Las finales están para ganarlas. De hecho, es recomendable que uno de los dos equipos, el que sea, lo haga. Así se preveía este sábado, en el Wanda Metropolitano, donde había una. Sin prórroga, sin penaltis ni nada parecido. Se jugaba a 90 minutos y carecía de trofeo material. El premio era que uno de los dos, el que fuera, se enganchara al tren de la Liga. Que se llevara un alegrón y, de paso, que creyera en sus posibilidades a largo plazo. Sin embargo, el empate (0-0), el punto, supo a poco. Más bien a nada. Deja a Atlético y Real Madrid en tierra de nadie, a 10 puntos del Barcelona y de bajón. Ambos llegaron en crisis y ambos se van en crisis, se complican la vida en la competición doméstica y se quedan sin margen de error [narración y estadísticas: 0-0].
Antes de la decepción, esperaba un derbi primigenio, el iniciático del Wanda Metropolitano, el del estreno. Los contendientes, sin embargo, actuaron como siempre, como viejos conocidos. Controló el Real Madrid en la primera parte. Tocó, mantuvo la posesión e intentó golpear hasta en dos ocasiones. La primera, obra de Kroos, que no culminó dentro del área rojiblanca; y la segunda, de Cristiano, que vio a Oblak sacar un disparo desde 40 metros. Ambos balones se marcharon por la banda. Los dos únicos. No hubo mucho más, ni por un lado ni por el otro. El Atlético, sereno y cauteloso, aguardó desde la retaguardia –lo esperado–. Formó ordenado, sin ceder, pero sin golpear ni crear peligro.
Tornó el partido en un combate tosco sin poesía. No quiso ofrecer belleza durante la primera mitad, que se mostró fea, muy fea. Permitió gozar de cierta brega, de mucha tensión y de un coraje que se presupone en un choque de tamaña entidad. Pero poco más. Aguantó el Atlético y titubeó sin suerte el Madrid en territorio rojiblanco. El marcador, con ambos equipos en el vestuario, se mostró imberbe. Sin goles, el cartel del derbi deslució el espectáculo esperado. Si acaso, ofreció polémica (un penalti no pitado a favor del Madrid por una patada de Lucas sobre Ramos). Y así palideció el encuentro camino de los vestuarios.
Sobrevivió el Atlético al acto inicial. Y se conformó. Ningún tiro con intención, empate en el marcador… Poco más podía esperar. La urgencia y la necesidad de puntos, sin embargo, anticipaban una segunda mitad diferente. Pero no lo fue, al menos, hasta el tramo final. El partido se marchó feo al vestuario y salió de él con la misma cara. Cambiaron los nombres paulatinamente, pero no el color. Sin ocasiones y sin juego, el equipo de Simeone permaneció en su guarida y el Madrid tocó la pelota. Así hasta la recta final, cuando poco a poco, con el tren de la Liga marchándose camino de Barcelona, la dinámica cambió.
El Atlético, de repente, apareció. Pitó el respetable a Griezmann y recibió con aplausos a Torres. Y, claro, el impuso emocional tornó en una ocasión clara para los colchoneros. El ‘Niño’ la picó y Varane la tuvo que salvar bajo palos. 10 minutos para el final, una buena oportunidad y, entonces, llegó la reacción del Madrid. Cómo no, de Cristiano, que, de nuevo de falta, puso a prueba a Oblak, que la volvió a despejar, mandando la última al diván del peor resultado posible. Un empate para ambos, un punto y el Barcelona a 10 de distancia. Así terminó un partido feo, muy feo. Con caras amargas en la capital y Valverde, en Barcelona, con una sonrisa de oreja a oreja. Estamos en noviembre. No hace frío, pero la Liga tiene color azulgrana.
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