Hace un año el planeta golf observaba a un muchacho español levantar al público de Phoenix con un gesto para el recuerdo. Jon Rahm (Barrika, Vizcaya, 1994) vestía en el templo del golf texano, en un par 3 ante 16.000 personas, la camiseta de Pat Tillman, un jugador de fútbol americano de su misma universidad, Arizona State, que antepuso marchar a Afganistán a defender a su país a disfrutar del contrato que ya le habían firmado en la NFL.
Aquel gesto le catapultó a la fama, aunque fue su golf lo que le permitió quedarse en la cima. Aquel 2015, Jon Rahm, que apenas contaba 20 años entonces, reventó en Japón con 61 golpes, el récord que Jack Nicklaus, el mejor amateur de todos los tiempos, estableció en el mundial de aficionados. Obviamente lo ganó, como ya había hecho en el campeonato de España, como ya había hecho en el campeonato de Europa, como estuvo a punto de hacer este domingo en México, en su primera prueba de los World Golf Championship -algo que se traduce como Mundial de Golf pero que en realidad es más parecido a los Masters 1.000 del tenis-.
Una tercera posición construida desde la solidez, la paciencia y una calma sobrenatural para alguien de su edad y de su escasa trayectoria en el mundo profesional. Porque Rahm, conocido en Estados Unidos como Rahm-bo, no se dejó convencer por los cantos de sirena del profesionalismo en aquel Phoenix Open de 2015, ni tampoco en 2016. De hecho, esta de 2017 es su primera temporada como jugador de pleno derecho del circuito estadounidense de la PGA -recientemente ha confirmado su adhesión al Circuito Europeo-. El vasco tenía decidido que no sería pro hasta terminar sus estudios y así lo hizo.
Imposible imaginar que se ganaría su tarjeta de la PGA en apenas un puñado de torneos de 2016. Imposible imaginar que en su año de novato en la NBA del golf conquistaría, hace apenas un mes, el Farmers Insurance Open. Imposible siquiera soñar con entrar a la pelea con los grandes, con Jordan Spieth, con Dustin Johnson, con Rory McIlroy, con Rickie Fowler e incluso con Phil Mickelson.
Todos ellos estaban en el torneo que terminó jugándose en México porque las exigencias de Donald Trump, el nuevo presidente yanqui, privó del evento a su campo de Miami. Todos ellos se rindieron al de Barrika, especialmente Mickelson, porque si alguien puede ser considerado padrino de Rahm en Estados Unidos es Mickelson, aunque no Phil, sino su hermano Tim. Fue él quien le evolucionó en la Universidad de Arizona State y fue él quien decidió dejar su cargo de head coach de los Sun Devils para acompañarle en la vida profesional.
Rahm tuvo la suerte de jugar esa última ronda junto a Mickelson, Phil, y algo le debió contagiar el zurdo de San Diego, porque el eagle del español en el hoyo 11 que le catapultó al coliderato y los birdies posteriores en los hoyos 14 y 15 que le dejaban al frente de la clasificación en solitario tuvieron mucho de la magia de Mr. Birdie, aunque también mucho de la templanza del vasco, de la que ha hecho gala durante 69 hoyos, 59 consecutivos sin hacer tres putts, la estadística que apareció en el último momento para gafarle.
Dos bogeys consecutivos (hoyos 16 y 17), negando con la cabeza consciente de la oportunidad perdida, le alejaron de la cabeza hasta la tercera plaza definitiva y, sin embargo, dejaron la sensación, una vez más, de que Jon Rahm no conoce su techo ni nosotros hasta dónde puede llegar, aunque si a él le corresponde contener la euforia a nosotros nos toca soñar con que Seve ya ha encontrado su heredero y que, quizás, en un futuro cercano o lejano, Jon Rahm puede ganar un grande, tal vez varios y devolver al golf al lugar que un día ocupó.
PS - Por cierto, el ganador del Mexico Championship fue el estadounidense Dustin Johnson, número uno del mundo.