Venden los que muerden oro, los campeones. Aquellos que posan con la corona de laureles y recetan a la historia una página con foto en el podio olímpico. Todos ellos, los que construyen un legado, los deportistas que hacen historia, pasan media vida congelando sus instantes para incluirlos en el álbum color añejo de los siempre endebles periódicos. Ocurre, sin embargo, que hay otros a los que nadie hace caso y que también merecen unas líneas: niños que se compran unas zapatillas por primera vez, adolescentes que se inician en atletismo, locos sin objetivo que cruzan metas en carreras populares o veteranos que saborean como caviar sus últimas zancadas. Es el caso de Bernardo Pareja Tebar (Riofrío, Granada, 1945), que a sus 70 años es uno de los 14 participantes que han llegado a meta en todas las ediciones de la Maratón de Madrid (este domingo se celebrará la 39).
Su historia, en términos literarios, no será un best seller ni la más leída de la web. Sin embargo, responde fielmente al sueño futuro de muchos de los 33.611 runners que se darán cita este domingo en el MAPOMA (récord absoluto que incluye a los inscritos en 10K, media maratón o maratón). Pero con una diferencia: Bernardo es uno de los 14 corredores -el más mayor- que han participado en todas las ediciones de la prueba. “Yo hice la primera con 32, pero hay dos compañeros míos que viven en Alemania, empezaron cuando tenían 15 y ahora aspiran a terminar 50 en una misma ciudad, que sería un récord absoluto”, cuenta en conversación con EL ESPAÑOL el veterano corredor.
Bernardo recibe a este diario en su casa y dice tener 70 años, pero aparenta muchos menos. Se mueve con soltura, esculpe un figurín que ya quisieran para sí algunos adolescentes y posa para las fotos como un George Clooney en versión terrenal. Mientras tanto, no puede esconder ni su sonrisa ni la ilusión que le hace seguir colocándose las zapatillas cada mañana. Al fin y al cabo, lo lleva haciendo toda su vida. De joven, soñó incluso con ser atleta. Compitió en 800, 1.500 y llegó a ser subcampeón de España en campo a través. Pero aun así no participó en un maratón hasta los 32 años.
A su primer MAPOMA acudió por casualidad, casi por azar. “Estaba jugando al fútbol sala y me enteré de que se celebraba un maratón. Entonces me acerqué al Ayuntamiento y me apunté. En aquella prueba del año 78 participamos 7.000 personas, pero muchos lo hicieron sin dorsal. Llovió muchísimo y fue una aventura. Fue el comienzo del boom que hay ahora”, cuenta Bernardo.
Desde aquella primera zancada, ha hecho 50 maratones (40 de ellas en Madrid, pues él contabiliza una que no recoge la organización) y jamás ha faltado a un MAPOMA. Aunque estuvo a punto de no tomar parte en dos ocasiones. “En el año 88 falleció mi madre y su pérdida me produjo tal tristeza que estuve cerca de dejarlo. Pero cuando faltaba un mes, un día que estaba muy bajo de moral, salí a correr y me sentí mucho mejor. A partir de entonces, entrené y acabé llegando casi sin entrenar a la prueba. Y la segunda vez fue en el año 92, cuando me fracturé el peroné jugando al fútbol. Y esa vez, volví a entrenar cuatro meses después y, aunque con mal tiempo, llegué a la meta”.
A sus 70 años, contabiliza entre 60 y 90 kilómetros a la semana. Los hace ahora y también cuando trabajaba en una empresa de productos químicos. Siempre cumpliendo la rutina a rajatabla: se levanta a las 6:15 de la mañana, busca las zapatillas, se abriga convenientemente y parte desde la Calle Arturo Soria de Madrid al Parque de Juan Carlos I, donde mezcla tiradas cortas y largas. Eso sí, como reconoce el propio Bernardo, las cosas han cambiado: antes acababa las maratones en poco más de tres horas y ahora en cinco. Siempre, obviamente, con un único objetivo en la cabeza: llegar a la meta.
GLUCOSA, CORREDORES ENSANGRENTADOS...
Muchos años e incontables kilómetros. A su edad, el veterano corredor ha visto como el MAPOMA ha cambiado radicalmente cuando celebra su 39 cumpleaños. Pero también lo han hecho los corredores, ahora con mallas y calzado deportivo adecuado. “Hemos ido aprendiendo sobre la marcha. En el primer maratón, por ejemplo, vi a muchos llegar sangrando con camisetas de algodón. Pero no sólo eso. Al principio tomábamos glucosa antes de la carrera porque creíamos que era bueno, después incluíamos proteínas… Yo fui con unas zapatillas con una suela fina… ¡Para haberme lesionado toda mi vida! Es lo que llamo tributos a la experiencia”.
Incluso, ha cambiado la música. Ahora la carrera la amenizan bandas de rock and roll, que no son muy del gusto de Bernardo. “Sobre todo porque hubo unos años en los que antes de llegar sonaba el Aleluya de Händel. Lo hacía en una casa donde sacaban unos altavoces a la terraza para animar a un corredor de su familia. Casi te salían alas antes de acabar”, concluye Bernardo.
Pero la pregunta, después de tantos años, es por qué no lo ha dejado. Pues bien, Bernardo lo explica así y con ello es suficiente: “Murakami, en el libro 'De qué hablo cuando hablo de correr', dice que cuando estaba entrenando para el maratón de Chicago, muchos días no tenía ganas de salir porque le dolían las piernas. Pero cuando bajaba veía a una chica que le sonreía cada mañana. Entonces, todo el sufrimiento lo compensaba el ver la sonrisa de esa chica. Por eso, yo creo que cuando empezamos siempre necesitamos un incentivo. Para mí, por ejemplo, es llegar y ver amanecer. Y así seguiré haciéndolo hasta que el cuerpo aguante”. Y con eso queda todo dicho.