"Siempre lo intentaste. Siempre fallaste. No importa. Inténtalo otra vez. Falla de nuevo. Falla mejor". A diferencia del tenista suizo Stan Wawrinka, Pita Taufatofua no necesita tatuajes que le recuerden su lugar en el mundo, sus ganas de luchar, de caer y volver a levantarse. De hacerlo una y 1.000 veces. Aquel taekwondista que en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 deslumbró al mundo como abanderado de Tonga, a pecho descubierto y completamente rociado su torso de aceite de coco, no quiere ser recordado como otro deportista más que peleó por las medallas y la gloria, él quiere hacer que su gente "sueñe a lo grande, que tengan éxito en el fracaso y lo vuelvan a intentar otra vez". Como lo ha hecho él desde que era un niño. Como hará en los Juegos Olímpicos de Invierno de PyeongChang, donde participará en esquí de fondo.
Con 34 años, Taufatofua saltó a las primeras páginas de todos los diarios del mundo, a los informativos de televisión. Fue él y no Giselle Bundchen quien acaparó los focos de la ceremonia de inauguración de Río 2016. Bandera de Tonga en sus manos, falda tradicional de su país y una legión de admiradores desde ese mismo momento. Desde ese momento todos le saludaban a su paso por la Villa Olímpica: las estrellas de otros deportes, los árbitros, las mujeres -sobre todo las mujeres-, los voluntarios. Era su momento y ni siquiera la eliminación en primera ronda de +80 kilogramos iba a poder arrebatarle aquello por lo que tanto peleó desde los 12 años.
Fue en 1996 cuando, al regresar a su país, el púgil Paea Wolfgramm -el primer y hasta ahora único medallista olímpico de Tonga-, con la plata de Atlanta 1996 colgada al cuello, tuvo un breve encuentro con Taufatofua. "En ese mismo momento me di cuenta de que necesitaba convertirme en deportista olímpico. Necesitaba ser como él. Nadie me creyó, pero aquella idea se metió en mi cabeza y nada fue capaz de acabar con ella por muy malos momentos que estuviera viviendo mi familia", recuerda.
Pita Taufatofua fue, quizás, la persona más envidiada de los Juegos de Río, pero pocos se fijaron en la persona detrás del aceite de coco. Su historia, como la de tantos, está jalonada de desgracias, penas y momentos complicados que ha sabido sortear con un sueño más poderoso que todo ello. Desde la familia humilde que compartía una casa de una sola habitación -eran seis hermanos más sus padres-, la muerte de su hermana a causa de la leucemia o sus propios problemas de salud cuando era niño que llevaron a los médicos a comunicarles a sus padres las dudas sobre su propia supervivencia.
Y todo ello por no hablar de su desnutrición infantil, de sus problemas de crecimiento -"era el niño más pequeño del colegio"-, de sus problemas con los deportes desde niño -"probé el rugby durante cuatro años, no me perdí un solo entrenamiento, pero no me pusieron a jugar ni una sola vez"- o de sus mil y una desventuras en su sueño olímpico a través del taekwondo, un deporte que comenzó a practicar a los 5 años. Desde la decepción de su primer intento de clasificación para Pekín 2008, cuando viajó a Fidji con el poco dinero que pudo reunir para que, al llegar allí, la federación de su país decidiera poner a competir a otro luchador. O sus decepciones antes de los Juegos de Londres, cuando intentó competir con los ligamentos más que dañados y la tibia y el peroné de su pierna izquierda fracturados.
Se levantó, sin embargo, una vez más. Volvió a fallar, pero esta vez falló mejor. Y llegó a Río, y compitió, y perdió, y encontró un nuevo desafío: PyeongChang 2018.
Pocos son los deportistas que han hecho doblete en los Juegos Olímpicos de verano y de invierno de forma consecutiva. La velocista estadounidense Lolo Jones es el caso más reciente, pero a diferencia de ella -cambió el tartán del atletismo por la pista de bobsleigh con la potencia y la velocidad como objetivos básicos-, Taufatofua ha optado por un deporte que no conocía y en un medio que jamás había visitado en su vida. Jamás.
Raro es el día que en mitad del Oceano Pacífico la temperatura baje más allá de los 18 grados y Tonga no es una excepción. Es más, la temperatura media anual de esta isla con poco más de 100.000 habitantes supera los 26 grados. Vamos, que de nieve, nada de nada. Y de deportes invernales menos aún, con lo que su nuevo sueño olímpico iba a ser, como mínimo, tan complicado o más que el primero. Y no sólo por la nieve.
Steve Grundmann, el alemán que dirige el equipo olímpico invernal de Tonga desde Múnich, es quizás quien más sabe de los problemas que ha encontrado Taufatofua. "En realidad, el proceso más complicado fue convertirlo en un esquiador de fondo. Estamos hablando de un luchador de artes marciales superpesado. Sus rivales pesan entre 20 y 30 kilos menos que él. Ha tenido que perder 15 kilos y, sobre todo, aumentar su aguante, su resistencia", explica. Cambios que provocan más cambios: "Sus músculos se volvieron más finos y más largos y, a partir de ahí, llegó el segundo desafío: la técnica", prosigue. Porque Pita Taufatofua jamás se había 'calzado' unos esquís hasta 16 meses antes de los Juegos de Pyeongchang. "No es un deporte fácil si no has hecho nunca esquí de fondo, especialmente la parte del patinaje", explica Grundmann dando, sin querer, la clave de su clasificación.
Apenas cuatro semanas de entrenamiento en Alemania, siempre con esquís de alquiler y sufriendo los rigores de infinidad de caídas, fueron suficiente preparación para comenzar a competir en busca de una puntuación que le valiese la plaza olímpica -en esquí de fondo cada país tiene derecho a una plaza siempre que consigan una marca mínima-. Lahti, Turquía, Polonia, Armenia, Croacia... Una tras otra, las pruebas de la Copa del Mundo se convirtieron en mejoras mínimas. Desde los 957 puntos de la primera prueba a los menos de 449 de la última. Del puesto 153 de 156 participantes de su primera prueba a la clasificación final en Islandia, en su última oportunidad. Y todo gracias al patinaje en línea, aquel que comenzó a practicar nada más volver a Tonga tras su primera prueba. La mejor forma de entrenarse hasta que consiguió varios resultados considerables en Colombia en esquí sobre ruedas pese a no tener aptitudes físicas para la actividad aeróbica.
Aquel fue su despertar al esquí de fondo, el clavo ardiendo que necesitaba para aferrarse a algo y mantener su sueño, para lograrlo, para convertirse únicamente en el segundo deportista de Tonga que compite en unos Juegos Olímpicos de Invierno. Y eso que aún le faltaba cubrir los gastos económicos. Un mínimo de 25.000 euros, aunque sólo fuera para viajes y conseguir un equipo profesional, unos esquís profesionales, aquellos que pueden marcar la diferencia entre un resultado aceptable y un buen resultado. Así que montó una GoFundMe a través de Internet y en apenas unos meses ya tenía más de 12.000 euros. Un dinero que devolverá en forma de cariño, pues su equipación en Pyeongchang llevará inscritos todos y cada uno de los nombres de aquellos que aportaron algo para que él pueda vivir su sueño.
"La gente está demasiado asustada de probar cosas nuevas, de soñar a lo grande y tener grandes objetivos. Pero sobre todo tienen miedo de fracasar y fracasar no es el problema". Palabra de Pita Taufatofua.
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