–“Perdone, ¿sabe usted dónde está el club de kárate? Sí, dentro del colegio. Entras, bajas y te encuentras con el gimnasio”.
En la puerta, un cartel coincide con la dirección buscada: Centro Educativo Bilingüe Antonio Machado. Tras las rejas, las aulas quedan a la izquierda y los niños, de ‘charleta’ en los bancos, señalan a este periódico una rampa. “Allí abajo están entrenando”. Y, en efecto, así es. Suena música en el gimnasio, alguna risa y la voz del entrenador de fondo. “¿Está Rocío?”, preguntamos, e, inmeditamente, aparece. Hace una reverencia, pide perdón juntando las manos y sale del tatami. A su alrededor, otras 20 personas reproducen movimientos en parejas. Definitivamente, estamos en la escuela de kárate. Sí, aunque esté dentro de un gimnasio de colegio y de los laterales cuelguen canastas de baloncesto.
Rocío Sánchez (Madrid, 1991) y Cristina Vizcaíno (Madrid, 1987), subcampeonas del mundo por equipos, compaginan trabajo y entrenamientos con sueños. No tienen excesivas ayudas ni facilidades, hablan de patrocinios como utopías y, sin embargo, fijan la mirada en 2020. Quieren y saben que pueden ir a los Juegos. El COI anunció que el kárate debutaría en Tokio junto a otros cuatro nuevos deportes olímpicos (skate, surf, béisbol y escalada) y ambas son conscientes de que se encuentran ante la oportunidad de sus vidas, ante el gran reto de sus carreras deportivas. Sin embargo, tendrán que prepararse para la cita en sus ratos libres. No les queda otra. Lo tienen asumido, pero avisan: “Nuestras rivales sí son profesionales y no competimos en las mismas condiciones”.
Unos problemas que les llegan sobrevenidos; ambas están acostumbradas desde hace tiempo. “Aquí, salvo los grandes deportistas, en su mayoría jugadores de fútbol, el resto tenemos que pagárnoslo todo”, reconoce Cristina Vízcaino. De hecho, la única ayuda que reciben es de la Federación. “Nos dan lo que pueden”, puntualiza la karateca, que está pendiente de obtener una beca ADO y poder dejar su trabajo para dedicarse a tiempo completo para prepararse para los Juegos. Y Rocío, más contundente, añade: “En este país es casi imposible dedicarte a ello. Dependes de tener un trabajo, de que tu jefe te deje ir a los campeonatos… Yo entiendo que te digan: ‘¿Pero cómo voy a darte esos días?’.
CROWDFUNDING, EXÁMENES Y KÁRATE
Para luchar contra esta realidad, Rocío decidió plantar batalla por su cuenta. El ingenio, avivado en tiempos de crisis, a veces ofrece una puerta de salida. Y ella, inquieta e inconformista, intentó ‘montárselo’ por su cuenta e iniciar una campaña de crowdfunding para participar en el circuito mundial de la World Karate Fedeartion (WKF). “Una amiga de toda la vida me dijo: ‘¿Por qué no lo intentas?’. Y funcionó. Me ha servido de ayuda”, reconoce. Pero eso, obviamente, no es suficiente.
La vida de Rocío, como la de mayoría de sus compañeros, es mucho más complicada. Y, sobre todo, más ajetreada. Al encuentro con este periódico, por ejemplo, acude tras jornadas maratonianas de cansancio. El día de antes, porque salió a las cuatro de la mañana para hacer un examen en la UCAM (Universidad Católica de Murcia); y el de la entrevista, porque tras entrenar, se marcha a trabajar en una tienda de deportes. “A veces la gente dice que estoy loca”, bromea.
