Los grandes nombres del último decenio deportivo ya no están o se están yendo. Poco antes de que Federer ganara su último grande, Bolt dejó de galopar en agosto de 2017. El Real Madrid de las cuatro Ligas de Campeones ya es historia y ojalá regrese Pau Gasol, aunque hoy no tengamos ninguna certidumbre. El deporte es la más fugaz, intensa y centelleante de las profesiones, quizás por ello el relevo nunca cesa.
Carlos Sainz pilota su carrera acompasadamente con sus objetivos y capacidades, al ritmo que su talento le marca. La sabiduría de su padre parece estar detrás de esta forma de mirar la vida, sin prisas a más de 300 km/h. Una pausa que está madurando en un piloto seguro de sí mismo y dominante, al que sólo el reglamento peculiar de la Fórmula 1, que reparte las cartas de la suerte entre los pilotos a mitad de carrera - ¡no importa cómo vayan! –, le privó de su primer triunfo.
Con el talante ganador de la familia, Carlos se parece a su padre, pero en simpático. En sí, esta característica no es buena ni mala, tal vez sea fruto de los tiempos. La alegría de los jóvenes que han nacido con la democracia, el progreso y la libertad; con la estructura del deporte establecida, sin necesidad de ser pioneros que descubren el camino cierto hacia el éxito.
Cuanto más vemos a Ansu Fati más queda Bartomeu al desnudo. El futuro es este chico y no porque se haya convertido en el goleador más joven de la historia de la selección, sino porque todos los entrenadores que ha tenido así lo han señalado. Que el elegido para la renovación fuera Messi -un jugador que quiere ganar la Champions y salir del club para conseguirlo – sólo muestra que el motivo del presidente era acallar el descontento social.
Ahora la renovación profunda que necesita el club está comprometida, al menos condicionada. En estas circunstancias siempre hay que elegir el prometedor futuro, máxime cuando el presente no quiere involucrarse. Un error estratégico enorme, porque las nuevas generaciones vienen con la creencia en el rendimiento medido y el esfuerzo que te exige el conocimiento científico de tu estado.
Exactamente esto es lo que está ocurriendo en el ciclismo, un deporte en el que desde hace unos años se mide el esfuerzo, la recuperación, el entrenamiento y el rendimiento al milímetro. La razón que otorgan los datos ha permitido a una serie de jóvenes invadir un deporte extenuante que no tardará en quedar en sus manos.
Antes de la revolución tecnológica, los directores de los equipos se hacían los remolones: es muy bueno, pero todavía es muy joven, hay que dejarle que madure, y estas pamplinas que se inventan los conservadores con aversión al mínimo riesgo. Ahora se sabe que el riesgo consiste en no dar paso a los mejores. Y las nuevas generaciones asombran en el Tour un día tras otro.
Ayer ganó Pogacar (21 años), demostrando junto a Roglic que los eslovenos, además del baloncesto y en el esquí, pueden ser buenos en ciclismo. Sin embargo, el héroe de la etapa fue Marc Hirschi, 22 años, que por milímetros no llevó a buen puerto una escapada titánica, desmedida y emociónate. A la espera, Egan Bernal, el ganador del año pasado, el más joven desde hacía 110 años.