- - Usain, - preguntó un periodista en la zona mixta del Estadio Olímpico de Engenhao - en Londres 2012 hablabas de cuánto querías convertirte en una leyenda. ¿Pero cómo deberíamos llamarte ahora?
- - Bueno, - respondió Bolt tras pararse a pensar un instante - alguien dijo en una conferencia de prensa el año pasado que si ganaba estas tres medallas de oro sería inmortal. Y me gustó. Así que me voy a quedar con eso: inmortal.
Cuando este viernes Usain Bolt consiguió su noveno título olímpico después de una última posta en el relevo 4x100 para su disfrute personal, como una alfombra roja hacia el trono del Olimpo del atletismo, y cuando la pista empezaba a vaciarse, se arrodilló sobre la línea de meta, besó el tartán y estiró los brazos como el Cristo Redentor de Río de Janeiro. Fue la imagen de la despedida de los Juegos, del adiós del rey.
El extraterrestre sumó otros tres oros en el estado más humano que se le recuerda: sus marcas no eran inalcanzables para los rivales (9.81 en el 100 y 19.78 e el 200), había velocistas capaces de correr por debajo de esos registros, pero la imponente figura del atleta más rápido de todos los tiempos cohibe al resto: nadie osa desafiarle, ni aunque muestre el menor resquicio de debilidad.
Ocho años de reinado -pueden ser nueve si resiste hasta el mundial del año que viene- que le han convertido en leyenda hasta evolucionar a mito, o como dice él, a inmortal. Sus victorias son incontables, pero no es la sola acción de ganar lo que le ha otorgado el aura del más grande, sino el cómo lo ha hecho: destrozando a sus rivales con un abismo de ventaja en unas pruebas decididas por un golpe de pecho, por centésimas de segundo.
La historia empezó a escribirse en Nueva York
En una lluviosa noche de mayo de 2008, el 31 exactamente, un relámpago llegado de Trelawny (Jamica) deslumbró al mundo. Un jovenzuelo de 21 años, de cuerpo alargado pero con los músculos bien definidos, corrió tan rápido como nunca se había hecho antes, en 9.72 segundos. Usain Bolt batió el récord del mundo de los 100 metros en un meeting celebrado en Nueva York y sobre un tartán mojado y resbaladizo. Aunque ya había sido campeón mundial junior de los 200 metros en 2004 convirtiéndose en el primer atleta de esa categoría que bajaba de los 20 segundos (19.93), su nombre saltó definitivamente al estrellato. Todo el mundo se preguntaba quién era aquel imberbe jamaicano.
Un par de meses más tarde, en los Juegos Olímpicos de Pekín, el 'Nido de Pájaro' presenció la primera gran exhibición de Bolt en un campeonato internacional. Se paseó en los 100 metros sobre la pista china, pulverizando la plusmarca mundial (9.69s) dejándose ir los últimos diez metros y golpeándose el pecho con la mano derecha. Ya era el número y con mucha diferencia. Pero por si no quedaba claro, en el doble hectómetro, el relámpago volvió a atacar. Borró el histórico tiempo de Michael Johnson -19.30 por 19.32-, cuando su meteórica carrera no hacía nada más que despegar. Se fue de la capital china con tres medallas de oro (100, 200 y 4x100) y tres récords del mundo.
Sin embargo, un año más tarde, Bolt rompió en mil pedazos todos los estudios previos sobre dónde podría encontrarse el límite del ser humano. Voló en los 100 hasta parar el crono en 9.58s y en los 200 hasta 19.19s, dos marcas que se revelan como imbatibles por muchas décadas que pasen y muchos atletas que se atrevan a rozarlo. En el mismo Estadio Olímpico de Berlín donde Jesse Owens había ridiculizado la teoría hitleriana sobre la supuesta superioridad aria, el jamaicano marcó dos registros para la historia.
Daegu, punto de inflexión
Usain Bolt llegaba al mundial de Daegu en 2011 con la aureola de máxima figura del atletismo mundial; sólo una hecatombe podría evitar que renovase su reinados. Pero el desastre ocurrió: en la final de los 100 metros, se movió de los tacos antes de que el juez apretase el gatillo cometiendo una salida nula. El recordman de todo lo posible estaba eliminado -la única carrera que no ha ganado de una competición internacional, después de convertirse en el atleta más rápido, donde había medallas en liza. Aunque esa fue una gran decepción, Bolt, como los grandes campeones, se curtió en la derrota para hacer de ello una fortaleza. La próxima temporada había una nueva cita olímpica.
En Londres 2012, 'el relámpago de Trelawny' revalidó el triplete cosechado en Pekín. Se impuso en los 100 con 9.63s (récord olímpico), en los 200 con 19.32 y en el relevo 4x100 el cuarteto jamaicano hizo trizas la plusmarca mundial (36.84s), todavía vigente en la actualidad. El mejor Bolt se erigió de nuevo como el rey de los Juegos, pero el espectro sobre si había alcanzo su mayor nivel y la sensación de que no iba a poder superar sus propias marcas, comenzó a planear sobre su figura.
Cuatro años más tarde, Usain Bolt sigue siendo el más rápido, el más grande. Nadie ha sido capaz de derrotarlo y sólo uno se ha acercado al rebufo de su estela: el estadounidense Justin Gatlin. En Río de Janeiro, el velocista jamaicano se ha colgado otras tres medallas de oro al cuello, siendo el primer atleta de la historia capaz de escuchar en nueve ocasiones el himno de su país desde lo más alto del podio olímpico. Entre medias, el los cuatro años de Olimpiada, Bolt ha sido capaz de ganar los 100, los 200 y el 4x100 en otros dos Mundiales -Moscú 2013 y Pekín 2015: suma once oros en campeonatos del mundo.
En los Juegos Olímpicos, para conseguir las nueve medallas de oro, Usain Bolt ha estado sobre el tartán, con el cronómetro en marcha, un total de 400.33 segundos (6 minutos 40 segundos y 33 centésimas), contando el tiempo total de los relevos 4x100 y no solo su posta. La historia se puede escribir en menos de siete minutos.