El fútbol, ese estado de ánimo, solapa a menudo las cuestiones emocionales a las meramente deportivas. En ocasiones, eso ocurre. La táctica, los entrenamientos… todo pasa a un segundo plano. En un equipo como el Atlético, donde la calidad se presupone, la querencia sentimental es capaz de mover cualquier motor previamente precocinado en el vestuario. Sólo así se explica el cambio en las caras, en la intensidad o en lo que quieran. El equipo es otro desde el advenimiento de Diego Costa –para lo bueno y para lo malo (gol y expulsión este sábado)–. Los rojiblancos presionan más, han aumentado el ritmo, las posesiones y encuentran el gol que en días pretéritos encontró resistencia. En definitiva, se dan de bruces con la victoria con más facilidad y siguen en la pelea por la Liga tras derrotar al Getafe [narración y estadísticas: 2-0].
El cambio, o el resumen de todo, se puede trasladar a un momento concreto del partido, al final de la primera mitad. Entonces, el Atlético ya había volcado el marcador a su favor. En un buen arranque, con la posesión por bandera y la intensidad de antaño como pedigrí, Correa inauguró el marcador. Recibió dentro del área, remató con el exterior y la colocó en el palo largo. Con Costa y Griezmann sobre el campo, el primer protagonista fue él. Antes, algunas ocasiones rojiblancas aliñadas con el control del partido y una muy buena del Getafe. Djene tuvo la misma que Angelito, pero la mandó a las manos de Oblak.
Pero, dicho lo anterior, toca volver a ese momento concreto. El árbitro dicta el final de la primera mitad y el Metropolitano ruge. Sí, lo hace. Hasta ahora, lo había practicado con intermitencia. Pero, por primera vez, el Coliseo atlético –como lo definió Simeone– suena como el Calderón. ¿El causante? En primera instancia, el colegiado, desacertado en los últimos diez minutos del primer compás; y en segundo lugar, los jugadores. La intensidad, Biblia del cholismo, en su máxima expresión. Público encendido, jugadores protestando, Diego Costa ejerciendo de líder, Godín y Gabi acompañando, el ‘Mono’ Burgos por otro lado…. Y todos con cierta razón. Porque Munuera Montero, definitivamente, no tuvo su día.
Ese instante, sin embargo, no fue sino el preludio de lo que estaba por venir. En la segunda parte, de otra manera, el colegiado volvió a ser protagonista. Diego Costa, impecable durante todo el partido, tras fallar un mano a mano de libro y recibir una amarilla, lo sigue intentando. Quiere marcar y lo consigue. Vrsaljko se la pone desde la derecha y él remata a placer. Ve el balón entrar y se marcha a celebrarlo con la grada. Abraza a la afición y…. es expulsado. El árbitro considera que no puede hacer eso y le enseña la segunda amarilla. ¡Y el lío está armado!
El delantero brasileño se congela perplejo sobre el césped y enfila hacia los vestuarios. ¿No lo sabía? Por su cara, seguramente, no. Pero ese es Diego Costa. El tipo que protesta, que marca, que engaña y que, a veces, es expulsado por llevar al límite el reglamento. Pero también es el tipo que ha conseguido que el equipo de Simeone –siempre con la intensidad por bandera– evolucione. Ese es él, para lo bueno y para lo malo. Y este es el nuevo Atlético. Perdón, el viejo. Perdón, el de siempre. El del Calderón y el del Metropolitano, un equipo a temer. De eso no hay duda. ¡La revolución Costa año 2 acaba de empezar!
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