Rozó España el abismo. Se recordó a sí misma en los desastres pretéritos de Moscú o Seúl. Se vio de nuevo en el pozo, como en Sídney, cuando Barcelona 1992 había inyectado savia nueva, una manera de hacer las cosas acordes a los tiempos, acordes al potencial y consecuentes con los resultados de la cita que puso a la Ciudad Condal y a España en el mapa deportivo mundial. Se vio así la delegación española cumplida la primera semana de los juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Y sin embargo renació. Ascendió a los cielos en una segunda semana para el recuerdo y sobre todo con 24 finales dignas del mejor sprinter.
Cierra el equipo nacional los primeros Juegos sudamericanos de la historia con 17 medallas. Igual que en Londres hace cuatro años. Igual que en Atlanta hace ya 20 años. Sólo los Juegos de Pekín en 2008, Atenas 2004 y Barcelona en 1992 representan un éxito mayor en lo que se refiere a cantidad de medallas (18, 20 y 22 respectivamente), pero Río tendrá siempre el privilegio de haber alcanzado las siete medallas de oro, tan sólo por detrás de los Juegos de 1992, por encima de los nuestros mejores registros cuando no fuimos los anfitriones (los cinco primeros puestos de Pekín y Atlanta).
Calculaban en el Consejo Superior de Deportes 17 medallas antes del inicio de la competición, pero probablemente no contaron con una cantidad de oro tal. Un botín con el valor añadido de la variedad, pues hasta cinco deportes se auparon a lo más alto del podio. Desde la piscina de Mireia Belmonte a las aguas bravas de Maialen Chourraut o las aguas tranquilas de Marcus Walz y el tándem Saúl Craviotto-Cristian Toro pasando por la pista dura de doble integrado por Rafa Nadal y Marc López y el tartán mojado al que Ruth Beitia le sacó brilló a los 37 años hasta llegar a la pista de bádminton de Carolina Marín.
Siete oros para colocar a España en la 14ª plaza del medallero, la tercera mejor posición de nuestra delegación por detrás de Barcelona, donde ocupamos la sexta plaza, y Atlanta (13º). Pero no sólo de oro vive España. De plata se vistió Orlando Ortega, el cubano nacionalizado que daba las gracias a España tras su segundo puesto en los 110 metros vallas mientras limpiaba sus lágrimas con la bandera patria que le envolvía. También lo hizo Eva Calvo, que llegó a Río buscando el oro y antes o después descubrirá el valor incalculable de lo conseguido pese a su cara en el podio del taekwondo. Y de plata fueron las medallas de la rítmica y el baloncesto femenino.
Sólo las rusas impidieron a las chicas de Sara Bayón subir a lo más alto. Lo merecían tanto... Por aquel chocolate amargo con el que se despidieron de Londres, pero sobre todo por la progresión meteórica que han tenido desde entonces, por la evolución del equipo, por el trabajo interminable que bien podría equipararse al del conjunto de Lucas Mondelo. Las otras chicas de plata, las del basket. Tan pioneras son ellas como lo fueron los José Luis Llorente, Corbalán, Solozabal, Epi y compañía ante Estados Unidos en Los Angeles 1984. Ahora, más de 30 años después Alba Torrens, Anna Cruz, Marta Xargay, Laia Palau, Lucy Pascua, Astou Ndour y el resto del equipo son propietarias del único escalón al alcance de los mortales.
Imposible por supuesto valorar los Juegos de Río sin los seis bronces que bien pudieron ser algo más. Lo merecía Mireia, vaya si lo merecía. Y eso por no mencionar a Lidia Valentín, tercera después de un año infernal de lesiones y sufrida preparación. O de nuevo Saúl Craviotto, que esperaba pelear por la quinta plaza y se trajo su cuarta medalla olímpica como Joel González, con la rodilla destrozada y en silencio, se trajo la segunda de su palmarés particular. Y, cómo no, Carlos Coloma, el hombre del bigote mexicano que emuló a José Antonio Hermida, su compañero en Río y que ya conquistó una plata en Atenas 2004.
Sin embargo, el broche de oro, aunque la medalla de plata, lo puso la selección española de baloncesto masculino. Ellos, que por terceros Juegos consecutivos se subieron al podio olímpico, algo que únicamente consiguieron dos países ya extintos como la URSS y Yugoslavia además de Estados Unidos. Ellos, que desde 2001 no han parado de darnos alegrías. Ellos, que realizaron dos ejercicios de ilusión inalcanzables para cualquiera en las finales olímpicas de Pekín y Londres. Ellos, que tan cerca lo tuvieron en la semifinales del pasado viernes ante el Team USA más asequible de este siglo. Ellos, que aún disfrutan de Pau Gasol, el líder espiritual y deportivo de un equipo que no llegará al próximo ciclo olímpico pero que no cierra la puerta a un último baile. Lo tendrá en la NBA con San Antonio. Ojalá lo tenga con la selección en el Eurobasket de Turquía.
El de Gasol, como el de Rafa Nadal, como el de Maialen Chourraut o el de Ruth Beitia, ha sido el canto de cisne de una generación que deja Río como los segundos mejores Juegos de la historia de España. Un adiós olímpico a la altura de las expectativas, y en su caso, tanto en estos Juegos como en el resto de sus carreras profesionales, muy por encima. Salve.