Al final, sin embargo, “todo es cuestión de organizarse”. Así lo ha asumido ella, involuntariamente, desde que se metió en este mundo de forma casual. Empezó a practicar kárate porque su hermano, seis años mayor, lo hacía. Y, aunque ella lo compaginó con el ballet durante un tiempo, finalmente se decantó por permanecer pegada al tatami mientras pergeñaba las típicas trastadas de cualquier niña “traviesa”. “A veces, nos saltábamos a una casa que estaba abandonada, cosas así... Nada grave.”. Las ‘llaves’, sin embargo, nunca las usó: “En la escuela siempre me decían aquello de: “¡Cuidado, que Rocío hace kárate!”, cuenta, anecdóticamente, entre risas.
Tiempo después, y tras renunciar, por ejemplo, a jugar en el Atlético femenino, acumula títulos académicos y deportivos. En 2013, terminó Magisterio de Educación Primaria; en 2014, trabajó de profesora en un colegio concertado y empezó educación infantil en la UCAM, donde está becada; y en 2017, ha compaginado el kárate con su empleo en una tienda de deportes el pasado verano. Y, mientras tanto, le ha dado tiempo a proclamarse campeona del mundo universitaria, subcampeona del mundo por equipos en kumite y ser la número 17 en el ránking de su categoría (-50 kilos). Total, que sus otros hobbys (leer, escribir y viajar), los ha tenido que dejar de lado en más de una ocasión.
CRISTINA, DEL DECATHLON AL TATAMI
Cristina Vizcaíno sabe bien de lo que habla Rocío. Ella se levanta a las seis de la mañana, trabaja ocho horas en el Decathlon (tienda de deportes), va a comer y entrena dos horas y media cada día. Y después, a cenar, a dormir y a descansar. Así todos los días, invariablemente, agotando las agujas del reloj. ¿La razón? Decidió elegir el kárate antes que el ballet, qué se le iba a hacer. Y así, con esa rutina de por medio, ha sido subcampeona del mundo por equipos, tercera de Europa en dos ocasiones, 15 veces campeona de España en la categoría de -68 kilos en la modalidad de kumite y ha conseguido estar entre las 10 primeras del ránking.
“Creo que es posible llegar a los Juegos”, sentencia, sin pensarlo. Pero también es consciente de que todas las dificultades que va a encontrar por el camino. “La vida no nos ha cambiado nada desde que se anunciara que el kárate sería deporte olímpico, aunque a ver si ahora...”, explica, esperanzada. Pendiente de que la situación cambie y de que tanto Rocío como ella puedan acudir a los Juegos en las mejores condiciones posibles.
Ese es el objetivo de ambas, que fijan la fecha en 2020 y la mirada en Tokio. Queda mucho tiempo, pero no pierden la fe. Como escribió Bernard Shaw, hay que colocar la base de los sueños y construir castillos en el aire. Sólo así se puede viajar en el tiempo, esculpir el futuro y contemplar la utopía como algo posible. Da igual que falten patrocinios, que las ensoñaciones surjan desde el patio de un colegio o que los días, a veces, exijan una concatenación de esfuerzos camino de Ítaca. Ellas están dispuestas. No les falta coraje. Lo suyo es “un milagro”, dicen, y esperan que siga siéndolo, al menos, hasta que la antorcha olímpica encalle en su propio puerto.
[Capítulo I: Andrea Benítez, educada en el skate callejero y caminio de los Juegos]
[Capítulo II: Vicente Romero, el surfista brasileño, catalán y español que mira a Tokio]
[Capítulo III: Jonatan y Mikel, a Tokio estrenando instalaciones]
Noticias relacionadas
- Mo Farah rompe con su entrenador para huir de las sospechas de dopaje
- El equipo de tiro español, retenido en Dubái: “Nos tienen como a prisioneros”
- Andrea Benítez, educada en el skate callejero y camino de los Juegos Olímpicos
- Jonatan y Mikel, camino de los Juegos estrenando instalaciones en escalada
- Vicente Romero, el surfista brasileño, catalán y español que mira a los Juegos
- Rocío Sánchez, la subcampeona mundial de kárate que recurre al crowdfunding para ir a los Juegos de Tokio 2020