La jornada nocturna en el Estadio Olímpico de Engenhao se clausuró con una imagen para el recuerdo: las lágrimas de emoción de Orlando Ortega tras conseguir la medalla de plata en los 110 metros vallas. Pero la primera presea para el atletismo español en unos Juegos Olímpicos desde Atenas 2004 no fue la única gran noticia.
Sergio Fernández logró pulverizar por la retorcida calle uno el récord nacional más antiguo, el de los 400 vallas, con una marca impresionante de 48.87 segundos. El actual subcampeón de Europa de la distancia había estado a punto de romper la barrera de los 49 segundos en varias ocasiones, pero fue en el mejor escenario posible, en unas semifinales de unos Juegos, donde por fin logró borrar el registro de José Alonso Valero (49.02) que databa del año 1997.
Sin embargo, el atleta navarro de 23 años no obtuvo el que hubiera sido el broche de oro a su fantástica actuación. Finalizó tercero en su carrera -solo los dos mejores de cada serie avanzaban de ronda directamente- y su tiempo tampoco le sirvió para ser repescado: se quedó a dos décimas de entrar a la final olímpica.
Drouin voló más que Barshim y Bondarenko
En la final de salto de altura masculina, Derek Drouin se impuso una vez más en el duelo entre Mutaz Essa Barshim y Bohdan Bondarenko. El canadiense, prácticamente sin hacer ningún tipo de ruido, sumó a su título de campeón del mundo una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. No es un atleta mediático como lo pueden ser sus otros dos rivales, que ya acumulan varios intentos sobre el imbatible récord mundial de Javier Sotomayor (2.45 metros), si no que a base de llegar en forma óptima a las grandes citas se erige como el saltador más regular y con más condecoraciones del presente.
Drouin realizó un concurso impecable sin cometer un solo nulo, volando por encima del listón situado en 2.38 metros. No le hizo falta intentar una altura superior porque su dos grandes rivales, Barshim y Bondarenko, estuvieron lejos de su mejor nivel. El catarí saltó 2.36 a la primera y cometió tres nulos sobre 2.38. Por su parte, el ucraniano, falto de la confianza que se erigía como su gran fortaleza superó los 2.33 y decidió pasar a 2.38: ahí derribó dos veces el listón y se reservó un intento más para 2.40 con el mismo resultado.
Dibaba pierde su corona
Genzebe Dibaba, la reina del medio fondo mundial, cedió la corona del 1.500 a su máxima rival, la keniata Faith Kipyegon (4:08.92). En una carrera muy táctica y lenta que se decidió en una vuelta final de infarto, la etíope se desfondó en la última recta después de atacar demasiado pronto. La campeona mundial de la distancia vio cómo le fallaban las fuerzan en la recta decisiva -a punto estuvo de ser superada también por la estadounidense Jennifer Simpson, medalla de bronce.
Con un rush final mucho más potente, Kipyegon, la líder mundial del año, esprintó hacia el oro y se vengó de la derrota sufrida en el mundial de Pekín 2015, donde fue segunda por detrás de Genzebe en otra carrera de ritmo muy pausado que se decidió en las centésimas.
Los Juegos Olímpicos de Río todavía no han visto ganar a ninguna de las hermanas Dibaba. Tirunesh, la mayor y plusmarquista mundial de 5.000 metros, nada pudo hacer ante el registro extraterrestre de su compatriota Almaz Ayana. La pequeña, Genzebe, sucumbió al arreón final del la keniata Kipyegon.
Las españolas de longitud, eliminadas
Las tres representantes españolas en salto de longitud, Juliet Itoya, María del Mar Jover y Concha Montaner, no lograron realizar un salto que les diese el paso a la final, quedando eliminadas de la competición. Las dos primeras eran debutantes en una cita olímpica, mientras que la tercera, con 35 años, participaba en sus cuartos Juegos.
En un principio, la marca para acceder al concurso donde se disputarían las medallas era de 6.75 metros, pero el corte se quedó finalmente en 6.53. Itoya fue la mejor de las saltadoras españolas con 6.35, superando a Montaner por solo 3 centímetros (6.32). Jover quedó antepenúltima con 5.90.
En la calificación del salto de longitud participó Darya Klishina, la única atleta rusa que cumplía los requisitos de la IAAF para competir en los Juegos. Aunque en las últimas fechas el máximo organismo atlético había revisado su resolución, Klishina recurrió al TAS, que le dio la razón tras una odisea de decisiones contradictorias que tuvieron final feliz: la rusa pudo calzarse las zapatillas de clavos sobre el tartán azul del Engenhao.