Sabía que estos eran mis últimos Juegos Olímpicos antes de subirme al avión el pasado viernes. Ayer cumplí 34 años y estoy en el tramo final de mi carrera. Llevo jugando desde 1998, son muchos kilómetros encima y mi cuerpo ya no es el de antes. He dedicado toda mi vida a la raqueta, pero se acerca el momento de afrontar otros retos y abrir una nueva etapa.
La ilusión por estar en otros Juegos, sin embargo, me ha dado fuerzas para seguir adelante cuando más difícil parecía. Y mira que ha sido complicado. Arantxa Parra (mi pareja del dobles en Río) y yo hemos tenido que subir muchas cuestas: sufrir, apretar los dientes, sacrificarnos, trabajar el triple… y cruzar los dedos para que todo eso funcionase. Y ha funcionado, como casi siempre ocurre con la nada mágica receta del esfuerzo. Los de Río de Janeiro serán mis cuartos Juegos Olímpicos, aunque también los últimos.
Hace 12 años participé por primera vez en unos Juegos y casi fue un milagro. Estaba fuera del torneo semanas antes del corte clasificatorio. Gonzalo, mi entrenador de toda la vida y un perro viejo del circuito, tiene una cabeza fuera de lo común para los números. Sin papel ni bolígrafo, es capaz de calcular en un momento los puntos que necesito para cubrir cualquier objetivo. Se sienta, repasa las pruebas que hay esa semana y emite rápidamente su veredicto. Es como una calculadora humana.
Recuerdo perfectamente lo que ocurrió aquel verano. Esa semana había torneos WTA sobre hierba porque empezaba la gira para preparar Wimbledon. Gonzalo hizo las cuentas y llegó a una conclusión que nos obligó a tomar una arriesgada decisión: mi única opción era ir a Marsella a jugar un ITF (un torneo de categoría menor) y no valía con hacer un buen papel. Tenía que ganar el título. Eso se llama presión. Y nunca es bienvenida.
Marta Marrero, mi rival por el último billete a Atenas, se fue a jugar a Birmingham y perdió en la primera ronda. Yo conseguí ganar en Marsella, logrando en el último momento una clasificación inesperada para los Juegos. Siendo una veinteañera, esa felicidad repentina me pilló con la inconsciencia de la juventud. Fue algo muy rápido, que pasó volando y que realmente no disfruté mucho. Perdí en primera ronda con Mary Pierce, pero me volví con la felicidad de haber formado parte por primera vez de la cita más importante del mundo del deporte.
Cuatro años más tarde, en Pekín, viví el momento más especial de mi carrera. Ganar la medalla de plata con 'Vivi' Ruano es incomparable a cualquier otro día de este viaje que empecé siendo una cría en Valencia. He tenido la suerte de conseguir dos títulos en Roland Garros, también con 'Vivi', pero ni eso está a la altura. Tampoco la satisfacción de proclamarme campeona en solitario. En Pekín, perdimos la final ante las hermanas Williams, pero la plata nos supo a gloria bendita. Lo primero que uno ve al entrar en mi casa es una foto de la conquista de la medalla. Creo que eso explica lo que significa para mí.
Ahora, y tras la experiencia de jugar sobre la hierba de Wimbledon en Londres 2012, estoy entrenando en Río tan motivada como la primera vez. He llegado con tiempo, quiero disfrutar todo lo que pueda y llevarme un bonito recuerdo. Ese recuerdo ya ha empezado a tomar forma estos días previos y crecerá cuando se acerque nuestro debut.
El viaje fue una locura. Eramos 200 personas vestidas de rojo y en la misma dirección. En el aeropuerto, al vernos con la ropa de la delegación española, mucha gente nos deseó suerte y me llamó la atención la sonrisa que tenían en la cara. Estaban fascinados porque íbamos rumbo a unos Juegos, y nos miraban casi hipnotizados.
Esa es la verdad. Digan lo que digan, no hay nada como los Juegos.
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