Las carreras ciclistas de un día se suelen definir por detalles. Una caída después de casi seis horas pedaleando desencadenó el de la prueba en ruta masculina de los Juegos de Río de Janeiro, la primera gran final mediática de la cita olímpica. Vincenzo Nibali, el máximo favorito en la previa junto a Alejandro Valverde, trazó un plan milimétrico nada más recoger su maglia rosa en Torino a finales del mes de junio. El Tiburón pasaría por el Tour de Francia pero toda su atención se centraría en un oro olímpico con el que soñaba cerrar su exitosa etapa de cuatro años en Astana. Cuando, durante la penúltima etapa de la ronda francesa, coronó Joux Plane con opción de triunfo, Nibali prefirió no arriesgar en el mojado descenso camino de Morzine: sólo importaba Brasil.
El circuito resultó incluso más duro de lo avanzado; con continuos repechos, tramos adoquinados, trampas varias y un cóctel final que incluía la triple ascensión a Vista Chinesa. Sin duda los Juegos Olímpicos más selectivos de la historia desde que los profesionales disputan esta prueba desde Atlanta 1996 y uno de los eventos por selecciones más exigentes de los últimos veinticinco años, quizá a la altura de Duitama 1995 y por encima del espectacular Mendrisio 2009.
La carrera comenzó con el guión previsto, aunque con matices. A la fuga protocolaria de cualquier gran cita de un día faltaron los ciclistas anónimos, aquéllos que utilizan estos movimientos para darse a conocer o asegurar un mejor contrato para la siguiente temporada. En su lugar, seis profesionales de entidad buscaron la heroica a más de 200 kilómetros del reparto de las medallas. Viajaban los dos campeones del mundo en Ponferrada: el profesional; Michal Kwiatkowski (Polonia) y el sub 23; Sven Erik Bystrom (Noruega), un habitual de las fugas del pasado Tour de Francia como Jarlinson Pantano (Colombia), un consumado rematador como Michael Albasini (Suiza) o buenos todoterreno como Simon Geschke (Alemania) y Pavel Kochetkov (Rusia).
Italia, dirigida de forma magistral por Davide Cassani, destapó su plan nada más llegar al circuito final. Cuando se esperaba que De Marchi, Caruso o Rosa enfilaran el grupo a la caza de los fugados, uno de sus peones ponía tierra de por medio al poco de comenzar la subida. A Damiano Caruso le seguían Greg Van Avermaet (Bélgica), Sergio Henao (Colombia), Rein Taaramae (Estonia) y Geraint Thomas (Reino Unido). Para entonces, a España sólo le quedaban sus dos líderes -Alejandro Valverde y Joaquim Rodríguez- y el vasco Jonathan Castroviejo. Imanol Erviti ya había cumplido de sobra en la primera mitad de competición.
El de Movistar, que el miércoles luchará por una medalla en la prueba contra el crono, contuvo de forma excepcional a todos los escapados hasta la nueva subida a Canoas. Cuando Castroviejo dijo basta, el grupo de Van Avermaet ya tenía a la vista a Kwiatkowski, el único superviviente de la fuga larga del día. La ascensión no resultó decisiva, pero sí la bajada.
Llegaba el momento esperado por Italia, la equis marcada en el rutómetro tiempo atrás, cuando la selección transalpina aterrizó en Río de Janeiro días antes que el resto de sus rivales. Vincenzo Nibali y Fabio Aru se adelantaron a los demás favoritos en un descenso técnico, tal y como demuestran las caídas de corredores como Richie Porte (Australia) o Nelson Oliveira (Portugal). A los dos líderes italianos le siguieron ciclistas del empaque de Rafal Majka (Polonia), Jakob Fuglsang (Dinamarca) o Adam Yates (Reino Unido). Problemas para España.
Ni Valverde ni Rodríguez asomaron la cabeza. El murciano, sin las piernas que acostumbra a exhibir en la parte final de este tipo de pruebas, se apresuró en trabajar para su compañero. Con la ayuda de los suizos, la ventaja se mantuvo en tiempos no definitivos. Joaquim, que al finalizar la carrera anunciaba que aquí concluía su carrera como ciclista profesional, arrancaba desde abajo en compañía del sudafricano Louis Meintjes (Sudáfrica) y, con mucho sufrimiento y amor propio, lograba contactar con cabeza justo cuando concluía la primera mitad del puerto. Nibali, obstinado como pocos en el pelotón, insistía.
Al decisivo ataque de Nibali sólo respondió el colombiano Henao y, a ritmo y con esfuerzo, el polaco Majka. Los tres coronaban con ventaja; las medallas se acercaban. Pero el ciclismo es caprichoso y no siempre los más fuertes ganan las carreras. Una caída cerca del paso por los 10 km a meta daba al traste con las ilusiones de los dos corredores favoritos al oro. Sólo Majka resistía. Exhausto, el de Tinkoff, podio de la pasada Vuelta a España y protagonista del último Tour de Francia con un nuevo maillot a puntos rojos de la montaña, veía Copacabana pero aún no la meta. Sufría.
Por atrás se acercaban Greg Van Avermaet; más rápido y Jakob Fuglsang; más entero. Los tres se unían a dos kilómetros del arco de llegada. El belga se sabía superior, el danés daba por buena la plata y a Majka le valía con subir al podio. Así, las posiciones del sprint parecían cantadas. Joaquim Rodríguez finalizaba quinto, sumando de este modo el primer diploma para España.
Greg Van Avermaet redondea así un año de ensueño. A saber: ganador de Tirreno-Adriático, etapa y maillot amarillo del Tour de Francia y ahora campeón olímpico, el primero en esta competición para un país del lustre de Bélgica en el ciclismo. Lejos quedan los años en que al ciclista de BMC se le consideraba un eterno segundón, un buen profesional al que se le escapaban los grandes triunfos. Desde ahora llevará por siempre el título de campeón olímpico.