Según manifestó Jordi Évole tras su exitoso debate enlatado entre Pablo Iglesias y Albert Rivera, el programa fue editado desechando aquellos asuntos en los que los dos políticos estaban de acuerdo. A mí me hubiera parecido mucho más interesante lo contrario. Conocer en profundidad sus coincidencias y sus causas. De sus discrepancias estamos ya bien servidos en sus continuas apariciones en los medios. Pero parece que éste es el foco con el que los periodistas revisan la actualidad. La polémica, la desavenencia, el desacuerdo, como si nunca pudiéramos librarnos de la plaga histórica que asola este país desde hace siglos.
Ni siquiera los medios deportivos, que en teoría se dedican al mundo de la evasión y del disfrute, escapan de este enfoque. Así, nos pasamos todas las semanas escuchando rumores de miradas amenazadoras y mensajes cifrados, como si los actores en lugar de deportistas fueran hampones de los bajos fondos. No es extraño que en los últimos días la actualidad haya sido ocupada por una denuncia de favores arbitrales, pese a que los propios medios no tienen reparo en reconocer que carece de algún fundamento.
Claro que este decorado de cine negro, pero decorado al fin y al cabo, se ha convertido en un guiñol para niños a tenor de lo ocurrido en el último Gran Premio de motociclismo. Reconozco que en los últimos tiempos miraba a Rossi con la simpatía de quien contempla la resistencia de un campeón contra su ocaso, aunque su figura nunca me atrajo. Su lista de irregularidades en la pista y de declaraciones despectivas contra sus adversarios es tan larga como la de sus charlotadas. Quizá haya sido este carácter pretendidamente cómico -en ocasiones muy lejos del respeto que un deportista ha de guardar a sus rivales- el que haya cegado a medios y aficionados a la hora de enjuiciar al piloto italiano. Su sonrisa de niño pícaro, sus pelucas y sus titulares le convirtieron en el niño mimado del circo de la moto, que pasó por alto sus numerosos desmanes.
No hay mal que por bien no venga y la patada de Malasia ha dejado al descubierto el juego perpetuo de Rossi. Si gana se hace el simpático, aunque sea a costa del rival, y si el adversario le hace sombra, cualquier método es bueno para desequilibrarle. Pero esta vez se ha pasado tanto de frenada que ya había perdido la razón en las ruedas de prensa, esa arma que siempre ha utilizado de forma ventajosa. Acusar a Márquez de ayudar a Lorenzo fue una astracanada de tal calibre que dejó al descubierto su debilidad: no puede competir con Lorenzo, pero tampoco con Márquez ni con Pedrosa. Lo que pretendía era que le hicieran el pasillo antes de tiempo, ya que las segundas posiciones le daban el título. Tan deportivo como siempre.
Si el asunto hubiera quedado ahí, Rossi quizá hubiera perdido el Mundial, pero conservado su prestigio. Su acción fue tan antideportiva que no sé si hemos visto alguna otra de calibre parecido. Como si Gatlin hubiera zancadilleado a Bolt en los 100 metros de Pekín. Pero su acción no solo es antideportiva en esencia, sino que roza el campo de lo delictivo. La intencionalidad de su coz es tan evidente que, ¿de qué estaríamos hablando ahora si Márquez hubiera resultado lesionado? Por no ponernos en lo peor...
A la vista de lo acontecido, la sanción es casi tan bochornosa como lo ocurrido en la pista. Sique siendo el niño mimado. En cualquier otro deporte, un comportamiento similar le hubiera supuesto una expulsión fulminante y una sanción de meses o quizá de años. Un nefasto ejemplo para el deporte y para la educación de los futuros pilotos. Y para los que no son pilotos. Un precedente infausto.
Mientras escribo estas líneas, leo que Rossi ha declarado a unos periodistas italianos que quizá no se presente en Valencia. Haría bien. No solo en no presentarse en Valencia, sino en renunciar a los puntos de Malasia y pedir perdón a Márquez y al resto del mundo del motociclismo por haberlo mancillado de esa manera. Ya que no le sancionan como se merece, que tenga la dignidad de censurarse a sí mismo. Así perdería el Mundial, pero al menos recuperaría parte de su prestigio.