Acostado sobre el cemento, Juan Martín Del Potro lloró como un niño pequeño y se fue a besar los anillos olímpicos al fondo de la pista. No fue para menos: tras meditar su retirada del tenis como consecuencia de las lesiones (cuatro operaciones en las muñecas), el argentino remontó 5- 7, 6-3 y 7-6 a Rafael Nadal en una guerra de más de tres horas y jugará la final de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro contra Andy Murray, clasificado tras vencer 6-1 y 6-4 a Kei Nishikori. [Narración y estadísticas]
Para llegar hasta ahí, para asegurar la medalla de plata (segunda de su carrera tras el bronce de Londres 2012) y pelear por el oro, el 141 mundial logró lo que parecía imposible: dejar fuera de combate a Novak Djokovic y a Nadal la misma semana, un hito al alcance de pocos. Al mallorquín, que peleó hasta el final por el triunfo, le queda la oportunidad de conseguir mañana el bronce contra Nishikori.
“¡Nadal! ¡Nadal”, gritaron los brasileños durante toda la tarde, decididos a apoyar al español para posicionarse en la rivalidad que mantienen con Argentina desde siempre. Da igual el deporte o los protagonistas: si hay un argentino de por medio, cualquier brasileño va a ponerse en contra porque el histórico tira y afloja entre ambos países no es un asunto menor y cualquier disciplina de estos Juegos es una buena prueba para demostrarlo.
Nadal, que se marchó muy tarde a dormir tras atender a los periodistas y tratarse el cuerpo, buscando recuperarse de la paliza física que llevaba encima, aterrizó en la semifinal afirmando que estaba en desventaja como consecuencia de la programación, que le obligó a jugar más de cuatro horas el viernes y a volver pronto a la pista el sábado. El español se plantó en la pelea por la final con una importante carga a cuestas (casi 17 horas y con 21 sets disputados), pero subido a la ola de energía mental que le dio colgarse el oro en dobles.
En cualquier caso, el mallorquín arrancó sin frescura y acabó fundido, sin fuerzas para lo que tenía por delante. Lo evidenciaron sus movimientos, lentos y descompasados, y también su poca concreción para tomar decisiones adecuadas. Por ejemplo, en el primer juego del partido, que terminó costándole una rotura de saque (0-2), en el corazón de la segunda o en el final de la tercera, cuando el argentino le arrebató el pase al partido decisivo en un desempate de sonrisas y lágrimas.
El campeón de 14 grandes arregló su gris arranque con mucha cabeza. Este Nadal tiene las armas adecuadas para poner en serios problemas a este Del Potro, que a menudo golpea reveses cortados por el dolor que todavía siente en la muñeca izquierda y que huye de ese lado como una ardilla del fuego, cubriéndose con la derecha hasta dejar toda la pista desprotegida. Así, el partido del mallorquín fue de pizarra: repitió una y otra vez sus tiros sobre el revés del argentino y luego aprovechó para cambiar con su propio revés cruzado, abriendo la pista cuando Del Potro estaba totalmente orillado.
En la semifinal, Nadal confirmó lo que Del Potro se temía. El mallorquín torturó con su derecha combada el revés del argentino, que habría agradecido tener a mano una escalera para subirse y devolver desde ahí las altísimas pelotas de su contrario. Sin ocultarlo ni un segundo, el número cinco se lanzó a por la zona más débil de su rival y ser zurdo le ayudó a culminar su calculada táctica, pensada a conciencia y ejecutada bajo las reglas de un orfebre: mimo, paciencia e importancia en los detalles.
EVITAR EL BOMBARDEO
El plan de Nadal funcionó a ratos y se diluyó cuando más falta le hacía. El mallorquín, que vio cómo Del Potro deshacía a Novak Djokovic de derechazo en derechazo en la primera ronda del torneo, hizo lo que cualquiera con dos dedos de frente: impedir que el argentino golpease más de tres pelotas seguidas con su demoledor drive. En consecuencia, se puso a salvo del bombardeo, imaginando que con eso sería suficiente. No lo fue, porque este Del Potro tiene en el revés una herida abierta, pero tantas ganas de ser grande como el jugador que se presentó al mundo ganando el Abierto de los Estados Unidos de 2009, de la mano de un tenis supersónico.
En Río, Del Potro reaccionó desde el corazón y creció con el saque. Agarrado a su primer servicio, el argentino fue haciéndose intocable. Consiguió el break en la segunda manga, lo mantuvo y le negó a Nadal cualquier posibilidad de decir algo. Empatado el cruce, mallorquín y argentino se enzarzaron en una pelea de voluntades que explotó en la grada y también en la pista, con Del Potro mandando de estacazo en estacazo y Nadal defendiéndose mejor que nunca. Ni eso fue suficiente.
Un juego extraterrestre devolvió a Nadal al partido cuando estaba muerto, después de ceder al mortero de su contrario. Con Del Potro sacando por la victoria (5-4), el español le rompió en blanco y lo celebró rugiendo, agarrándose a la fe que nunca perderá. Salvó a continuación un 0-40 y citó al argentino en un tie-break que Del Potro compitió como un gigante. Se le escapó la victoria, en brazos del argentino tras una actuación colosal. Mañana, y mientras su verdugo busca un oro milagroso, Nadal intentará marcharse de los Juegos con otra medalla colgada al cuello. Casi nada para un jugador que hace 20 días no se entrenaba.