el drive más potente y duro de todo el circuito. El argentino, por supuesto, recibió el plan de su rival frotándose las manos: bola que le pasó por su mejor costado, bola que cruzó la red convertida en un cohete de los que explotan cuando impactan contra el suelo (17 ganadores). Dinamita en movimiento.
El argentino, renacido después de remontar en cuartos a Dominic Thiem un encuentro que tenía más que perdido (salvó dos puntos de partido y superó una desventaja de dos sets), buscó el pase a semifinales más convencido de sus opciones que Federer, que en ningún caso se vio pasando a esa ronda. Confiando en la combinación de sus dos armas más letales (saque y derecha), el número 28 del mundo celebró cada punto con hambre y Federer solo pudo hacer una cosa: gritar desesperado ante un partido que nunca tuvo de su lado y dejó medio abandonado cuando pareció un poco encaminado.
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