A sus 44 años, las zapatillas de Chema Martínez llevan ya miles de kilómetros. Primero por tartanes en pistas de atletismo de medio mundo. Luego en asfalto. También hizo sus pinitos en la hierba y el barro del cross. Ahora, con tres medallas del Campeonato de Europa de atletismo colgadas en su casa y una mochila cargada de ilusión, el corredor de sonrisa eterna se pasa al desierto. ¿Su objetivo? El Maratón de Sables, la carrera de ultradistancia por etapas más dura del planeta. 257 kilómetros en seis días por el desierto del Sáhara que Chema afronta con un solo objetivo: “Ganar”.
Lo normal en alguien que empieza en el atletismo en el medio fondo y se acaba especializando es terminar en el 10.000. De ahí al maratón de asfalto es otra evolución lógica. Pero seguir aumentando kilómetros y kilómetros a sus tiradas es cosa ya de sólo unos pocos. Para el madrileño, esta evolución ha sido “absolutamente natural”. “Desde que me retiré del asfalto, siempre he pensado seguir evolucionando, seguir creciendo como deportista, seguir llevando mi cuerpo al límite de sus capacidades. Y esto me tiene enganchadísimo”, explica horas antes de partir rumbo al desierto.
“Tengo muy claro que ya no soy el que era, pero tengo otras fortalezas. Antes se trataba de correr lo más rápido posible, ahora quizás es más aguantar lo máximo posible, y correr con cabeza”, cuenta. Para afrontar este último reto, el madrileño se ha preparado a fondo.
Modificando sus entrenamientos –ahora muchas veces en montaña, buscando desnivel y resistencia-, cambiando las carreras de preparación –acaba de terminar la Costa Rica Coastal Challenge, de 235 km y muy técnica- y hasta cambiando su fisonomía. “Yo soy muy delgado, enjuto, pero para una carrera como Sables, en la que hay que correr con siete kilos de mochila a la espalda, necesito más musculatura, pero tampoco mucha porque eso pesa”, dice. “He ganado volumen, pierna y fortaleza. Y hasta he ganado casi tres kilos”, explica, consciente de que los perderá, seguro, con los primeros trotes por el desierto.
Y es que su reto no es pequeño. El Maratón de Sables está considerada una de las carreras más duras del planeta. No sólo por la distancia, 257 km sobre la arena del desierto del Sáhara, sino por las temperaturas de más de 40 grados, la arena del desierto, que llega a meterse por todos los poros y hacer tremendas heridas a los corredores, y el hecho de que sea en autosuficiencia. Es decir, llevando en su mochila todo lo necesario para sobrevivir corriendo una semana.
“Siete kilos y medio. Ese es el peso de lo que llevo en la mochila para una semana. Ni un gramo más”, cuenta el madrileño. Prácticamente todo, comida liofilizada. “En realidad, sólo llevo 2.000 kilocalorías por día, que es poco, pero no puedo permitirme llevar más peso”, explica, a sabiendas de que el reto le va a suponer perder “entre tres y seis kilos de peso”.
“El año pasado ya fui al Maratón de Sables –terminó sexto- y aprendí muchas cosas: lo duros que son los corredores africanos y lo difícil que va a ser competir contra ellos. También que tengo que dosificarme. Y que sobran muchas cosas de las que llevas en la mochila”, explica.
Es consciente de que precisamente los corredores africanos son sus máximos rivales en una prueba en la que “juegan en casa”. Rachid El Morabity, marroquí que ha vencido en las tres últimas ediciones, parte con el claro cartel de favorito. Pero entre el plantel de candidatos a ganar, la organización francesa coloca, indudablemente, a Chema. “Los marroquíes viven allí, entrenan en ese desierto, y está claro que va a ser duro batirles. Pero yo corro con cabeza además de con el corazón”, señala. Lo dice tuit a tuit: “No pienses, corre”.