Cuando eres bueno, pero bueno de verdad, te puedes permitir el lujo de sobrevolar la vida de los otros. La selección estadounidense de baloncesto se aloja en un transatlántico de lujo en el puerto de Río de Janeiro, eso es un hecho. Sin embargo, cada dos días, sólo por un rato, vuelven a pisar tierra y entrenan en un viejo pabellón, bien parecido a cualquier high school (instituto) en el que se criaron. Es la sede histórica del Flamengo, en Gávea, entre Ipanema y la Lagoa, zona noble de la ciudad.
Quien conoce Río está muy acostumbrado a los contrastes, pero ver entrenar a las estrellas de la NBA en este polideportivo recientemente remodelado para la ocasión pertenece a una quinta dimensión, como dirían los Byrds. Es una experiencia única ver ejercitarse en esta cancha a Carmelo Anthony y Kevin Durant, los líderes de una plantilla que sólo piensa en el oro, a pesar de que se le presentarán dificultades, como ante Australia. La expectación es máxima en los aledaños del recinto.
En mitad del gran circo mundial que representa cada movimiento de los jugadores de la NBA, inmensa nube de periodistas incluida, la pregunta es cómo consiguen mantener el amor por el juego después de tantos años. Carmelo Anthony, el más veterano, lo explica para EL ESPAÑOL. “Lo que pasa es que el baloncesto es un juego muy divertido. Si no fuera tan divertido sería difícil seguir jugando durante tanto tiempo”.
Carmelo sonríe con picardía, como un chaval en las pistas de su barrio antes de elegir los equipos a pares o nones. Respecto a si se divierte más ahora o cuando estaba recién llegado a la NBA, lo tiene claro: “Tío, creo que me lo he pasado bien en todas las fases de mi carrera”. Es lógico que jugando tantos partidos al año, cargando con tanta presión, con tantos millones de dólares en juego, la ilusión y la pasión puedan quedar en un segundo plano. O que se vean muy pequeñitas desde lo alto de sus figuras, aparentemente por encima del bien y del mal.
Kevin Durant se muestra más reflexivo, se lo piensa más. “Juegas para la gente”, responde midiendo las palabras como mide sus lanzamientos. “Lo mejor es seguir escuchando el ruido, que no se detenga. Es lo mejor que puedes hacer”. Tiene una mañana melancólica porque hace un rato le han preguntado por su infancia y ha comenzado a recordar a amigos.
Lo del amor al juego le sigue rondando por la cabeza. “No puedo escapar del baloncesto, no puedo escapar de un final apretado. Tengo que hacerlo lo mejor posible para mí y para todo el mundo que me sigue. Por otra parte, también soy un profesional, y esto es un trabajo en el que tengo que rendir cada día más”.
Minutos después, se puede ver en una esquina del banquillo al entrenador, Krzyzewski, hablando en voz baja con Durant. Inventando una nueva manera de conquistar el mundo. Los pivots practican el uno contra uno frente a miembros del cuerpo técnico en una canasta. En la otra, el resto del grupo ensaya el tiro desde las esquinas.
DeRozan y Klay Thompson no han visto ninguno de los partidos del resto de selecciones. No han visto las derrotas de España. Pero saben que Pau Gasol puede estar cansado porque todos ellos están cansados. “La temporada es muy dura y por estas fechas solemos estar descansando”, se lamenta Barnes, que ya tiene la bola en sus manos para arrancar su sesión de lanzamientos.
La mayoría de los jugadores, hay que recalcarlo, no tienen mucha información acerca de lo que es el Flamengo, ni de lo que significa el club. Algunos no saben ni que el Flamengo es el dueño de esas instalaciones que utilizan para conseguir su medalla. Carmelo, eso sí, por lo menos parece que se ha aprendido algún discurso: “Sé que han tenido grandes jugadores y que han dominado durante mucho tiempo”.
La media hora larga abierta para la prensa en el entrenamiento se termina. El entrenador, Mike Krzyzewski, da las gracias, uno por uno, a todos los periodistas. Ahí se quedan Carmelo y Durant, terminando de atarse las zapatillas. Observando todo desde ocho millas de altitud.
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