Dicen que no hay deportista que, sin ayuda mecánica de algún tipo, pueda ir más rápido. A su lado, los esquiadores de descenso, que alcanzan los 150 km/h en las pistas más exigentes, parecen casi principiantes. Porque los esquiadores de velocidad presumen de superar los 250 km/h bajando rectos por pendientes heladas de un kilómetro de largo, sólo protegidos por un traje de látex y un casco aerodinámico. Son apenas un puñado en todo el mundo, y en España la modalidad empieza a arrancar liderada por un británico afincado en Madrid, Jan Farrell, dispuesto a explicar a quien quiera escucharle que la adrenalina a raudales que destila esta especialidad merece la pena.
Les tildan de locos, probablemente porque, como los propios deportistas señalan, para hacer un descenso a tumba abierta de los suyos “se piensa poco”. Pero no por descuido, sino por concentración. “Cuando bajo, todo se congela y, curiosamente, me da tiempo a observarme desde fuera, como si viera a mi propio cuerpo desde fuera. Estoy total y absolutamente concentrado en lo que estoy haciendo, casi en un estado de relajación. Porque para evitar un accidente, es fundamental estar muy concentrado pero no tenso, para adaptarse lo mejor posible a las condiciones de la pista”, explica Farrell, uno de los dos españoles que compite en la Copa del Mundo de esquí de velocidad, en la que esta temporada ha terminado en sexta posición.
En realidad, el deporte es relativamente sencillo, cuestión de aerodinámica pura y dura. Consiste en lanzarse embutido en un traje de látex y un casco aerodinámico en línea recta –por una pista de esquí cerrada- y alcanzar la mayor velocidad posible. Los mejores del mundo, entre los que se encuentra Farrell, alcanzan los 100 km/h en apenas tres segundos. Los 200 km/h, en unos ocho. Todo ello sobre unos esquís asombrosamente largos y duros, de dos metros 40 centímetros de largo, unos 10 centímetros de ancho en el patín y un peso máximo de 15 kilos.
Mucho gimnasio en pretemporada
Una vez conseguido el material –hecho a mano para cada uno de los esquiadores, que en una temporada pueden estrenar más de 10 pares de esquís-, hay que conseguir una forma física suficiente para que las piernas aguanten la fuerza de descensos a esas velocidades. En el caso de Farrell, se logra con unas 350 horas de duro trabajo en gimnasio durante la pretemporada. Y en último lugar, hay que encontrar las pistas donde practicar el esquí de velocidad, algo casi imposible en España.
“Necesitamos pistas con una pendiente muy pronunciada, en algunos casos del 120% de pendiente o los 50 grados de inclinación, y el factor crítico es lograr una transición suave a la zona de frenado, y su posterior longitud, mínimo unos 400 metros, que es lo que necesitamos para poder frenar con seguridad cuando alcanzamos esas velocidades cercanas a los 250 km/h”, señala Jan.
En España, de hecho, no hay ninguna. La más cercana se encuentra en la estación andorrana de Granvalira, aunque las más visitadas por los esquiadores de velocidad están en Austria (Hintertux, Sölden y Kaunertal) y en la localidad francesa de Vars, considerada la meca de este deporte.
Allí se citan cada invierno los apenas 20 deportistas que participan en la Copa del Mundo, liderados por los hermanos italianos Simone –actual récord del mundo, con 251,6 km/h) e Ivan Origone. A ellos se suma la pequeña armada española del esquí de velocidad.
La conforman el propio Jan, su compañero de equipo Ricardo Adarraga y otros cinco jóvenes que han llegado con ganas de pisar fuerte: Eduard Manrique, Paris Arroyo, Pablo Abarca, Álvaro García y Juanki Sánchez, el segundo español en superar la barrera de los 200 km/h con una fantástica marca de 225km/h conseguida hace unos meses, en su segunda temporada en la especialidad. “Estamos intentando entre todos que en cada nueva temporada seamos más en la Copa del Mundo y seguir popularizando este deporte espectacular”, dice Farrell.
Las caídas
Los esquiadores de velocidad no renuncian a su sueño de ver su especialidad convertida en olímpica, pero lo cierto es que el Comité Olímpico Internacional no parece tener mucha intención de incluirlo en el programa de los Juegos de Invierno. Probablemente porque en 1992, en los Juegos de Albertville en los que el esquí de velocidad fue un deporte de demostración, el francés Nicholas Bochatay murió en un accidente en los entrenamientos.
Desde entonces, ha habido muy pocos accidentes graves en esta modalidad deportiva, pero raro es el esquiador de velocidad que no ha sufrido en sus carnes lo que es un accidente a estas velocidades. “En los entrenamientos previos a la Copa del Mundo en Vars (Francia) esta temporada, se me enganchó un esquí en la zona de compresión y me fui al suelo al instante”, explica Farrell, que pese a la caída ha logrado terminar la temporada sexto en la general de la Copa del Mundo.
“Fue una caída a 216 kilómetros por hora, lo que me produjo grandes quemaduras por todo el cuerpo y varios hematomas en la espalda. La recuperación física fue cuestión de tiempo, pero una caída así afecta tanto a la parte física como a la psicológica, por lo que he necesitado varios entrenamientos y pruebas para recuperar la armonía entre mente y cuerpo. Al día siguiente de mi caída, llegué a sentir miedo a la montaña por primera vez en mi carrera deportiva”, explica el madrileño de adopción.
Protección nueva para esquiadores
Quizá para ahorrarse este tipo de traumas –físicos y psíquicos-, Farrell fue pionero en probar el denominado “airbag” para esquiadores, diseñado por el fabricante Dainese junto a la Federación Internacional de Esquí. “En la prueba, realicé una simulación de caída a unos 80 kilómetros por hora y noté cómo el airbag se hinchaba antes de impactar contra el suelo. Me sentí muy seguro y protegido todo el tiempo, era como estar dentro de un caparazón durante mi deslizamiento. Antes de la prueba, tenía miedo a la comprensión del pecho al hincharse dentro del traje, pero no hubo ningún problema”, explica.
Un airbag que ya se ha utilizado esta temporada –y ha salvado a varios esquiadores de lesiones graves- en pruebas de la Copa del Mundo de esquí alpino, especialmente en la modalidad de descenso. “De momento ya se usa en las modalidades donde la aerodinámica no es tan crítica como en la nuestra, nosotros tenemos aún que hacer pruebas, pero seguimos trabajando con ello”, remarca. Todo, para evitar “volver a sentir miedo a la montaña”.