La errática trayectoria de los premios Príncipes de Asturias del deporte ha quedado aparcada en su última edición para reconocer al mejor triatleta de los últimos años: Javier Gómez Noya. Desde que se constituyó este galardón, las resoluciones de sus jurados han estado rodeadas de dudas sobre su pertinencia en un buen número de ocasiones, cuando no han sido patinazos injustificables. El principal motivo de sus dislates tiene que ver con la composición del mismo, plagado de periodistas y de políticos.
Con esta composición parece lógico que el jurado se haya inclinado en más ocasiones de las debidas por deportistas mediáticos o locales, lo que tanto en uno como en otro caso ha ido en sentido contrario a la vocación de universalidad a la que aspira la Fundación que convoca estos premios. Así, se ha reconocido a deportistas españoles con un palmarés claramente inferior al de sus rivales o alguno al que cabría discutirle los valores que la Fundación proclama buscar, cuando no a empresas organizadoras que buscan lisa y llanamente un beneficio económico. Eso sí, hay que estimar la capacidad autocrítica y humildad de los jurados, quizá fruto del remordimiento, al honrar a Steffi Graff y a Michael Schumacher tras haber premiado a Arancha Sánchez Vicario y a Fernando Alonso.
La composición y decisión de los jurados explican a las claras la mentalidad de quienes tienen en sus manos la difusión del deporte entre los españoles. Si políticos y medios coinciden en una dirección tan monocorde como interesada la consecuencia es que un extraordinario deportista como Gómez Noya se convierte en un profeta desconocido en su tierra: pocos somos los que le hemos visto competir, menos los que le hemos visto en directo y no creo que tampoco demasiados los que seamos capaces de reconocerle.
Cualquiera de los países de nuestro entorno a los que aspiramos a igualar, estarían muy orgullosos de tener a Ruth Beitia, Javier Fernández, Carolina Marín y Javier Gómez Noya entre sus ciudadanos. En el nuestro, desfilan, como otros cuantos, sin pena pero sin gloria, mientras sufrimos hasta en la sopa los caprichos, las faltas de educación y las niñerías y desplantes en las redes sociales -cuando no cosas mucho peores- de deportistas que no sólo no son capaces de estar a la altura de la responsabilidad que tienen con la sociedad, sino que ni siquiera con capaces de percibirla.
Después de unos meses de soportar estoicamente los mensajes monótonos e invariables de la gran mayoría de los partidos políticos, salvo de alguno que los cambia tanto que terminas por no saber si es rosa, rojo o verde, sigo sin escuchar una palabra de deporte. Vivimos unos tiempos vertiginosos en los que los jóvenes necesitan que los espacios de las redes sociales y de los medios sean ocupados por personas ejemplares y no por personajes malcriados. Y a los que no somos tan jóvenes nos gustaría comprobar cómo la sensatez se instala de una vez en nuestra sociedad. La educación también reside en los ejemplos. Vamos, que ya va siendo hora.