“La única intención realmente es cuidar el look of the city”, explicaba Antonio Pedro Figueira de Mello, secretario especial de turismo del Ayuntamiento de Río de Janeiro, pero lo cierto es que a partir de ahora, el turista que aterrice en Río podrá llegar a la ciudad rodeado de colores y olimpismo, sumergido en algo parecido a un escenario de cartón piedra de cualquier película clásica de Hollywood. El look de la ciudad esconde la miseria de su gente amontonada en favelas.
Gigantescos carteles adhesivos, con los colores y emblemas de los Juegos Olímpicos, se han comenzado a levantar a ambos lados de las principales vías de acceso a la ciudad. “Desde que empezamos este trabajo ya esperaba esa historia de que estamos escondiendo la favela”, desafiaba Figueira de Mello el día del estreno. “No tiene nada que ver con eso, es imposible esconder algo tan grande, y menos en Río, que tiene tantas favelas. En algunos puntos no hemos colocado adhesivos y se pueden ver las favelas”. La polémica no ha tardado en llegar, como es lógico, sobre todo en uno de los primeros tramos decorados, el de la autovía Linha Vermelha a su paso por el Complexo da Maré, donde el ayuntamiento ha aprovechado los paneles acústicos para poner las enormes y felices pegatinas.
Según el propio Ayuntamiento de Río de Janeiro en su proyecto 'Río + Social' –una asociación con el Instituto Pereira Passos con colaboración de ONU-Habitat–, el primer asentamiento en el Complexo da Maré data de 1940, a través del Morro do Timbau. Actualmente, entre sus 23 comunidades cuenta con una población de 130.000 personas –más que algunas capitales españolas como León, Cádiz o Jaén–. La comunidad más poblada en el Complexo da Maré es el Parque União, con 20.000 vecinos.
Según la información municipal, “toda la región de Maré estaba ocupada por pantanos y plantaciones de mango junto a la orilla de la Bahía de Guanabara e incluía varios accidentes geográficos que desaparecieron con las sucesivas obras y terraplenes”. Precisamente ONU-Habitat ha organizado durante los últimos días el Foro de Sostenibilidad de Río. Se anunciaba como un foro diferente que proponía acciones, para aprender a llegar a acuerdos en pro de la ciudad. Es de suponer que la última ocurrencia municipal no encaja en este modelo. Todo son contrastes y contradicciones en la Ciudad Maravillosa.
Ahora, el Complexo da Maré, un barrio fuera de control como casi todos en Río, tiene vistas a la Linha Vermelha –Línea Roja–, la autovía caótica que, entre otros puntos, conecta el aeropuerto y la gran ciudad. Inaugurada en 1978, fue concebida como proyecto de solución al tráfico de la ciudad, que ya era insoportable. Al transitar por tres municipios diferentes, en sus primeros años estuvo controlada por el gobierno del Estado de Río, para luego quedar bajo el amparo del Ayuntamiento, y no solo no ha funcionado sino que se ha convertido en uno de los trayectos más peligrosos de Río.
La cruda y áspera realidad, algo imparable, algo que han sido incapaces de gestionar todos los gobiernos municipales hasta la fecha, sitúan ahora esta delgada línea roja rodeada de la larga lista de amenazas provenientes de una veintena de comunidades con estructura social mínima, que ven pasar por delante de sus ojos las balas de narcotraficantes y policía militar, y viceversa.
Los turistas que circulen por la Linha Vermelha junto a la bonita decoración olímpica, nada sabrán de lo que sucede por detrás de los paneles. No sabrán que son barrios fallidos donde el Ayuntamiento no llega. El Secretario de Turismo, sin embargo, seguramente sepa lo que hay tras los paneles pero no quiere acordarse. “El que llega a la ciudad siempre ve las favelas, y ya las tratamos como activo turístico. Atraen la atención de mucha gente que visita Río, sobre todo extranjeros”, repite, excusándose ante la insistencia de la prensa.
El día a día que oculta la decoración lo explica a la perfección una residente cualquiera del Complexo da Maré, vecina de toda la vida, diplomada con mucho esfuerzo y emprendedora a todas horas. Tiene amigos policías militares, familiares narcotraficantes, y habla bajo el nombre ficticio de María. “Al principio sentimos paz cuando el ejército patrullaba. Cuando comenzaron a pensar en sustituir al ejército por la Policía Militar, los policías temblaban, porque las calles son muy estrechas y hay riesgo de quedar acorralados”.
Con el paso del tiempo, ella, como muchos, ha cambiado de opinión. Ha visto a soldados vaciar un bote entero de spray de pimienta en los ojos de chavales menores de edad. “Está claro que la policía hace eso porque está dentro de la favela. Si estuvieran en otro lugar la actitud sería completamente diferente. Si fueran chavales envueltos en el tráfico de drogas, se podría llegar a entender. Pero no era el caso: solo eran chicos montando alboroto en la calle, rimando, rapeando”. A partir de entonces los vecinos llegaron a la conclusión de que no vivían en el mismo país. “Nos tratan como a bichos.”
La penúltima vez que el Complexo da Maré, ahora oculto tras carteles olímpicos, llegó a los telediarios, fue a finales de junio, cuando una megaoperación policial intentó capturar a Nicolás Labre Pereira de Jesús, más conocido como Fat Family, jefe del narcotráfico rescatado por sus compinches mientras estaba ingresado en el hospital Souza Aguiar, en el centro de Río. Toda las pistas le situaban en una de las comunidades del Complejo.
“Entraron a las tres y media de la tarde, prácticamente a la hora en que los niños están volviendo del colegio, fue un infierno. Hubo gente que no consiguió acceder a su casa hasta la una de la madrugada. Me tuve que esconder en mi tienda para protegerme de los disparos. Incluso el Poder Público hizo una declaración oficial queriendo saber quién dio permiso para esa invasión. Creo que ni fue comunicado, la policía lo organizó y entró. Y si lo hicieron casi a escondidas es que venían a matar a ese tipo”.
Fat Family escapó, y eso que está malherido, pero a nadie le importa. El siguiente capítulo ya queda por detrás del decorado olímpico, y no se ve, queda fuera de plano. Quizá podrían haber rodado la telenovela en unos modernos exteriores, con viviendas rehabilitadas –tiempo han tenido–, con saneamiento básico y con reformadas instalaciones. En otras palabras: trabajar por un verdadero legado.