No hace tanto, en 1978, el infante de la marina John Collins propuso combinar la ‘Waikiki Roughwater Swim’ (4 km a nado), la ‘Aroun-Oahu Bike Race’ (180 km en bicicleta) y la ‘Marathon of Honolulu’ (42 km y 195 metros de carrera) para elegir al primer hombre de acero de la historia. Desde entonces, cada año, se celebra el campeonato del mundo en Hawái, una ‘locura’ que ha ido ganando adeptos poco a poco con un incremento exponencial. En España, por ejemplo, en el año 2000 había 4.036 triatletas con licencia y en al año 2015 un total de 25.040. ¿La razón? “Es un deporte muy divertido, así de simple”, reconoce Carlos Ramírez Duarte, que, a sus 45 años, es el deportista nacional que más Ironman ha acabado: 69. El último de ellos, en Ibiza.
Carlos Ramírez Duarte (Pamplona, 1970), el ‘Quijote del triatlón’, como lo llaman en su gremio, recibe a EL ESPAÑOL en su casa de Tres Cantos, con su traje de persona ‘normal’, el que se coloca desde hace 25 años para ir a trabajar a Telefónica. Ese es su oficio, el que sufraga los gastos (unos 6.000 euros por temporada) que le permiten convertirse en un ‘hombre de acero’ cuando se lo pide el cuerpo. “Hay años que sólo he hecho uno, pero otros que me he inscrito hasta en seis, depende un poco de cómo me encuentre. Por ejemplo, en 2006 hice tres en 14 días”. Ya ven, como el que va a por pan.
Su vicio, tan inalcanzable para los ‘mortales’ como real, remite a los albores del triatlón en España, al año 1986, cuando tenía 16 años. Entonces, sentado en su casa, vio en la televisión a unos ‘locos’ que hacían una prueba llamada Ironman. Y claro, le picó la curiosidad. Carlos decidió que tenía que seguir los pasos de aquellos hombres de acero, sin pensar que a los 45 años llevaría 69: “Yo lo que quería era ir a Hawái al campeonato del mundo”. Eso sí, antes tenía que hacer muchas cosas, como, por ejemplo, comprarse una bicicleta: “Me la gané un verano pintando la valla del chalé de mi padre. En total, reuní 3.900 pesetas para ir a por una Orbea de cinco marchas”.
Aquella temeridad se convirtió en costumbre en el 89, en el triatlón Villa de Madrid, y continuó tres años después, en el Ironman de Embrunman (Francia), a donde acudió sin avisar: “No se lo dije a nadie porque, por aquel entonces, si decías que ibas a hacer un IM casi te echaban del país”, reconoce. Total, que se inscribió y por primera vez fue ‘finisher’. Era el año 92, tenía 22 años y desde entonces no paró. Sin lesiones, encadenó pruebas hasta que consiguió una de las plazas que se sortean mediante lotería para ir a Hawái a competir. “Llegar allí es lo máximo, es el sueño de cualquier triatleta. Todo está hecho para que el deportista se sienta cómodo y en un ambiente realmente espectacular, desde que llegas y te colocan las flores hasta que finalizas”.
Carlos ha hecho de su hobby una filosofía de vida: entrena todos los días, tiene una dietista que controla su alimentación y forma parte de la junta directiva y del comité deportivo de la Federación de Triatlón (FETRI). Incluso, acumula dorsales y medallas que ya no le caben en su casa. “Tuve una novia que cuando vio todo lo que tenía casi se va porque no tenía sitio para meter sus cosas”, bromea.
Como una enciclopedia, también acumula datos que ayudan a medir su epopeya. Sabe que va seis veces de media a hacer sus necesidades en cualquier prueba, que ha entrenado en 10 piscinas diferentes desde que comenzó, que sólo se ha retirado una vez o que acumula 60.000 kilómetros corriendo y 100.000 en bici… Carlos Ramírez es, quizás, la persona que más conoce de la materia. Fue pionero en sus inicios y ha visto como España se han ido incrementando el número de licencias y de circuitos populares de Ironman. Y, también, como Gómez Noya se ha proclamado campeón del mundo este año por quinta vez y Mario Mola se ha quedado segundo. Por no mencionar a Fernando Alarza, cuarto en el ránking.
A sus 45 años, no se cansa. Sigue con la misma ilusión que cuando vio a aquellos ‘locos’ en Hawái. “Yo sólo quiero pasármelo bien”, reconoce. Carlos no tiene un objetivo concreto, pero inconscientemente el número 100 lo tiene interiorizado en su cabeza. Eso sí, poco a poco. No sólo por lo que implica el esfuerzo en lo físico, sino también en lo económico. El precio de las inscripciones va desde 250 a 600 euros. Y, al menos, por este año ya ha sido suficiente. Cerró la temporada en Ibiza en su 69 Ironman. Pero volverá. Total, más allá de las cifras, hay una cosa que tiene clara: “Seguiré hasta que me entierren”.